Esther Ballestrino y María Ponce, desaparecidas durante la dictadura argentina
En emotiva ceremonia, sepultan a dos fundadoras de Madres de Plaza de Mayo
Las luchadoras, "símbolo de la vida contra la muerte, de la justicia contra la impunidad"
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Buenos Aires, 24 de julio. Las arrojaron hace 28 años al mar para desaparecerlas, pero los cuerpos de tres valientes mujeres, que en 1977 integraron la organización humanitaria Madres de Plaza de Mayo para exigir a la Junta Militar (1976-1983) que les devolviera a sus hijos, fueron regresados por las aguas a las costas argentinas.
Esther Ballestrino de Careaga, paraguaya; María Ponce de Bianco y Azucena Villaflor de De Vincenti, a quienes todos reconocen como la madres fundadoras, fueron secuestradas entre el 8 y el 10 de diciembre de 1977, junto con otras nueve personas, en la Iglesia Santa Cruz por un grupo de tarea de la Escuela de Mecánica de la Armada (Esma) que, dentro del mismo operativo, actuó en otros lugares.
Hasta abril de este año esos cuerpos, junto con otros seis que todavía no han sido identificados, estuvieron enterrados como "NN" en General Lavalle, después de aparecer en las playas de Santa Teresita, provincia de Buenos Aires, alrededor del 20 de diciembre de 1977.
Hace pocos días el equipo de antropólogos forenses confirmó finalmente que los tres cuerpos eran los de Esther, María y Azucena. Ellas, junto con el resto del grupo, fueron llevadas al mayor centro clandestino de detención y suplicios que fue la Esma, donde sufrieron torturas y luego fueron arrojadas vivas al mar, señalan dictámenes de los médicos.
Esa afirmación se constituyó en uno de los mayores testimonios del horror, cerrando el círculo perverso de secuestro, tortura, muerte y desaparición.
Por eso este día, en la misma iglesia de Santa Cruz, los cuerpos de Esther Ballestrino y María Ponce fueron sepultados -"sembrados", dicen sus hijos- durante una ceremonia muy íntima al mediodía. Villaflor será enterrada en su barrio, en una de cuyas calles la secuestraron la mañana del 10 de diciembre.
Esther se había unido a otras madres cuando buscaba a su hija Ana, de 16 años, casada y embarazada, quien vivió los horrores del centro clandestino de detención El Atlético, pero finalmente fue rescatada. No ocurrió lo mismo con el esposo de su hermana Manuel Carlos Cuevas, hasta hoy desaparecido.
Cuando encontró finalmente a su hija, Esther decidió seguir con el resto de las madres, al asumir que todos los desaparecidos "son nuestros hijos" y fueron ellas quienes inauguraron las rondas que comenzaron en la Plaza de Mayo, frente a la sede del gobierno nacional. Se ataron un pañuelo-pañal en la cabeza, como símbolo, y así desafiaron a la cruel dictadura militar que vivió este país.
"Este es el testimonio más grande que ellas han querido dejar. Volvieron tan obstinadas como cuando las corrían de Plaza de Mayo o las amenazaban. Ellas regresaron, como un milagro increíble, como una denuncia irrefutable para estar aquí y apuntalarnos en la lucha que continuamos en su nombre, para ayudar a nosotros y a nuestros hijos en la lucha por la verdad y la justicia", expresó Nora Cortiñas, de Madres Fundadoras.
Fue un acto intenso y conmovedor, un acto de amor, en el que testimonios y canciones desnudaron los recuerdos del horror y reivindicaron la memoria de los pueblos contra la impunidad.
Se recordó que ese 8 de diciembre se habían reunido en la iglesia para juntar fondos y publicar una carta abierta en los periódicos, en la que hacían reclamos a la dictadura y daban a conocer listas de desaparecidos. Entre el grupo se había infiltrado el capitán Alfredo Astiz, de la Marina, bajo el nombre falso de Gustavo Niño, diciendo que su familia había sido secuestrada. Azucena Villaflor, inclusive en la Esma, preguntaba qué había pasado a aquel jovencito que protegía como si fuera su hijo.
Esa noche, Astiz fue señalando a todos los que consideraba necesario "desaparecer", para acabar con el movimiento, y uno a uno los besó. Allí mismo fueron secuestrados, frente a varios testigos, acusando a las madres de "un tema de drogas".
Desde entonces nunca más se les vio. Sólo testimonios daban cuenta de su paso por la Esma, por los pabellones de torturas, como sucedió a las monjas francesas Leonie Duquet y Alice Domon, hasta hoy desaparecidas.
De ese mismo grupo continúan desaparecidos Angela Aguad, Raquel Bulit, Horacio Elbert, Julio Fondovila, Gabriel Horane, Remo Berardo y Patricia Oviedo.
Hoy fue un día muy especial en la Iglesia Santa Cruz. Frente al gran altar pasaron los hijos dando testimonios, leyendo cartas de amor que escribieron en varios momentos a sus madres perdidas y cada palabra significaba un desgarro para los cientos de asistentes a la ceremonia, que colmaron el lugar y estaban también en calles aledañas.
En el altar colgaron pancartas, en las que se leía: "la impunidad no será eterna", "la verdad nos hará libres" y "juicio y castigo para los culpables".
Fue conmovedor el relato de una joven secuestrada a los 11 meses y llevada a un hospital de niños abandonados. Y de ahí, luchando contra jueces y militares, pudo rescatarla su tía María Ponce, antes de que la entregaran, como hicieron con otros niños robados, a sus padres desaparecidos.
"Ella dio su vida por nosotros", manifestó la joven.
"Nuestras madres, incansables luchadoras, no pudieron vencer a la muerte, pero en su obstinación pudieron vencer el olvido. Ellas regresaron por el mar, con ese mismo amor incondicional con que lucharon, para decir aquí estamos, hemos derrotado a los asesinos. Hemos regresado para señalarlos", dijo una.
También pasaron jóvenes rescatados por las Abuelas de Plaza de Mayo, como Fabio, de Hijos de Desaparecidos, quien con la voz quebrada recordó que con estos cuerpos, con esta obstinación de las Madres, se recuperaban la identidad, la historia y la vida. "Ellas llegaron por las aguas de regreso, como el sol sale cada día para alumbrarnos. Sus cuerpos llegaron para no dejarnos solos en la pelea por la justicia", aseveró.
Ahí también se denunció que el entonces embajador estadunidense en Argentina, Raúl Castro, había informado al Departamento de Estado, en marzo de 1978, que unos cuerpos aparecidos en las costas argentinas podían ser los de las Madres Plaza de Mayo, secuestradas en diciembre de 1977. "Así lo plantean documentos desclasificados, pero nunca dijeron nada. Por eso pedimos castigo para los responsables intelectuales, directos y los cómplices."
Muchos hablaban hoy de un "milagro de la vida venciendo a la muerte". Las canciones -varias de León Gieco- fueron entonadas por todos, y nadie disimulaba las lágrimas.
Luego se leyeron los nombres de los desaparecidos en aquellos días, y se pidió a cada familiar que dijera el nombre del suyo. Un atronador "presente" respondía cada vez. Finalmente fueron repartidas rosas rojas, que al culminar la ceremonia fueron depositadas sobre las lápidas, en aquel lugar donde descansan Esther y María como un símbolo. Pero "un símbolo de la vida contra la muerte, de la justicia contra la impunidad".