Usted está aquí: miércoles 27 de julio de 2005 Política Principio del doble efecto

Arnoldo Kraus

Principio del doble efecto

El título completo de este artículo debería ser: "El principio del doble efecto. Algunas reflexiones relacionadas con el ejercicio médico". El principio del doble efecto es una acción que tiene dos efectos, uno bueno y otro malo. Esta doctrina fue acuñada por Santo Tomás y elaborada posteriormente por los teólogos salmanticenses del siglo XVI. En medicina, como en cualquier profesión u oficio, toda acción debe sopesarse con sumo cuidado, ya que siempre existe la posibilidad de dañar. Primum non nocere -primero no dañar-, aconsejaba desde hace 24 siglos Hipócrates. Imbuidos en la magia de la biotecnológica, en la medicalización de la vida y en la despiadada comercialización de la medicina, esa idea debería ser hoy la oración que rija día a día todas las conductas de los médicos.

Muchos apartados en medicina deberían enseñarse "al revés". Por ejemplo, los doctores tendrían primero que aprender los efectos adversos de los fármacos antes que sus bonanza, deberían conocer los riesgos derivados de una interpretación inadecuada de una resonancia magnética y deberían sopesar la utilidad de los diversos exámenes que se duplican por doquier antes de solicitarlos y, por supuesto, antes de medicar. En suma: actuar a sabiendas que toda buena acción puede conllevar resultados negativos (primero no dañar).

El principio del doble efecto reúne cuatro condiciones:

La acción debe ser buena o, al menos, no mala; para algunos no mala es equiparable con indiferente o permitida.

La acción no busca producir malos resultados ni mal alguno.

El buen resultado no es consecuencia del mal. Es decir, no se usa un mal como medio para obtener algún resultado (para muchos éste es el punto de mayor importancia).

El resultado final es que lo bueno debe ser proporcionado. Es decir, las metas positivas deben ser mayores que los males acumulados como consecuencia de los actos.

El principio del doble efecto -también conocido como el principio del voluntario indirecto- pone de manifiesto que la inmensa mayoría de los actos conllevan incontables ambigüedades y problemas. Lo anterior implica que entre una decisión y otra debe elegirse la que más se apegue a la "mejor ética", o la que produzca el mayor beneficio, y el menor daño, en caso de que no exista la posibilidad de no afectar.

Dos ejemplos médicos ilustran bien algunas de las diatribas contenidas en el principio del doble efecto. ¿Qué debe hacerse cuando se presupone que separar a siameses conllevará "casi seguro" la muerte de uno y "casi seguro" la supervivencia del otro, a sabiendas de que sin separarlos ambos podrían vivir "muchos años", aunque en condiciones inadecuadas? Si se siguen las indicaciones de los cirujanos nada puede objetarse en relación a los tres primeros puntos, pero, ¿cómo responder al cuarto? Si el siamés que se salvó quedase con muchas deficiencias, haber inducido la muerte del otro parecería incorrecto, ya que las metas positivas no fueron mayores que las negativas.

Segundo ejemplo. En India es frecuente que los hindúes vendan órganos a extranjeros. El dinero obtenido de la venta puede ser suficiente para mantener a una familia por años -o al menos para impedir que mueran de hambre. Vender un riñón no suele modificar la vida del donante, pero al "donar" la córnea se pierde la visión del ojo. ¿Qué debe decirse de la acción del comprador, de los cirujanos implicados e incluso de la decisión del donante? ¿Es lícito? ¿Se viola "demasiado" la ética? Si se aplica el principio del doble efecto la acción puede leerse desde dos puntos de vista: es buena para el receptor -tendrá visión- y satisfactoria para el donador -alimentará a su familia-; sin embargo, es también mala para el segundo, pues perderá su visión; el resultado positivo para el receptor, desde el punto de vista médico, es consecuencia de un mal resultado médico para el donante, pero, desde el punto de vista humano, es peor enfermar o morir por desnutrición que perder un ojo. Finalmente, los frutos son óptimos para el receptor y los bienes obtenidos por el segundo deben balancearse: el valor de un ojo contra la urgencia del alimento.

El principio del doble efecto, aplicado a los ejemplos anteriores y a incontables situaciones médicas, ilustra bien la necesidad de equilibrar las decisiones médicas, aun cuando éstas sean aparentemente muy sencillas. Elegir entre hacer o no hacer, o entre tomar un camino u otro ("toda elección implica una pérdida", sostenía Schoppenhauer) sugiere que la mejor ética es la que más beneficios produce a todos los implicados.

Para lograr ese propósito, amén de contar con un mínimo de conocimientos, se requiere ser leal al enfermo -no venderse a las compañías farmacéuticas-, ser ético -tratar al paciente como a uno mismo- y siempre tener en mente los dos filos del principio del doble efecto.

 
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