DESAFIO DE UNA COSMOVISION
La nación seri, un paraíso calcinante de desierto, mar, cultura y autonomía
Pobladores originarios de las costas de Sonora y nómadas hasta hace menos de un siglo, se salvaron del exterminio
Hoy resignifican su existencia de cara a la globalización
Ampliar la imagen Mujer seri durante la recolecci�e pitayas en la comunidad de Punta Chueca, Sonora FOTO Jos�arlo Gonz�z Foto: Jos�arlo Gonz�z
Punta Chueca y El Desemboque, Son. Aquí, donde se juntan el mar y el desierto, es el territorio de la nación seri. Es un paraíso calcinante que los vio arribar, integrarse y expandirse como etnia desde tiempos inmemoriales; después, ser perseguidos, estar al borde de la extinción y pasar, no hace ni un siglo, de la vida nómada a la sedentaria.
Este paraíso es además el escenario actual de un proceso de transformaciones culturales seris que no desea excluir ciertos aspectos de la globalización, pero tampoco la cohesión comunitaria, la identidad y las reivindicaciones autonómicas que marcan una explícita diferenciación de ellos con ''los mexicanos".
Primera luna nueva del verano
Durante el 30 de junio y el primero de julio las autoridades tradicionales de los seris o comcá'ac de Punta Chueca y El Desemboque, las dos únicas comunidades de este pueblo indígena de entre 700 y 900 personas en total, encabezaron la celebración del Año Nuevo tradicional, que llega con la primera luna nueva del verano.
''La fiesta del Año Nuevo seri ha sido consolidada como un espacio escénico donde los símbolos de orgullo y desafío de esta cultura hacia Occidente se han desplegado con mayor intensidad", dice el etnólogo Rodrigo Rentería, y agrega:
''Esas dos noches la nación comcá'ac celebra su persistencia y desafía lo venidero.''
Presenciar la fiesta del Año Nuevo seri ha sido como abrir una ventana para otear el complejo entramado cultural, económico, político y social de los comcá'ac, palabra que quiere decir ''la gente". Según una de varias versiones, ''seri" es un vocablo yaqui que designa a la ''gente de la arena".
La fiesta se pudo apreciar gracias a la invitación del cuarteto de rock seri Hamac Caziim (Fuego Nuevo), el cual dio dos conciertos en la ciudad de México hace más de un mes (La Jornada, 21 de mayo de 2005), y de un grupo de trabajo de la Dirección General de Culturas Populares e Indígenas que viajó allá, encabezado por la etmusicóloga Aurora Oliva y el promotor triqui y director del Museo Nacional de Culturas Populares, Marcos Sandoval.
''Modernidad" acechante
Aquí, en este paraíso de la costa de Sonora, en el Golfo de California o Mar de Cortés, en 211 mil hectáreas otorgadas por decreto presidencial para su uso exclusivo hace tres décadas, incluida la isla del Tiburón, la más grande del país, los comcá'ac se adaptan a la vida sedentaria a la que fueron orillados poco a poco.
Ya casi no practican la caza y se ha reducido la recolección de frutos y semillas del desierto, pero aún dependen en gran medida de la pesca, que ahora comercializan mediante una cooperativa surgida durante el gobierno de Lázaro Cárdenas.
A los visitantes les venden sobre todo collares de conchas, caracoles y semillas, figurillas de animales en palo fierro y piedra, canastas tradicionales o coritas y paseos en sus lanchas de motor.
Las antiguas y pequeñas viviendas seris de arcos de ramas de ocotillo y cubiertas de yerbas, llamadas haco ahemza, ya sólo se utilizan en las festividades.
Desde hace algunas décadas la mayoría habita casas construidas con bloques de cemento y otros materiales ''modernos", calurosas en verano y frías en invierno.
Como nómadas, los comcá'ac gozaban de libertad de movimiento en ''bandas" o clanes, los cuales convivían y a veces se enfrentaban entre ellos y contra otras tribus como los pápagos. En un tiempo el territorio seri abarcó más del doble del actual.
Después los comcá'ac se opusieron a la evangelización y a su control en misiones y lucharon contra los colonizadores europeos y mestizos, a quienes, según el investigador Edward Moser, a veces les robaban ganado.
Como sedentarios han dejado de padecer la persecución de fuerzas militares coloniales y luego nacionales, que en el siglo XVIII los llevó a sublevarse unidos a los pimas y en el XIX los redujeron hasta casi exterminarlos.
