Usted está aquí: martes 26 de julio de 2005 Cultura El futuro de la unidad política de Bolivia está en sus yacimientos de gas natural

LARGO VIAJE A OKINAWA

El futuro de la unidad política de Bolivia está en sus yacimientos de gas natural

Santa Cruz siempre ha sido rebelde ante el poder central de los Andes, afirma historiador

Los cruceños más ricos entre los ricos todavía no hacen florecer la arquitectura suntuaria

JAIME AVILES/ II ENVIADO

Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. Estaban conversando el viento y el Sol y echaban apuestas para ver cuál de los dos podía quitarle el sombrero y el poncho a un colla (indígena) que había bajado de su Ande pero no conocía las costumbres del Oriente (boliviano). El viento dijo: yo tengo el secreto. Y comenzó a soplar con toda su fuerza, revoleándole el poncho, pero el colla se agarraba la cabeza para no descobijarse y aguantaba hasta que el viento se cansó. Entonces dijo el sol: tu secreto no sirvió, ahora verás el mío. Y mandó sus rayos más calientes, rodeando la sombra del soportal donde el colla se refugió al sentir que lo estaba quemando la luz del cielo. El pobre quería tomar agua, tenía mucha sed, estaba sudando, y finalmente se quitó el poncho y se descubrió la cabeza.

-Lo que le quiero decir con esta leyenda cruceña es que, para educar a los collas, el ingenio vale más que la fuerza -me explica don Angel Molina Berrios, a quien su tarjeta de visita presenta como ''licenciado", ''gerente de auditoría" y miembro de la C.O.I.N (Compañía Consultora Integral), cuya lucidez octogenaria me ha atrapado en esta extraña conversación desde que entré en su negocio, averiguó mi nacionalidad y preguntó por ''ese escritor mexicano que explica sus ideas con dibujos", en clara alusión a Rius-. Tiempo atrás vivió aquí un cura español, muy preparado, que decía: cuando hablo con un colla coloco dos sillas ante mi escritorio; una para que se siente el que charla, otra para que se siente el que piensa, porque no es igual lo que dicen y lo que verdaderamente creen.

Bienvenido sea yo al discurso del racismo, pienso. De escaso pelo y bien cuidado bigote blancos, vestido impecablemente con una corbata color vino y un gastado traje azul, don Angel ha cumplido, me lo asegura, más de 50 años al frente de la modesta librería a la que vine en busca de un título anunciado afuera, en la calle 24 de septiembre, dentro de una caja de vidrio que hace las veces de aparador: ¿Independencia o autonomía? La disyuntiva de Santa Cruz? Su autor se llama Ismael Muñoz García y es, aparte de comentarista político en la prensa local, médico veterinario y director del zoológico Faena Sudamericana, orgullo de la ciudad.

El avión pirata

Son mis primeras horas en Santa Cruz, capital del departamento (estado) del mismo nombre y jefatura política del Oriente de Bolivia, una extensión de la Amazonia brasileña que se prolonga hacia el oeste hasta la precordillera de los Andes -la zona cocalera de Cochabamba pero también la de Vallegrande, en donde luchó y murió el Che-, mientras por el sur baja hasta las imponentes montañas de la frontera argentina. A diferencia del Altiplano, aquí la tierra es extraordinariamente fértil, pero el exitoso desarrollo capitalista impulsado por los cambas (criollos o ''blancos"), basado en la ganadería y los productos agrícolas de exportación, es un fenómeno tan reciente que los más ricos entre los ricos, por ejemplo, todavía no tienen zonas residenciales bien consolidadas, no han conseguido que florezca la arquitectura suntuaria de las gigantescas mansiones y sus principales hoteles de lujo, como Los Tajibos o el Camino Real, fueron construidos apenas en la década anterior.

Tampoco tienen sello propio los edificios públicos modernos -la sucia mole del Palacio de Justicia es espantosa-, o los monumentos cívicos, de los cuales destaco, para subrayar su precariedad, una glorieta que exhibe la chatarra de un tanque de guerra de los años 30, o el fuselaje de un DC-6, con sus viejos motores de hélice, expuesto en un parque para conmemorar una hazaña policiaca de los años 50, cuando unos contrabandistas fueron detenidos y despojados de esa aeronave que desde entonces los cruceños conocen como ''el avión de los piratas".

