Usted está aquí: jueves 4 de agosto de 2005 Opinión Bush se equivoca con Cuba

Angel Guerra Cabrera

Bush se equivoca con Cuba

La escalada del gobierno de Bush II contra Cuba no cesa y podría conducirlo a un error fatal. Su instinto nazi lo hace odiar irracionalmente todo lo que huela a justicia social, dignidad e independencia. Por si fuera poco, están sus estrechos nexos con la mafia contrarrevolucionaria de Miami. A ella debe el haber llegado por primera vez a la presidencia mediante el escandaloso fraude electoral en Florida. Así que la política de Washington hacia La Habana es hoy más que nunca un rehén de esa mafia.

Durante las dos administraciones de Bush se han arreciado el bloqueo y la agresividad de Estados Unidos y cortado los pocos puentes existentes para el desarrollo de una relación normal entre los cubanos de las dos orillas y entre las dos sociedades. Fidel Castro denunció el pasado 26 de julio nuevas y graves provocaciones de Washington, incluyendo el incremento de los vuelos ilegales del avión militar EC-130J, que trasmite ondas de radio y televisión contra Cuba, así como la reanudación de los vuelos de las aeronaves de exploración RC-135, que no se daban desde hace tiempo. Las transmisiones anticubanas violan el derecho internacional sobre el uso del espacio radioeléctrico y ascienden a más de 2 mil 425 horas semanales. Paralelamente, se produjeron al menos dos intentos de provocación de los llamados opositores o disidentes, grupúsculos insignificantes que nadie respeta en la isla porque todo el mundo sabe a quién sirven, punto que se ha hecho cada vez más evidente. Y es que la Oficina de Intereses de ese país ha asumido a plena luz del día y sin intermediarios la dirección de los "disidentes", cuyo tren de vida se ha hecho ostentosamente distinto al de la mayoría de los cubanos en virtud de las crecientes sumas que reciben por distintas vías, entre ellas la valija diplomática de la representación estadunidense.

Nada de esto debiera sorprender por cuanto el gobierno de Bush ha proclamado reiteradamente su intención de estimular el desarrollo de una "sociedad civil" dentro de Cuba para liquidar cuanto antes el régimen social y político existente. No habían pasado 48 horas de la denuncia del presidente cubano y ya se difundía la noticia de la designación que hiciera Condoleezza Rice de un coordinador "para la transición en Cuba". El honrado con la encomienda, según él, es Caleb McCarry, empollado en el nido de la guerra sucia en Centroamérica y más tarde en el reducto de asesores ultraderechistas incrustado en el Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara de Diputados. La intención es disponer de un procónsul, como varios que los cubanos debieron padecer desde la intervención yanqui de 1898, una suerte de réplica de Paul Bremmer en el Irak ocupado. Sólo que desde el triunfo revolucionario la isla es soberana y aquél deberá ejercer el cargo por teledirección desde Washington. El nombramiento de un funcionario para expresamente intervenir en la política interior de Cuba es un paso del más desfachatado corte injerencista. Dicho en la jerga gansteril de Rice, McCarry tendrá el cometido de "acelerar la desaparición de la tiranía de Castro". La irresponsable declaración de la funcionaria da cuenta o de su olímpico cinismo, o de su ignorancia supina sobre las profundas raíces y fortaleza en el alma cubana de la revolución iniciada en el Cuartel Moncada.

La designación de un "coordinador para la transición en Cuba" es una parte de las medidas anexionistas contempladas en el llamado Plan para la Asistencia a una Cuba Libre, elaborado por una comisión presidencial y aprobado por Bush el 10 de octubre de 2004. Entre sus redactores figuran destacados miembros de la mafia de Miami, como Otto Reich, Roger Noriega, Mel Martínez y dos legisladores de origen cubano por Florida conocidos por su devota admiración al tirano Fulgencio Batista. El plan consiste en el desmantelamiento del Estado revolucionario para avanzar en la "transición" a la "libertad económica y política", o sea, al capitalismo neoliberal. Una afrenta que los cubanos no aceptarán jamás, que únicamente podría imponerse por la fuerza después de una invasión del país, en el supuesto que ésta llegara a tener éxito. Porque lo más apegado a la realidad social y cultural de Cuba es esta sentencia de Fidel Castro del día antes citado: "Nada de lo que ha ocurrido en otras partes sería comparable con lo que ocurrirá aquí con quienes intenten apoderarse de Cuba... Tendrían que derramar mucha más sangre que en cualquier otro lugar del planeta".

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