Usted está aquí: lunes 25 de julio de 2005 Opinión RUTA SONORA

RUTA SONORA

Patricia Peñaloza

White Stripes (otra vez)

Ampliar la imagen Los White Stripes durante su pasado concierto en el Palacio de los Deportes, en M�co FOTO Archivo Foto: Archivo

QUE RETO TAN grande es grabar un nuevo disco después de haber creado dos grandes obras como han sido White blood cells (2001) y el impecable, casi perfecto Elephant (2003). Aún con el escalofrío que nos dejó la actuación en México de The White Stripes , con todo y el estreno de sus nuevas canciones cuando todavía no se publicaban, el dueto de Detroit emite su quinto álbum, Get behind me Satan (2005), con la promesa de bajarle al estallido hard-blues minimalista y ofrecer un intimismo acústico y diferente a lo antes creado por ellos.

EL RESULTADO ES una propuesta difícil de evaluar, no porque carezca de calidad, sino porque se trata del trabajo más denso, oscuro y ecléctico de "Las Rayas Blancas", en el que ciertamente hay delicadas y bellas novedades sonoras (sobre todo sus primeros cuatro tracks), dos que tres bienvenidas versiones de lo ya hecho (blueses explosivos del espacio, como Instinct blues; baladitas de guitarra acústica como As ugly as I seem, o progresiones armónicas gastadillas como la pegajosa My doorbell), que sin embargo no logran formar un todo cohesionado, y que aunque no queda por debajo de su predecesor, es casi un hecho que no figurará como un clásico (Elephant sí lo es), por no contar, de inicio a fin, con temas tan contundentes e imprescindibles.

AUN ASI, ES más un disco bueno que malo, que goza de instantes memorables en los que la afamada genialidad del multi-instrumentista y compositor Jack White y su austeridad como concepto base, salen a flote irremediablemente. Y si algo no se puede negar es que, paradójicamente, aun siendo tan elemental en su sonido, se trata de uno de los discos más finos y excéntricos del dueto.

MUSICALMENTE, JACK VUELVE a retarse, como hizo con Elephant tras White blood cells. En vez de amodorrarse en lo que le dará éxito comercial, inquieto busca seguir explorando caminos. Así, aún sobre el camino del blues, Jack retira a la guitarra eléctrica de su eje musical, instrumento en el cual es portentoso, para adentrarse en rugosos pianos, marimbas, xilófonos, y por supuesto guitarras acústicas. Por su parte, Meg White le baja a los platillazos para entrarle a los bongoes, las sonajas o hasta los timbales. De este modo, hay momentos bluegrass con todo y banjo (Little ghost, con la cantante de country Loretta Lynn ), y experimentos de blueses tropicalizados o digamos, amarimbados (The Nurse, gran canción, en lo sutil y fantástico; Red red rain a la hora del jam pesado).

EL "HERMANITO" WHITE adelantaría sobre este trabajo, que en él trataría de buscar el "ideal de lo que es verdad", y quizá se refiera a ofrecer canciones con un alto grado de inmediatez y sinceridad; crudas, desnudas, musical y líricamente; tanto, que el aire de la grabación pareciera más bien la de un demo. Pero he ahí el encanto y concepto preestablecido del álbum.

EN CUANTO A tono emocional, el humor negro y la melancolía críptica de Jack se recrudecen, para pasar de la paranoia a la confusión, del tormento amoroso al auto-vilipendio cáustico, incluyendo dos temas obsesionados con Rita Hayworth (White moon y Take, take, take): una vez que se pasó la cortinita divertida del sencillo Blue orchid (un funky-disco-garage, también distinta a lo hecho), viene una serie de cuartos sombríos, descarapelados, sin ventanas, sin más fornitura que un corazón, un viejo piano y una guitarra de palo. La voz aguda de Jack, siempre influenciada por la de Robert Plant , llega al alma como pocas veces y deja en claro que aunque en su título pide el respaldo de Satanás, éste lo deja solo con su "hermana", sin más verdad que su atormentada pero burlona condición humana.

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