Don Quijote visita el Cereso de San José el Alto
Reclusos del penal queretano ponen en escena adaptación de El hombre de la Mancha
Ampliar la imagen En primer plano, los actores: un grupo de internos que purgan sus condenas; al fondo, guardias armados vigilan la escena FOTO Mariana Norandi Foto: Mariana Norandi
"Bienvenidos, pasen, pasen. Que se diviertan y disfruten la función." Cualquier persona que escuche estas palabras rápidamente relacionaría este trato con el que normalmente se recibe a la entrada de un teatro, y más lo vincularía si esta acogida va acompañada de un programa de mano.
Pero si esas palabras son pronunciadas después de pasar un registro en el que se debe dejar identificación oficial, objetos de valor, llaves, cámara fotográfica y celular; dos retenes de seguridad; rejas, laberínticos pasillos, y de tener en el estómago esa extraña sensación que sólo brota cuando se está bajo un férreo control, el panorama cambia.
Sí, en definitiva no es un teatro. Faltan el telón, las butacas, la cafetería, la libertad de entrar y salir cuando se desee, y, como peculiar requisito, no se puede acceder vestido con ropa negra, porque es el color de los uniformes de los custodios. Sí, no es un teatro, es una prisión o, para decirlo más suave: un Centro de Readaptación Social (Cereso). Exactamente el de San José El Alto, Querétaro.
Son las 19 horas. Atrás quedó ese ruido inconfundible y escalofriante que producen las rejas al cerrarse. Se pasa por un gran patio, en cuyo acceso lateral hay una iglesia y una cancha deportiva hasta llegar a un espacio en el que se han colocado un toldo, unas pequeñas gradas y unas cuantas sillas. Se siente ese frío típico de los espacios aislados. La zona está vigilada por numerosos guardias armados. Al fondo, como referente inexorable de la falta de libertad -un estandarte de control-: la torre de vigilancia.
La cita es familiar, pero al mismo tiempo poco común. Se trata de una representación de teatro para reporteros y críticos. Sí, otra vez se disfrutará de una puesta en escena, sólo que ahora no es un foro convencional, sino una cárcel, y los actores no son profesionales, sino reclusos que cumplen condenas por causas justas o injustas. Pero ese dictamen ya no corresponde al crítico de arte, sino al sistema jurídico.
Se trata de la versión libre de El hombre de la Mancha, obra musical de Broadway escrita por Dale Waserman y Match Leigh, misma que el director y dramaturgo Arturo Morell tituló Don Quijote: un grito de libertad. Es la tercera vez que la monta en un Cereso. La primera fue en Morelos, luego en Tlaxcala y ahora en Querétaro.
El programa de mano informa que esta versión de El hombre de la Mancha se escenifica con el apoyo del gobierno de Querétaro, la Dirección General de Prevención y Readaptación Social del estado y la Fundación Voz en Libertad, que preside Arturo Morell. Aparecen fotos de los actores. En ellas se indican nombres, pero no apellidos. Anuncian la tercera llamada...
Cuatro jaraneros, a ritmo de huapango, presentan el espectáculo. Sus décimas elogian la figura del Quijote, en el año en que se cumple el cuarto centenario de la primera edición de la célebre novela de Miguel de Cervantes Saavedra. "Llegó el Quijote y a más de 190 nos cambió la vida", dice uno de los versos.
Se retiran los jaraneros. Entra la banda de música vestida de blanco. Comienza la función. En escena, 150 actores. Bailan, cantan y se emocionan con las aventuras de don Quijote como si fueran histriones profesionales. Son mujeres procedentes del Cereso femenil, adolescentes del centro tutelar y, la gran mayoría, hombres de los Ceresos de Jalpan, San Juan del Río y San José El Alto.
Esta versión de El hombre de la Mancha relata el encarcelamiento de Miguel de Cervantes por la Inquisición en una prisión de Sevilla. El literato cae cautivo y entre sus pertenencias los presidiarios encuentran el manuscrito de el Quijote.
Cervantes se dice inocente y propone enjuiciarse por medio de la representación teatral de su novela. Los presidiarios acceden y reviven la figura de el Quijote, personaje que los conquista por su forma de ver la vida.
Pasados los primeros 15 minutos, el público se olvida de que está en una prisión. Sólo cuando la mirada se desvía hacia la torre de control, la magia del teatro se empaña con polvos de realidad. Pero es tan intenso lo que ocurre en el escenario que la magia teatral se impone, se difuminan los límites entre locura y cordura, libertad y esclavitud... Don Quijote cabalga de nuevo...