Usted está aquí: martes 2 de agosto de 2005 Ciencias Alcohol y conducta sexual

Javier Flores

Alcohol y conducta sexual

Diversos estudios muestran que existe una relación entre el consumo de alcohol y la conducta sexual. Se han investigado varios aspectos en esta asociación, que podrían agruparse en tres niveles: a) los efectos sobre el deseo o su expresión y en las respuestas sexuales fisiológicas; b) la inducción de conductas de riesgo, como en el caso de las enfermedades transmitidas sexualmente, y c) las conductas delictivas, como la agresión sexual.

Como la sexualidad es un territorio muy complejo en el que coexisten universos tan vastos como el biológico, el síquico y el sociocultural, las metodologías empleadas en estos estudios son muy diversas y muchas pueden resultar objetables. Sin embargo, existe un acuerdo al menos en los resultados más generales. Por ejemplo, está bien establecido que el consumo de alcohol, en dosis bajas o moderadas, tiene un efecto en la expresión del deseo, es decir, desinhibe las manifestaciones de la excitación sexual y, de acuerdo con algunos autores, las incrementa. También es bien conocido su efecto de supresión de las respuestas sexuales en dosis elevadas, como el bloqueo de la capacidad para el coito o el orgasmo. En este caso se trata de influencias de tipo farmacológico que dependen de la dosis.

Algunos trabajos se han dirigido a indagar las diferencias de estos efectos entre los sexos. En un estudio realizado por Beckman y Ackerman se sostiene que a pesar de la creencia de que el alcohol desinhibe la conducta sexual femenina, esto ocurre sólo en una minoría de mujeres (Recent Dev. alcohol 12: 267-285, 1995). No obstante, autoras como Antonia Abbey y sus colaboradoras encuentran respuestas semejantes en hombres y mujeres en estudios sobre la percepción sexual mediada por el alcohol (J. stud alcohol 65(5):688-697, 2000). O sea, que no sabemos.

Se ha relacionado también el consumo de alcohol con el número de parejas sexuales. En un estudio realizado por John Santelli y su equipo en un grupo de 8 mil 450 personas, se muestra que 15 por ciento de mujeres y 35 por ciento de los hombres establecen múltiples parejas sexuales y encuentran que existe una importante relación de este hecho con el consumo de alcohol (Family planning perspectives, Vol. 30 Núm. 6, Nov/Dic, 1998).

Todos los trabajos citados admiten de algún modo que existe una desinhibición de distintos aspectos de la conducta sexual. Esto quiere decir que el alcohol toca y afecta mecanismos de control sobre esa conducta, controles que en condiciones normales mantienen en un nivel más bajo (o menos visible, o metafórico) la expresión del deseo sexual, pero que éste se encuentra ahí. En mi opinión hay que considerar de manera muy importante las diferencias no sólo de género, sino también las individuales, pues la sexualidad latente y la forma en que se expresa es muy distinta en cada persona, como veremos.

La mayor parte de la investigación sobre el alcohol y la conducta sexual está motivada por la idea de que esta asociación constituye un factor de riesgo. Muchos trabajos han insistido en la relación entre el alcohol y la incidencia de distintas enfermedades de transmisión sexual, entre ellas el sida. La desinhibición de la conducta sexual o el establecimiento de múltiples parejas se consideran elementos de riesgo. Desde luego que es cierto, aunque no puede dejar de llamar la atención que en algunos textos se encuentra implícito cierto juicio moral contra la desinhibición del deseo.

No existen datos confiables en nuestro país sobre la magnitud de ataques sexuales, aunque seguramente es enorme (nada más hay que pensar en lo que pasa en Ciudad Juárez y en otras partes de México). En otras naciones, como Estados Unidos, estimaciones conservadoras muestran que al menos la cuarta parte de las mujeres en ese país han sido víctimas de este tipo de asaltos. Antonia Abbey, Tina Zawacki y sus colaboradoras en la Universidad Estatal Wayne, en Detroit, Michigan, encuentran que aproximadamente en la mitad de los casos está involucrado el consumo de alcohol. Es interesante que este consumo se presenta en el atacante, en las víctimas o en ambos (Alcohol Res. health 25 (1): 43-51, 2001).

No hay pruebas de que la ingestión de alcohol sea la causa de las agresiones, pues, como afirman las investigadoras citadas, en algunos casos el deseo de cometer un ataque sexual es lo que provoca el consumo de alcohol por los atacantes. El alcohol se asocia con estas agresiones de múltiples formas. En el caso del consumo de bebidas alcohólicas por las mujeres, es decir, de las víctimas, se relaciona con estereotipos sociales creados sobre las mujeres que beben, pues el perpetrador las considera inmorales o blancos fáciles con poca capacidad para defenderse. Las autoras son enfáticas en afirmar que si bien el consumo de alcohol de la mujer puede considerarse factor de riesgo, en modo alguno ellas son las causantes del ataque, pues los agresores son moral y legalmente responsables de su propia conducta.

Lo anterior lleva a reflexionar que quizá lo más importante al examinar los efectos del alcohol sobre la conducta sexual es el sustrato sobre el que actúa, es decir, quién es la persona que bebe, cuáles son sus deseos y su forma de expresarlos. En el extremo, el alcohol no hace criminales, pues de alguna manera ya lo eran.

 
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