Usted está aquí: martes 19 de julio de 2005 Opinión Al Duyail

Pedro Miguel

Al Duyail

Saddam Hussein irá a juicio en breve. Ha pasado año y medio desde que el antiguo hombre fuerte de Bagdad fue capturado por los invasores de su país y exhibido ante el mundo, sucio y piojoso, como un animal de feria. La primera acusación formal tendrá que ver con la masacre perpetrada en Al Duyail (unos 60 kilómetros al norte de Bagdad), como una venganza colectiva del régimen contra esa población de mayoría chiíta por un intento de asesinato contra Saddam. Hay diversas versiones sobre lo acontecido ese 8 de julio de 1982, pero todas coinciden en dos cosas: que un grupo local de opositores, furiosos por la decisión del ex dictador de iniciar una guerra contra Irán, trataron de asesinarlo, y que en respuesta un número indeterminado de habitantes de Al Duyail (50, según algunos; 160, de acuerdo con otros) fue exterminado. A algunos los mataron a tiros momentos después del atentado; a otros -ancianos, mujeres, hombres y niños- los mantuvieron presos por años, en condiciones infernales y bajo tortura sistemática, y muchos fueron, a la postre, condenados a muerte.

La masacre de Al Duyail no es el peor pecado de Saddam: dos años antes había emprendido contra Irán una guerra estúpida que dejó más de un millón de muertos. También bombardeó a los kurdos con gases venenosos, ordenó el asesinato de muchos de sus colaboradores y pretendió robarse el emirato de Kuwait, decisión demencial que provocó la primera destrucción de Irak, bajo las bombas de los aliados encabezados por Bush padre, en 1991. Tras perder esa guerra, Saddam ahogó en sangre una revuelta de chiítas en el sur del país. Son famosos los centros de detención, tortura y exterminio de reales o supuestos opositores políticos establecidos por el ex tirano, y proverbial la forma cruel, arbitraria, patrimonialista y corrupta en que manejó el poder público en su infortunado país. Todo eso es cierto y está documentado.

Está documentado también que, en la época en que tuvieron lugar la guerra contra Irán, la masacre de Al Duyail y el exterminio de kurdos, Saddam Hussein era aliado de Estados Unidos, cuyo vicepresidente se llamaba, por entonces, George Bush. Año y medio después de ocurridos los asesinatos en masa en el poblado chiíta y antes de que los kurdos fueran gaseados, Donald Rumsfeld, enviado especial del presidente Ronald Reagan, y por entonces director de la multinacional farmacéutica G. D. Searle & Co, fue a Bagdad y se entrevistó con el gobernante local y con varios miembros de su gabinete. Por entonces Washington estaba al corriente del arsenal químico iraquí y de su empleo contra iraníes y kurdos, pero el representante estadunidense no dijo ni una palabra al respecto. Lo suyo era un viaje de negocios, en el que Rumsfeld -el secretario de Defensa más joven de su país, en tiempos de Gerald Ford, y ahora, el hombre más viejo que haya ocupado ese puesto- habló con los sátrapas iraquíes sobre "temas de interés común" (la necesidad de derrotar a Irán, por ejemplo) y sobre vías alternativas para trasladar el petróleo del país árabe a territorio estadunidense. La Casa Blanca otorgaba a Irak créditos blandos por medio del Export-Import Bank, financiaba los envíos de productos agrícolas al país en guerra y proveía a Bagdad con inteligencia militar y pertrechos bélicos. Un ejemplo de la hipocresía de Washington fue la autorización para vender a Irak helicópteros Bell, condicionada a "que no sean configurados de ninguna manera para uso militar", limitante curiosa, porque el comprador oficial de los aparatos era el Departamento de Defensa del país árabe.

En ese contexto es entendible que la Casa Blanca de Reagan y de Bush padre no se haya dado por enterada cuando los esbirros de Saddam asesinaron a decenas o cientos de habitantes de Al Duyail: las víctimas eran chiítas, y en ese tiempo a Washington no le gustaban los chiítas. Estos habían hecho una revolución islámica en Irán y habían desafiado al imperio. A tanto llegó el apapacho que, cuando Teherán denunció ante la ONU el uso de armas químicas por parte de su adversario, la diplomacia estadunidense maniobró para impedir que el organismo adoptara una resolución condenatoria contra Saddam.

Ahora los mismos que consentían al ex dictador y le toleraban sus atrocidades, lo mantienen bajo resguardo y hacen como que lo entregan a un gobierno títere para que lo juzgue por sus crímenes. Todo es una farsa. Hace unos días el ministro de Justicia del régimen de los marines, Abdul Hussein Shandal, dijo que sus amos intentan postergar los procesos legales contra Saddam y sus ex colaboradores porque "al parecer, hay muchos secretos que desean esconder". Y tiene razón. El viejo tirano asesinó disidentes, eliminó adversarios, provocó una carnicería entre su país e Irán y encarceló, torturó y masacró a su propio pueblo con la ayuda inestimable de Bush padre, de Donald Rumsfeld y de otros altos integrantes de la mafia que gobierna, hoy en día, en Estados Unidos. No hay modo de que Estados Unidos no aparezca como cómplice de Saddam en el juicio que se avecina .

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