Usted está aquí: jueves 4 de agosto de 2005 Cultura La dama boba

Olga Harmony

La dama boba

Siguiendo la excelente idea de dar el teatro El Galeón a diferentes grupos durante cuatro meses para que lo programen a su leal saber y entender, toca ahora el turno a Casa de Teatro y su Centro Dramático de Michoacán (Cedram) con el elenco de su repertorio estable dirigido por Luis de Tavira, al que se añaden algunos directores huéspedes como Morris Savariego, Sandra Félix y Mauricio Pimentel -actor de la compañía- y Yoshigiro Maeshiro, éstos en un trabajo conjunto. El Cedram tiene el propósito, aparte de la formación de teatristas que es la constante de Tavira y su equipo, de llevar escenificaciones hacia lugares recónditos del estado ante un público sencillo y entusiasta que desconocía el fenómeno teatral, con su Teatro Rocinante, en una generosa experiencia a la que se desea larga vida. Algunos de los montajes ya habían sido vistos en Muestras Nacionales o en temporada capitalina, pero otras son un estreno para nosotros, como sería La dama boba de Lope de Vega en libérrima adaptación de Luis de Tavira.

El adaptador torna prosa lo que en el original es verso, aunque en algún momento se digan poesías de otros autores barrocos, bien instrumentados dentro de la acción. Las elipsis de Lope son desarrolladas por Tavira de tal modo que la acción resulte comprensible a todo público y, se añaden y se quitan personajes, sustituyendo a algunos por otros y, sobre todo, a la barroca acción de equívocos amorosos se añade un secreto de familia que contendrá la esencia de la trama y un encantamiento hecho por la bruja Marcolfa -inexistente para Lope- al que no es ajena Finea. Así la boba no lo es tanto, como se demuestra en la lección en que habla más como bachillera que como necia, sino que tiene lazos con la bruja como es el encantamiento que introduce en el libro de Apuleyo, que es Heliodoro en el original, pero que liga la escena en que el maestro coloca a la dama sendas orejas de burro y que, por otra parte, explica el desmayo de Nice. Liceo y Turín son mexicanos, de Michoacán, y un personaje bandido crea una situación adicional que es resuelta, no por la boba convertida en ingeniosa por el amor, sino por Marcolfa que ha tenido tratos con la madre de ambas damiselas y con la propia Finea. Es Turín el encargado de hacer un prólogo y explicar lo que es el teatro, excelente recurso para el Rocinante. Además, la descripción que hace Clara del nacimiento de los gatitos en el texto clásico y que nos remite a La gatomaquia del propio Lope, es desarrollada por Tavira al llamar Marraquimaz al supuesto gato fugitivo y añadir una chistosa cauda de ratones en la casa de don Octavio.

En una escenografía de Philippe Amand -que sirve tanto para teatro formal como trashumante- consistente en paneles que al moverse van conformando los diferentes escenarios, con unos pocos muebles y un falso proscenio que permite una trampilla de acceso, con algunos videos -de Amand y Julián de Tavira, responsable del diseño sonoro- se mueven los actores vestidos por los excelentes diseños de Edyta Rzewska, cantan las canciones musicadas por Alberto Rosas y bailan -en la estupenda escena de los celos zapateados- en coreografía de Iraida Prieto Magaña. El director y adaptador añade gags como el rostro de Pedrojos en lugar del San Francisco del cuadro, lo que mantiene un elemento más a la idea de lugares encantados, con el criado de Laurencio siempre al acecho. Tavira logra muchos tránsitos, de la farsa a la comedia y de ésta a las dolidas penas de amor, lo que permite amplios registros a sus actores en un elenco muy homogéneo aunque, como en toda compañía, algunos sobresalen sobre los más. Basta enumerarlos: Sandra Rosales como Finea, Stefanie Weiss como Nice, Andrés Weiss como Liceo, Rodolfo Guerrero como Laurencio, José Concepción Macías como Octavio, Mauricio Pimentel y Marco Antonio García doblando varios papeles, Ana Elena Mora como Celia, Yulleri Pérez Verti como Clara, Karina Díaz como Turín y como el prólogo narrador y Gilberto Barraza como Pedrojos. Cuando han de decir verso los actores que encarnan a los enamorados lo hacen sin recitados, con recato y sentimiento y cuando se trata de los personajes que los rodean, el tono farsesco se mantiene, como es el caso del francés de la academia de la docta Nice o de los profesores y el notario, sin que escape a ellos don Octavio.

 
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