El cantante se presentó ante internos y familiares en el Cereso Mil, de Guanajuato
¡Muchas gracias, cabrón, por sacarnos un rato de este pinche infierno!, grita un reo a Lupillo
Valle de Santiago, Guanajuato, 15 de julio. La voz salió desde lo más profundo del corazón de un preso: "¡Muchas gracias, cabrón, por sacarnos un rato de este pinche infierno!" Un silencio, luego unas risas; después, aplausos. Las palabras tenían como destinatario el cantante Lupillo Rivera, quien acudió el pasado jueves al Cereso Mil de esta población a ofrecer un concierto para los internos y sus familiares. En total, para aproximadamente 2 mil personas, en un acto organizado por la radiodifusora 102.3 FM Fiesta Mexicana, que los reos escuchan en sus respectivas celdas.
Las puertas, los cerrojos, los controles, las miradas, los registros, mostrar y dejar credenciales, caminar por donde se señala sin salirse de la ruta, portar un gafete, no rebasar las líneas blancas, estar en un lugar especial. Los altos muros, las torres, las miradas de soslayo. A las 17:05, por unas bocinas viejas se escucha decir: "¡Con ustedes, la Banda Vientos de Jalisco!". Es la prueba de sonido. En las partes superiores de los edificios que rodean el patio grande, decenas de vigías hacen su trabajo: no perder detalle, no descuidar los movimientos de los ahí reunidos.
Acabada la primera melodía, de nuevo de las bocinas color negro, grandes, abolladas, la voz en off se desgañita y presenta al "nuevo ídolo de la música mexicana: Lupillo Rivera", quien aparece entre aplausos, algunos tímidos, de ese conglomerado estandarizado por la ropa pobre, los zapatos tenis que pretenden ser modernos, el color caqui. Para identificarse, para buscar la sintonía, el artista oriundo de La Barca, Jalisco, porta un traje de preso, pero con unos zapatos tipo minero de evidente buen precio.
La vestimenta fue una concesión de las autoridades. Como en sus conciertos recientes, la lista de temas abre con Qué tal si te compro. Bailan las parejas, tan sólo una cuantas. Es el principio y hay cierta timidez. Natural. El encierro mata, entume. Los horarios de un interno son estrictos y no hay alma que soporte eso. El más gallo se doblega; es cosa de tiempo, que es lo más valioso y que no retoña.
Del fuero común
"Mad dog", tal es el estampado en la camiseta del hijo de un preso. Se le pregunta qué hace ahí. Sus ojos tristes, tan tristes como pueden ser los de un niño con un padre en la cárcel, se abren y apenas alcanza a decir "... no... no". Lo mismo pasa con otro infante, cuyas ropas reflejan el empobrecimiento progresivo, por el difícil sostenimiento de los gastos de la casa.
Hay algunas presas. La población del Cereso Mil es de mil 250 internos, con un área donde hay 100 mujeres. Cincuenta por ciento están ahí por delitos contra la salud; el resto, por homicidos o robo, o ambos. "Del fuero común". Allá, a lo lejos, se divisa una sección rodeada de rejas y rejas. "Es el área de los de mayor peligrosidad". Suena Despreciado, que es coreada por "los guardados", como se les llama; también se les dice "encanados".
El sol cae a plomo y no hay ni una sombrita. Los más se protegen con la visera de su gorra. Canta Lupillo El barzón y, al ver la algarabía, comenta que "lo único que falta es una cerveza". Sí, pero en la cárcel inclusive el agua es un lujo. El calor es inclemente y hay quienes boquean cual peces fuera del agua. Es un tíbiri sin alcohol. Y eso es una paradoja. Hay presos viejos. Cruzan sus manos por detrás. Observan con sus ojos rodeados de arrugas. Hay nubes, pero muy altas.
"¡Chino!", le gritan a Lupillo, que no es calvo natural, pero se presenta pelón, a rape.
Interpreta Sin fortuna, que se adapta a la realidad de los ahí presentes. Todos son pobres. "No hay ricos aquí". Es la marca de la penuria. Los linderos se marcan con cintas amarillas con la palabra "precaución". Lupillo lee recados escritos por los presos en pedazos de papel, en vasos de unicel, en envolturas de cigarro, en trozos de cartón. "Aquí me mandaron un fax", bromea Lupillo. La mayoría son saludos. Como para El Yogui, para los del dormitorio 2, para Carmen... Se oye Copa tras copa. El patio semeja el espacio de El Rayo de Iztapalapa o el Santa Fe. La cárcel ha puesto a prueba la unidad familiar y algunos presos están solos. No se tienen ni a ellos mismos. Están en manos del Estado. "¡Salud para la Polla y el Pollo!".
Ya para esa hora, las 17:40, la timidez inicial se ha perdido y más presos bailan con sus parejas. Es música de banda para la banda más bandosa, más bandida. "No vale nada la vida, la vida no vale nada".
El coordinador de seguridad del penal, "sólo Fernando", expresó que este tipo de actos "trae como consecuencia que la población esté más tranquila y que convivan con la familia. Este centro tiene cinco años de fundado. En estos momentos los presos son felices; claro que hay de momentos a momentos".
Lupillo se despide con Arboles de la barranca y gritos de "¡otra, otra, otra!". Sale entre aplausos. Al final, unos se van y otros se quedan, pero detrás de las rejas.