Desde la ventana de la habitación que alquilé -por 280 bolivianos o 35 dólares al día, con jacuzzi en la tina del baño, televisión por cable de 90 canales, alberca y desayuno incluidos- en el quinto piso del hotel Arenal, sobre la calle Beni, tengo a mis pies un manto de techos de dos aguas cubiertos de tejas rojas y en torno un cinturón vegetal bajo un cielo azul y un aire húmedo y fragante. Como pronto descubriré, ésta es la ciudad de los anillos, porque la traza urbana está organizada en cuatro círculos concéntricos que giran en torno de la plaza de armas, sobre cuyos costados conviven la catedral, el palacio de gobierno, un museo de artesanías regionales, una caricatura de mall y el influyente Club Social, que despliega a todo trapo una manta panorámica, pintada de verde y blanco, y dos enormes palabras entre inevitables signos de exclamación: ''¡Autonomía ya!"

Hay

Caminando rumbo a la cafetería Piccolo, la más concurrida del centro, equiparable tal vez a La Parroquia de Veracruz, encuentro dos pintas más, escritas con odio: ''¡Autonomía o muerte!" Sentado a una mesa de patas inestables (rasgo peculiar de este negocio al que volveré por obligación más que por gusto), pido un express cortado y un pañuelito de hojaldre relleno de crema -6 bolivianos o 75 centavos de dólar- y, sin darme cuenta, me sumerjo en la lectura de ¿Independencia o autonomía?, o mejor dicho, en su prólogo, a cargo de Carlos Dabdoud Arrien, un historiador local que parece tener muy claros los agravios históricos de los separatistas cruceños.

Santa Cruz, afirma, siempre ha sido rebelde ante el poder central de los Andes. Lo fue en 1568, a la muerte de Ñuflo de Cháves, su fundador español, cuando la ciudad nombró como gobernador a Diego de Mendoza ignorando las indicaciones del virrey del Alto Perú, Francisco de Toledo. Volvió a serlo de 1814 a 1816, cuando el coronel Ignacio Warnes proclamó la ''republiqueta de Santa Cruz", diez años antes de que Bolivia obtuviera su independencia en 1825. La expresión más reciente de esa tenacidad se produjo hace un semestre, el 28 de enero pasado, cuando más de 350 mil personas congregadas frente al cabildo (ayuntamiento) reclamaron autonomía y elección de prefectos (gobernadores), una demanda, esta última, que muy pronto, en diciembre, será realidad.

Durante los tres siglos de la dominación colonial española y más tarde, cuando nació como país, teóricamente ''soberano", Bolivia fue ante todo un enclave exportador de recursos naturales de los Andes, que le otorgaba escasa o nula importancia a estas tierras bajas, rodeadas al sur por Argentina, al este por Paraguay y al norte por Brasil. Para los políticos de La Paz, los llanos, los ríos y los bosques tropicales del Oriente eran simples mercancías canjeables. ''No tuvieron empacho en ceder territorio a países vecinos, sea por generosidad o por libras esterlinas. De un total de un millón 274 mil 95 kilómetros cuadrados que perdió Bolivia desde su fundación, 850 mil pertenecían a los territorios de Beni, Pando, Santa Cruz y Tarija", refiere el historiador Dabdoub Berrios, y pregunta: ''¿Cuál fue la reacción de los patriotas bolivianos ante estas pérdidas? Dijeron: nada se ha perdido porque no se ha tocado el macizo andino". Hoy, paradójicamente, el macizo andino ha quedado vacío de oro y de plata, después de 500 años de saqueo, y la riqueza, y con ella el futuro de este país como unidad política, está en los yacimientos de gas natural que corren por las venas de la tierra desde aquí hasta la húmeda y cálida Tarija en el norte de Argentina.

No sé por dónde comenzar a explorar este mundo; reanudo el vagabundeo observando la insistente presencia de las palmeras en las calles. Paro un taxi. Me siento junto al chofer de una camioneta Toyota que circula de milagro.

-¿Hay por aquí, señor, algún restaurante de comida china?

-Hay...

-¿Y... hay manera de que vayamos?

-Hay.

Pronto me habituaré a esta peculiaridad. El hombre -como 90 por ciento de los taxistas de Santa Cruz- es aymara, y cultiva la misteriosa costumbre de responder así, con una sola palabra.

-¿De dónde es usted?

-De Cochabamba, pero vivo hace 20 años acá.

Esa, comprobaré también con los días, es una muletilla que se repite invariablemente: los emigrados confiesan su origen extracruceño invocando al mismo tiempo su derecho a permanecer y trabajar aquí por el mérito de la antigüedad acumulada. No se defenderían de este modo, supongo, si no percibieran la amenaza de la discriminación racial.

 
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