Celebración de la diferencia
Dentro de los pueblos originarios de México se gestan distintos proyectos de identidad: unos ponen el énfasis en la continuidad de ciertos fundamentos culturales, otros en el derecho a transformarlos con la adopción de algunas propuestas exógenas, y otros más incorporan elementos ajenos para fortalecer el núcleo que los hace propietarios de una singularidad que ha resistido más de cinco siglos de embates destructores exteriores.
Solamente la idealización mestiza de los pueblos indios observa en ellos una inmovilidad histórico-cultural inexistente en la realidad. Lo que hoy son esos pueblos se debe a múltiples factores, que van desde el despojo de todo tipo de sus riquezas, la imposición de formas organizativas, hasta la incorporación por parte de esas comunidades de propuestas que les llegaron de afuera pero que al apropiarse de ellas, acomodándolas a sus intereses, son hoy expresiones vitales de la diversidad indígena mexicana. Los indígenas, aun en las condiciones de mayor opresión, han sabido preservar la autonomía de sus conciencias y darle rasgos propios a las imposiciones que han pretendido desindianizarlos. Los siglos de la Colonia no pudieron arrancarles su religiosidad para cambiarla por el catolicismo que mayormente se les impuso a la fuerza. El resultado fue un catolicismo indígena o, más bien en plural, un caudal de catolicismos indígenas. Los que por siglos no tuvieron frente a sí otra opción religiosa que pudiera insertarse y expandirse con vitalidad.
Para los pueblos de los Altos de Chiapas, y más específicamente en el caso de Chamula, una nueva propuesta religiosa llegó mediante los propios indígenas que conocieron el mensaje protestante/evangélico al ir en busca de trabajo a Tabasco y a las fincas cafetaleras del Soconusco. Allí, en contacto con otros trabajadores que ya eran evangélicos y les compartieron sus creencias, algunos tzotziles alteños se convirtieron y regresaron a sus poblados con la idea de propagar la creencia religiosa recién adoptada. Seguirle la pista a esos precursores no es fácil, dado que casi no dejaron pistas documentales escritas, pero por varios indicios muy firmes podemos sostener que fueron ellos quienes introdujeron el germen de la disidencia religiosa en San Juan Chamula. No es casual que dos líderes históricos del protestantismo chamula a fines de los años 60 y 70 del siglo XX, y que fueron organizadores de los expulsados por la intolerancia político-religiosa, Miguel Gómez Caxlan, y Domingo López Ángel, hayan sido antes de su conversión trabajadores en las fincas cafetaleras.
Es frecuente leer y escuchar a especialistas que marginan la participación de los indígenas en la expansión del protestantismo evangélico y, en cambio, sobrenfatizan el papel de los misioneros del Instituto Lingüístico de Verano. Hubo participación del exterior, pero el factor principal del crecimiento evangélico en la zona es resultado del trabajo de los indígenas convertidos a ese credo. Con su cambio de opción religiosa, esos indígenas introdujeron en sus poblados el derecho a ser diferentes, y al hacerlo tuvieron que enfrentarse a un sistema en el que lo religioso y lo político estaban imbricados de forma tal que era difícil, casi imposible, retar el dominio religioso sin, al mismo tiempo, confrontar a la organización política. A la ruptura religiosa no tardó en acompañarle la disidencia política, y ambas cosas confluyeron para que los indios evangélicos fueran perseguidos y expulsados de sus comunidades.
Las expulsiones de protestantes en Chamula tienen sus antecedentes a mediados de la década de los 60. Las mismas arreciaron a partir de 1970, y a mitad de esa década se transformaron en un fenómeno constante. La primera colonia formada por expulsados de Chamula fue La Nueva Esperanza, en la periferia de San Cristóbal de las Casas. A ésta le siguió Betania, en el municipio de Teopisca, conformada por chamulas evangélicos que no querían vivir tan cerca de la antigua Ciudad Real. El domingo pasado los de Betania recordaron con un gran acto público los 25 años de fundación del poblado. La ceremonia al aire libre tuvo entre 3 mil y 4 mil asistentes, hubo varios estilos de música y el programa se inició con la entrada al lugar de un contingente acompañado por una banda que interpretaba el himno Firmes y adelante, huestes de la fe. Hubo un recuento histórico y pasaron al estrado algunos de los que dirigieron dos décadas y media atrás el asentamiento de las primeras familias. Hoy, de acuerdo con el propio censo de las autoridades del lugar, Betania cuenta con 628 jefes de familia, más o menos unos 4 mil pobladores, 10 veces más que los pobladores originales.
Como en otras diásporas forzosas en la historia, obligadas por sus perseguidores, la que resultó en la fundación de Betania es un recordatorio tanto de los costos de la intolerancia como de la lucha de quienes defendieron su derecho a la diferencia y el respeto a sus derechos humanos. Por eso recordaron, por eso celebraron la lid que dio origen a su poblado.