Usted está aquí: martes 26 de julio de 2005 Política Universidades de investigación

José Blanco

Universidades de investigación

Entre sus mil ocurrencias, Andrés Manuel López Obrador ha dicho que va a crear 30 nuevas universidades públicas. Por supuesto, se trata de una necesidad más que urgente. Pero decirlo como AMLO lo ha dicho, es decir muy poco: ¿cuáles universidades, de qué clase de institución de educación superior (IES) está hablando? Es necesario que se acerque (que se acerquen todos los precandidatos) a este complejísimo mundo de las casas del saber, y se entere que las hay de muchos tipos.

¿Qué objetivos se buscan? ¿Se trata de ampliar la cobertura de manera significativa, dado que en México la proporción de jóvenes en edad universitaria que efectivamente está en una IES continúa siendo muy reducida? ¿Se trata de no quedarse al margen del futuro (la sociedad del conocimiento)?

Treinta nuevas universidades que eleven sustancialmente la cobertura requiere: que la absorción de estudiantes por el bachillerato de los egresados de la escuela secundaria crezca de manera sustantiva, porque hoy, ahí, tenemos un embudo; que, además, el número y tipos de bachillerato aumenten también notoriamente; que en el nivel bachillerato la eficiencia de egreso aumente (o la tasa de abandono se abata) significativamente; y que la demanda de nivel superior, por parte de los egresados del bachillerato se incremente (tal vez se duplique), porque es muy alta la proporción de los egresados del bachillerato que no demandan educación superior, sino que se incorporan con ese nivel de estudios al mercado de trabajo; es decir, aquí tenemos un nuevo estrechamiento agudo del embudo en que consiste nuestro "sistema" de educación. Si no ocurre todo ello, las 30 nuevas universidades serían un páramo desierto. Y para que todo ello ocurra sería ineludible una tasa sostenida de crecimiento de la economía de alrededor de 6 por ciento anual durante los próximos 25 a 30 años.

De otra parte, el escenario optimista apuntado es insuficiente para desatar la dinámica del crecimiento sostenido, si no ocurre que el país, además, pueda contar con otras 30 universidades de investigación o, al menos, logra inventar la forma de que esas mismas 30 universidades de masas puedan crear un espacio interno suficientemente fuerte y protegido que sean universidades de investigación.

La investigación social ha mostrado que pasamos por una crisis de época: una crisis estructural caracterizada principalmente por la simultaneidad de las dificultades de funcionamiento en las instituciones responsables de la cohesión social (crisis del Estado de Bienestar), en las relaciones entre economía y sociedad (crisis del trabajo) y en los modos de constitución de las identidades individuales y colectivas (crisis del sujeto).

Esta nueva configuración social fue descrita como postcapitalista para Peter Drucker, o postindustrial para Alain Touraine, o posmoderna para un conjunto de intelectuales vinculados al mundo de las artes o de la filosofía. Más recientemente comenzó a difundirse y aceptarse una visión de esta nueva configuración social basada en la idea de que el rasgo central de la nueva organización social consiste en que el conocimiento y la información están reemplazando a los recursos naturales, y a la fuerza de trabajo, como las variables claves de la generación y distribución del poder en la sociedad. Generar conocimiento es el corazón del presente y del futuro del desarrollo.

Irlanda o Finlandia, que son los dos últimos casos de países que salieron recientemente del subdesarrollo y se incorporaron a un desarrollo impetuoso (superior a la media de la Unión Europea), lo hicieron asumiendo sin ambages que vivimos hoy la era de la sociedad del conocimiento, y actuaron en consecuencia, multiplicando el nivel educativo de su población y generando conocimiento sin descanso en universidades de investigación.

Originadas en Alemania, pero pronto extendidas en muchos países del mundo, las universidades de investigación fueron fundadas para impulsar el desarrollo a través del conocimiento más avanzado y su vinculación con las economías y los sectores sociales que lo requerían como insumo indispensable. En estas universidades la estrategia se centra en la investigación, y ésta, al tiempo que genera conocimiento, forma cuadros de alto nivel y altas competencia en el posgrado; suelen organizarse a través de departamentos, y no en la organización napoleónica propia de nuestras instituciones actuales. Sus formas de articulación con la sociedad son las vías para lograr la distribución social del conocimiento.

En el caso de México, 30 universidades de investigación distribuidas a lo largo del territorio tendrían necesariamente que definir una vocación regional, y a ella vincular la investigación, la generación de conocimiento y su distribución social. Simultáneamente sería necesario que mantuvieran un equilibrio razonado entre ciencias e ingenierías, ciencias sociales, humanidades, e investigación tecnológica, y entre ciencia básica y ciencia aplicada.

 
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