Democracia: las bases de la seguridad
Cuando se discute o analiza la compleja problemática de la seguridad pública, en la mayor parte de los casos se hace desde posturas circunstanciales (casi anecdóticas) o bien para calificar la situación antes que comprenderla. Descalificar o ensalzar a las autoridades no ayuda en la construcción de una agenda que promueva la participación y coordinación social. Nuevamente, a raíz de los acontecimientos en las ocho ciudades donde se aplica el programa México Seguro y del secuestro del entrenador del equipo Cruz Azul, la incertidumbre respecto del futuro vuelve a campear. La situación en que vivimos se agrava.
Poco han contribuido aquéllos y otros hechos a propiciar en la conciencia de los funcionarios. El constante deterioro de las condiciones en que se imparte justicia en el país, sea a nivel local o federal, la maraña de trámites y confusión de responsabilidades, por citar dos ejemplos, no se observan previsiblemente el diseño y aplicación de políticas públicas que sobrevivan a la coyuntura. Así, la continuidad del mismo México Seguro dependerá, de forma paradójica, de que la situación se mantenga crítica o se agrave. También por lo que hace a la coordinación de mandos, a la unificación de criterios y leyes que acoten e inhiban las actividades delincuenciales no se prevén propuestas ni soluciones en lo que resta del sexenio de presidente Fox ni en el gobierno de la ciudad de México.
¿Qué sucede que poco o nada se puede hacer frente al problema de la seguridad pública? Las perspectivas de que el tema sea retomado por los candidatos a la Presidencia de la República deben evitar en lo posible posturas banales o simplistas. Esto es, suponer que con acciones personales o exhortos se propiciarán descensos en los índices en la comisión de delitos. Se requiere, pues, de planteamientos que acerquen a la ciudadanía en la participación de la solución de los problemas. Que la denuncia anónima, por ejemplo, quede plenamente garantizada y sea utilizada con responsabilidad y sensatez. El incremento de la violencia y la delincuencia allana el camino para acciones autoritarias que irán en contra de las libertades ciudadanas. Ya se ha visto en Londres, donde en aras de preservar la seguridad de los usuarios del metro, ser sospechoso queda al libre criterio de cualquier policía. Los más afectados por los atentados terroristas son las minorías étnicas pacíficas, que promueven en verdad la convivencia entre credos y civilizaciones.
De manera análoga la comisión u omisión de las autoridades en materia de seguridad pública terminará por incubar, de seguir la tendencia, soluciones radicales donde, como sucede a lo largo de la historia, sólo los que cuenten con las posibilidades podrán garantizar su tranquilidad; la democracia observará, dejemos de lado los montos del financiamiento a las campañas, auténticos cuestionamientos en cuanto a su utilidad y oportunidad para dar a los ciudadanos comunes las condiciones para desplazarse a sus trabajos, escuelas o actividades cotidianas. Esas autoridades electas mediante un sistema comicial confiable y aceptado por los contendientes no tendrán sentido ni lógica si no se procuran resolver las condiciones de vida bajo las cuales se desarrolla la sociedad. En sus mandatos el accionar de los equipos de trabajo y los programas aplicados serán evaluados en la siguiente cita en las urnas. No hay sorpresas, no hay magia: es la democracia en la era de las sanciones propias de un plebiscito.
El voto será, y ojalá siga siendo, el principal recurso con el que contamos los ciudadanos para externar que las acciones de los gobernantes son sometidas al escrutinio de cómo se desempeñaron. La oportunidad para gobernar es solamente una y por eso hay que llegar preparados con equipo y propuestas para no improvisar y suponer que México se aniquila o inventa cada seis años. En este siglo XXI, cuando el tema de la inseguridad puede convertirse en un estilo de vida que prohije la desconfianza, la intolerancia y la incertidumbre, la herida a la democracia será mucho mayor que videos o declaraciones vacuas, que acusaciones o revelaciones de escándalo. Lo verdaderamente peligroso es acostumbrarnos a que así son las cosas y punto.
Por eso las propuestas que se hagan en materia de seguridad pública requieren de planteamientos a la vez de integrales, con alto grado de aplicación con efectos visibles (diríamos inmediatos) que promuevan una nueva relación con las leyes y las autoridades. Las perspectivas son razonablemente buenas mientras exista un compromiso, verificado, de que quienes quieren gobernar saben hacerlo.