CAFTA: llueve sobre mojado
El Tratado de Libre Comercio para América Central y la República Dominicana (CAFTA, por sus siglas en inglés) apenas fue ratificado por el Congreso estadunidense la semana pasada por un estrecho margen (dos votos). La oposición que encontró el CAFTA en el Congreso se debe al déficit comercial del TLCAN y el desequilibrio atribuido a los acuerdos con China a raíz de su ingreso a la OMC.
La apertura comercial entre los países del CAFTA existe desde hace varios años. El 80 por ciento de las exportaciones de los países centroamericanos hacia Estados Unidos ya son libres de arancel. Las importaciones provenientes de Estados Unidos están afectadas por aranceles que han sido reducidos de 52 por ciento a 6 por ciento en promedio. Entonces, ¿por qué tanto ruido con la ratificación del CAFTA?
Los promotores del acuerdo aseguran que abre una nueva ventana de oportunidades para el crecimiento económico en la región. Eso está por verse; lo más probable es que el marasmo en el que se encuentra Centroamérica no se modifique y, por otra parte, los efectos negativos serán intensos en varios renglones.
La apertura comercial puede o no traer aparejado un proceso de crecimiento. Sin vínculos con el resto de la economía, la expansión se limita a las ramas exportadoras. Eso ha ocurrido con las economías centroamericanas. Por eso han mantenido un mediocre crecimiento en los últimos 10 años. Costa Rica creció en promedio anual 4.9 por ciento entre 1990-1995, pero ahora sólo crece a 3 por ciento. Cuando arrancó el programa de maquiladoras en El Salvador se logró un crecimiento de 5 por ciento, pero entre 2000 y 2004 apenas se alcanzó 2.9 por ciento. El patrón se repite en los cinco países centroamericanos signatarios del CAFTA: su crecimiento promedio anual fue de 4.2 por ciento y 2.6 por ciento entre 1990-1995 y 2000-2004, respectivamente.
Casi siempre se olvida que la apertura comercial neoliberal se acompaña de una política macroeconómica que conspira contra el crecimiento. Ese ha sido el caso de los países centroamericanos en donde la política monetaria mantiene un sesgo anti-cíclico de control de la inflación. Y por el lado de la política fiscal, se liberan recursos recortando el gasto para poder pagar el servicio de la deuda pública. Costa Rica mantiene un superávit primario equivalente a 1.9 por ciento del PIB, pero cuando se incluye el servicio de su deuda, el balance fiscal arroja un déficit equivalente a 2 por ciento del PIB. Es un patrón generalizado en la región centroamericana.
Dirán algunos que la apertura va a beneficiar a los países pobres del CAFTA por el lado de las cuentas externas. Desgraciadamente, ese no ha sido el caso en los últimos años. Entre 1995 y 2004, a pesar de haber fomentado a las maquiladoras, los cinco países centroamericanos han sufrido un déficit comercial bastante aparatoso tratándose de economías pequeñas. El peor caso es el de Guatemala, con un déficit en 2004 superior a los 3 mil millones de dólares (mmdd), seguido de El Salvador con 2.4 mmdd. Honduras, Nicaragua y Costa Rica se mantienen con un déficit superior a los mil millones de dólares. En síntesis, la apertura comercial no ha permitido generar las divisas necesarias para mantener un equilibrio en las cuentas externas. El CAFTA no cambiará ese panorama de déficit comercial crónico y creciente porque, a diferencia de México, los países centroamericanos no tienen petróleo que venderle a Estados Unidos.
El sector exportador de los países centroamericanos mantiene un alto porcentaje de exportaciones basadas en recursos naturales. El caso más claro es Nicaragua, donde los productos primarios representan 85 por ciento del total de exportaciones. Para los cinco países centroamericanos ese porcentaje se sitúa alrededor de 65 por ciento. Las exportaciones de estos países seguirán afectadas por el deterioro en los términos de intercambio, además de que la presión sobre suelos, acuíferos y biodiversidad promete intensificarse.
El capítulo 8 integra las reglas sobre servicios de los GATS y amenazan con dejar sin atención médica, servicios de agua y de energía a la población más vulnerable en la región. Ese capítulo también reducirá la capacidad para imponer estándares adecuados en materia de riesgos profesionales y salud pública. El capítulo 21 consagra excepciones cuando se trata de proteger la salud humana, o la de plantas y animales, al igual que en los acuerdos originales del GATT. Pero estas excepciones no podrán aplicarse "arbitrariamente o de manera que constituyan una discriminación injustificada entre países o una barrera disfrazada al comercio". En la práctica, esto anulará las excepciones. Y en cuanto a crisis de balanza de pagos, al igual que "nuestro" TLCAN, el CAFTA no admite las medidas de excepción que consagra la OMC.
En síntesis, el CAFTA es un acuerdo que favorece a las grandes corporaciones estadunidenses en materia de acceso a mercados en agricultura y servicios, reglas fuertes en materia de propiedad intelectual, debilidad en regulaciones sobre medio ambiente y derechos laborales, y privilegios exorbitantes para la inversión extranjera. Esta aberración del proyecto neoliberal va a intensificar el proceso de estancamiento y pobreza en la región.