El entorno y la educación también son decisivas, agrega
Los genes, con mayor influencia en el peso de las personas, dice estudio
Hamburgo, 28 de julio. En algunas personas, comer un trozo de pastel con el café ya las hace aumentar de peso. Otras pueden comer dos trozos con una humeante taza de chocolate sin que se les note. Esta idea que tienen en general las personas más "rellenitas" no está del todo equivocada. Los genes parecen tener más influencia en el peso de las personas que el entorno o la educación.
Ya en los años 80 del siglo pasado, el siquiatra estadunidense Albert Stunkard descubrió la importancia de la herencia genética en un estudio pionero, al investigar el peso de más de 500 niños adoptados: se asemejaba más al de sus padres biológicos que al de los padres adoptivos.
Un equipo dirigido por James Romeis, de la Universidad de St. Louis, presentó este año una investigación con veteranos de Vietnam, según la cual 50 por ciento de las modificaciones de peso en los adultos están condicionadas genéticamente.
Lo que está claro es que nuestros genes están diseñados para personas que se mueven mucho y que pueden atravesar épocas de necesidad.
Por eso, cuando se trabaja en una oficina y se tienen alimentos a disposición todo el tiempo, el programa de almacenamiento de grasa del cuerpo suele llevar al sobrepeso.
Estos programas formados a lo largo de la evolución tienen una influencia significativa en el peso, explica el sicólogo especializado en nutrición Volker Pudel, de la Universidad de Gotinga, en Alemania. "Sin embargo, no determinan un destino inevitable, dado que el peso también depende del entorno. Y éste -aunque con límites- sí puede ser decidido por las personas".
Hormonas de la saciedad
Pero, ¿por qué existen oficinistas delgados pese a que no practican deporte ni se someten a dietas?
También eso depende en parte de la herencia genética. "Los alimentos se metabolizan de diferente manera", explica Annette Schuermann, farmacóloga del Instituto Alemán de Investigación de la Alimentación (DifE), en Potsdam-Rehbruecke.
Los primeros principios fisiológicos del sobrepeso ya se detectaron: algunos obesos tienen una alteración en el receptor de la hormona que determina la sensación de saciedad. Las personas con este receptor de melanocortina alterado, por ejemplo no pueden percibir la señal corporal de saciedad y por eso engordan.
En otros -aunque se trata de muy pocas personas- está alterado el gen de la hormona de saciedad leptina.
La leptina producida por las células grasas tiene un papel importante en personas con sobrepeso, explica Schuermann. Cuanto más células grasas tiene una persona, más leptina produce. Pero el cuerpo no reacciona de forma suficiente a este reparto excesivo de la hormona, porque se volvió resistente.
"La hormona, por ejemplo, se liga peor al receptor, o la señal se transmite más debilitada". Por eso no se pueden detener las ganas de comer. Y con el paso del tiempo, es muy difícil esta práctica.
Pero no sólo el metabolismo de los alimentos y las ganas de comer están influenciados por los genes, sino también el gusto. Las personas con una variante genética determinada, por ejemplo tienen un rechazo a las coles o la espinaca. En ese caso, perciben más intensamente el sabor amargo, detectó el profesor Wolfgang Meyerhof, del DifE.
Aquellas que, sin embargo, no perciben para nada las sustancias más amargas, tienden, según el DifE, a ingerir más grasa y por tanto a aumentar de peso.
La investigadora cree que en el futuro serán útiles los tests genéticos para conseguir que las personas se alimenten correctamente. "En algunas décadas es posible que un médico ofrezca consejos alimentarios específicos si conoce el perfil genético", considera. "Y si conozco mis riesgos individuales, puedo hacer que mi forma de ingerir alimentos se vea influenciada por mi razón".