Editorial
Bolton en la ONU, bofetada al mundo
Después de una larga batalla política, y con el recurso a un ardid legal, el presidente estadunidense, George W: Bush, impuso a principios de esta semana su determinación de colocar a John Bolton como representante de su gobierno ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU), a contrapelo de las críticas de legisladores de ambos partidos, el Demócrata y el Republicano, a este abogado de 56 años, oriundo de Baltimore, egresado de Yale y un individuo que se distingue en el equipo presidencial del país vecino cosa nada fácil por su carácter reaccionario, zafio y chovinista.
Un hombre con nulas cualidades diplomáticas ocupa ya uno de los cargos más importantes de la diplomacia estadunidense; un sujeto imposibilitado para la negociación, y habituado a las altisonancias, los gritos y las amenazas, es enviado al más importante foro mundial de concertación y diálogo; se coloca en el organismo internacional a un individuo que ha externado su desprecio hacia la ONU y que ha dicho, entre otras lindezas, que si a su edificio sede "le quitaran 10 pisos, eso no haría la menor diferencia"; se sitúa en un puesto de enorme poder a un funcionario acusado de abusos de poder contra sus subordinados y a un servidor público que exigió información de inteligencia a su gusto y que luego la distorsionó para darle a Bush los pretextos que necesitaba para agredir militarmente a Irak. En suma, Bolton es tan manifiestamente inadecuado para su nuevo cargo que el nombramiento difícilmente puede ser visto como un error político y parece, más bien, un mensaje claro de la Casa Blanca para el mundo.
El sentido de ese mensaje puede percibirse de manera inequívoca no sólo en el carácter rústico y violento de Bolton, sino también en declaraciones suyas formuladas en su cargo anterior subsecretario de Estado para Control de Armas y Seguridad Internacional en contra del derecho internacional, los principios del multilateralismo y las atribuciones de organismos como la propia ONU, a la que el nuevo representante estadunidense se ha referido como "el mecanismo que da a Estados Unidos la oportunidad de avanzar en sus políticas con unidad de propósito". En otros términos, la tarea de Bolton es uncir a la ONU a la "guerra contra el terrorismo", empresa de rapiña y sometimiento que constituye el único eje importante de acción del gobierno de Bush. Ese propósito reviste especial interés para la Casa Blanca, la cual fue incapaz, el año antepasado, de alinear al organismo internacional tras la invasión de Irak. Lo que las autoridades de Washington comunican al resto de los gobiernos con la medida que se comenta es, para decirlo pronto, que la legalidad internacional no existe y que la única norma planetaria válida es la fuerza bruta.
Dentro de Estados Unidos la designación de Bolton en la ONU conlleva también un subtexto ominoso: los legisladores podrán decir lo que quieran, pero ello no va a influir en las decisiones presidenciales, así se trate de determinaciones tan improcedentes como la referida. En otros términos, Bush está dispuesto a llevar sus atribuciones hasta el límite, y tal vez un poco más allá, y no hay un contrapeso institucional capaz de enmendar medidas equivocadas o arbitrarias. Semejante actitud resulta especialmente alarmante en el contexto actual, caracterizado por las acentuadas actitudes autoritarias, e incluso violatorias de derechos humanos y libertades civiles, con que se ejercen el poder y las facultades especiales derivadas de la incierta confrontación planetaria que llevan a cabo el gobierno de Estados Unidos y sus aliados.
Por último, no debe dejarse de lado que la imposición de John Bolton como representante estadunidense ante la ONU no sólo se realizó a contrapelo de un amplio grupo de legisladores, sino también en contraposición con importantes sectores de la sociedad civil que se movilizaron para impedir el nombramiento y que, aunque perdieron esa batalla, representan el sentido común, la ética y la decencia que aún persisten en Estados Unidos.