A los hombres los asesinaban y a las mujeres y niños los deportaban hacia el sur. Fueron tiempos de tragedias familiares y étnicas aún no investigadas. Se sabe que a principios del siglo XX sólo quedaban unos 130 seris.
Hoy el hostigamiento reviste otras formas, como las incursiones en marzo y abril pasados de la Policía Judicial del Estado y la Agencia Federal de Investigación, o la imposición de proyectos turísticos considerados por ellos ajenos y contaminantes, como el Escalera Náutica-Mar de Cortés, que incluye cinco estados y busca ''sacarlos del atraso", según el gobernador sonorense, Eduardo Bours. Ambos casos documentados por La Jornada.
Abundancia en la aridez
Otros retos de la ''modernidad" son la pérdida de identidad y el consumo de drogas por parte de un sector de jóvenes. Aunque en las dos comunidades no se vende cerveza u otro tipo de alcohol debido al ingreso hace cuatro décadas de una comunidad protestante proveniente de Estados Unidos.
Lo que sí se comercializa son ''sodas" (refrescos), golosinas chatarra y alimentos enlatados, que han generado, según diversos informes, problemas de salud como obesidad, diabetes, caries y desnutrición. De ahí otro problema de las dos comunidades seris: la falta de manejo de la basura inorgánica, sobre todo plástica, que invade calles y monte.
Punta Chueca se localiza 30 kilómetros al norte de Bahía de Kino, región que antes también formaba parte del territorio seri y que a su vez se encuentra a 130 kilómetros de Hermosillo, capital del estado tierra adentro.
Frente a Punta Chueca se despliega impresionante la isla del Tiburón, reserva ecológica también de uso exclusivo seri que mide unos 30 por 40 kilómetros. Sesenta kilómetros al norte y también a la orilla de la playa, se encuentra la otra comunidad seri: El Desemboque.
Zona continental e isla, separadas por el Canal del Infiernillo, ofrecen un paisaje de montañas, desierto, playas y manglares, hábitat de una gran variedad de cactaceas, águilas, pelícanos, gaviotas, tortugas, delfines, ballenas, lobos marinos, coyotes, serpientes, venados y borregos cimarrones.
Una vez al año los seris subastan a cazadores estadunidenses cuatro permisos para matar al borrego cimarrón. Cada permiso cuesta 90 mil doláres, recursos que en parte de distribuyen a cada uno de los pobladores, quienes reciben en promedio mil dólares al año por ese ingreso.
Fiesta y naturaleza
Las festividades del Año Nuevo seri se habían dejado de practicar por tres décadas y se recuperaron en 1985 gracias al trabajo de ancianos y promotores culturales de la tribu, en coordinación con la Unidad Regional Sonora de Culturas Populares e Indígenas, reasignándose los días 30 de junio y primero de julio, aunque la fecha tradicional la marca la primera luna nueva del verano.
Es la única celebración calendarizada, pues las demás, como la fiesta de la pubertad por la primera menstruación de las mujeres, la llegada de la tortuga de los siete filos o ciertos rituales practicados en la cueva de un cerro, se suceden según variables de la naturaleza y de necesidades de meditación.
Otra fiesta importante sin fecha fija es la que se celebra cuando una mujer concluye la elaboración de una corita o canasta grande (hat hanoc cacoj), tejida con la fibra del arbusto conocido como torote.
Es el saaptim, ''tejer mientras duerme el niño", pues la canasta se crea en silencio y de manera casi secreta con dos grandes agujas de hueso de pata de venado. Si en algún momento surge algún rechinido, el tejido debe suspenderse de inmediato, juntar dinero por algún tiempo y organizar una celebración de cuatro días para poder continuar.
La fiesta mayor sucede al concluir la canasta, con la participación de padrinos. La calidad y tiempo de elaboración de las coritas es tal que una de regular tamaño llega a costar hasta 50 mil pesos, precio que casi sólo pagan coleccionistas extranjeros.
De cualquier modo, ninguna festividad seri tiene elementos de las religiones cristianas, pues los comcá'ac nunca pudieron ser evangelizados por los católicos. Por otra parte, y como recuerda el etnólogo Rodrigo Rentería, su mundo simbólico y ritual es un universo casi inexplorado.