Usted está aquí: sábado 16 de julio de 2005 Cultura Los frutos de la música trasterrada

Los frutos de la música trasterrada

El panorama musical de Occidente se ha enriquecido en lustros recientes con una aportación cultural impresionante, derivada de uno de los fenómenos cruciales de nuestra contemporaneidad: la migración.

De unos años a la fecha los ojos melómanos se han abierto al descubrir la creciente población de ojos rasgados en las mejores orquestas del planeta.

Grandes maestros japoneses, chinos y coreanos forman pléyade con una nueva minoría sumamente influyente en el imperio estadunidense: los asian-americans, ciudadanos de primera generación entre quienes figuran ahora instrumentistas de niveles de calidad estratosféricos, aunados a músicos de generaciones anteriores. Juntos han revitalizado el mundo de la música de concierto de maneras formidables.

El caso de la violonchelista Han-Na Chang ilustra lo anterior. Iniciada a los tres años de edad en la música, deslumbró al mundo a los 12, cuando debutó en su natal Seúl dirigida por Giuseppe Sinopoli con la Dresden Staatskapelle. En adelante, los nombres de los grandes directores de orquesta y las mejores orquestas del planeta son comunes en la agenda de esta niña-celebridad.

También a los 12 años de edad grabó su primer disco como solista, con la Sinfónica de Londres dirigida por Mstislav Rostropovich, mentor de la pequeña. Su segundo disco lo grabó a los 15 años con Sinopoli y el tercero a los 17 con Leonard Slatkin.

Su nueva grabación, titulada simplemente Prokofiev (EMI Classics) es todo un acontecimiento musical. Contiene dos partituras magistrales de Serguei Prokofiev (1891-1953): su Sinfonía concertante para chelo y orquesta (antes conocida como el Segundo concierto para chelo de este autor) y la Sonata para violonchelo opus 119.

El director es a su vez una joven celebridad: el ítalo-estadunidense Antonio Pappano, quien se pone a la batuta y al piano sucesivamente en las obras de este disco formidable.

La consolidación de la continuidad cultural, del traspaso de estafetas que significa la emergencia de los maestros orientales en el mundo concertístico occidental (Zeiji Ozawa, Kent Nagano, Zuohuang Chen en México, et al) queda patente en este disco por distintas circunstancias, la fundamental de las cuales es la elección, extraordinaria, del repertorio.

Tanto la Sinfonía concertante como la Sonata para violonchelo fueron escritas por Prokofiev para su discípulo Mstislav Rostropovich, quien al igual que ha hecho con las partituras fundamentales de su maestro Dmitri Shostakovich, ha preservado este legado y se ha asegurado de su difusión cabal, digna.

Confiar estas partituras a su joven alumna Han-na Chang evidencia en Rostropovich un gesto de continuidad, de relevo generacional en busca de la garantía de futuro para estas obras que, al igual que las de Shostakovich, sufrieron el acoso inhumano del estalinismo.

Estas obras maestras de Prokofiev suenan, en manos de la jovencita Chang, en su completo esplendor. Más allá de las dificultades técnicas y sus resoluciones virtuosísticas, esta música acusa su transparente nobleza de espíritu.

Pablo Espinosa

 
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