Usted está aquí: lunes 18 de julio de 2005 Opinión Turismo y desarrollo sustentable

Iván Restrepo

Turismo y desarrollo sustentable

España es, después de Francia, el país que recibe mayor número de turistas en el mundo: 53 millones de personas. Es una actividad que le deja ingresos cuantiosos. El turismo que le trae más visitantes es el tradicional de sol y playa: concentra más de las dos terceras partes de la industria. Sus ciudades costeras cuentan con amplia infraestructura hotelera y de servicios, activa virtualmente todo el año. Recientemente se agregó otro turismo muy cuestionado por el consumo de agua y el uso de plaguicidas, pero que deja divisas provenientes de un sector con altos ingresos: el de los jugadores de golf.

No quiere decir esto que otros sitios ubicados fuera del litoral no interesen a los visitantes, como Madrid, Barcelona, Granada, Sevilla, Córdoba, Toledo y Santiago de Compostela. En ésas y otras ciudades es muy importante el turismo cultural, el que disfruta de monumentos, museos y sitios históricos. En Granada, más de 2 millones de personas acuden cada año a La Alhambra. Una cantidad parecida visita la Sagrada Familia, de Gaudi, en Barcelona, y la parte antigua de Toledo. Cerca del sitio que muchos consideran el más bello de España, Santillana del Mar, mil personas al día, en promedio, recorren la réplica de la Cueva de Altamira, construida hace cinco años al cerrarse la original a las visitas masivas para evitar el deterioro de la joya por excelencia del paleolítico.

Pero en la península ibérica hay signos de que la fórmula sol y playa no garantiza el crecimiento deseado en número de visitantes y divisas ante la competencia de otros países mediterráneos. Además, el gasto promedio por persona no aumenta. En cambio adquiere cada vez mayor importancia el turismo que disfruta la naturaleza, el paisaje y la comida tradicional. Si se plantea en su justa dimensión, no depreda y crea fuentes de trabajo en sitios que, a pesar de su belleza y singularidad, muy pocos visitan. Los ingresos generados sirven para garantizar la existencia de la rica fauna y flora locales y el buen estado de construcciones, a veces centenarias, en peligro de desaparecer por falta de mantenimiento. El que el turismo de la naturaleza muestre más dinamismo se debe también al apoyo que desde Madrid se brinda a los programas elaborados por poblados y regiones.

Aunque México es megapotencia biológica y cultural, su turismo rural está en pañales. En la reciente Expo de Aventura y Ecoturismo se ofrecieron datos que muestran el abandono y la desidia oficiales hacia una actividad que podría coadyuvar a sacar de la pobreza a muchas comunidades y a conservar su patrimonio natural y cultural. El turismo de la naturaleza genera 20 por ciento de los ingresos turísticos en el mundo, pero en México no llega a uno por ciento. Mientras en Estados Unidos representa ingresos por 16 mil millones de dólares, 2 mil en Puerto Rico y casi mil en Costa Rica, aquí apenas llega a 60 millones de dólares, que por lo general no se quedan en las comunidades, sino en las agencias de viajes, concesionarios de sitios únicos (como los cenotes en la península de Yucatán o el cañón del Sumidero, en Chiapas) y demás "prestadores" de servicios.

No falta el funcionario y el empresario que piensan que el ecoturismo consiste en levantar lujosos hoteles en medio de zonas privilegiadas por la naturaleza y emplear de jardineros, choferes y aseadoras de cuartos a la mano de obra local. Si es indígena mejor, por aquello del "exotismo". Los costos de esta falsa visión son el descrédito y la desconfianza de las comunidades con potencial turístico. Con la paradoja de que donde viven los más pobres se localiza la mayor riqueza biológica y el paisaje de mayor belleza.

Tal parece que en este sexenio el turismo y el desarrollo sustentable en el agro se limitaron a la compra-venta, a precio de ganga, de terrenos nacionales, comunales y ejidales; o a dar en franquicia a Baja California. No hubo programas ni recursos para hacer realidad los proyectos de los grupos campesinos e indígenas. El sexenio del cambio se esfuma y en ecoturismo, como en muchos otros aspectos de la vida nacional, el gobierno y los empresarios no supieron tomar el camino correcto.

 
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