Usted está aquí: sábado 16 de julio de 2005 Política El hombre de los seis dedos

Roberto Campa Cifrián

El hombre de los seis dedos

Tengo un testimonio que va a cimbrar las conciencias; a la gente se le va a grabar en la memoria; esto sí lo va a afectar.

Así me imagino al creativo, explicando a su cliente el espot que firma México Unido Contra la Delincuencia, reclamando a las autoridades de la ciudad.

Y claro que el testimonio es impactante, brutal. Se trata de un hombre de unos 55 años a quien le mutilaron cuatro dedos mientras estuvo plagiado y expone la incompetencia del gobierno de la ciudad del miedo.

El hombre empieza hablando del dolor que sintió cuando le amputaron un dedo, luego sintió miedo en el segundo, rabia en el tercero y en el cuarto se llenó de fuerza.

Al final acaba diciendo que si a las autoridades les tiembla la mano, él les presta las suyas y entonces muestra las manos mutiladas.

Cualquier delito ofende a la sociedad y principalmente a quien lo sufre, pero probablemente ninguno lastima tanto como un secuestro.

A la angustia por la incertidumbre sobre el regreso con bien del secuestrado se suma la de conseguir el dinero para pagar el rescate. Los secuestradores negocian evidenciando su superioridad, su control, por eso degradan, humillan.

Para el secuestrado, cuando regresa con bien, la marca es para siempre, no sólo la física cuando le cortaron un miembro, sino la interna, la sicológica. De esa, salvo poquísimas excepciones, casi nadie se cura.

Muchos secuestros terminan, después de silencios insoportables, encontrando el cadáver del secuestrado, y con él, la evidencia de que había muerto mucho antes de que terminaran las negociaciones.

Algunos secuestros se resuelven pronto, en unas horas o pocos días, pero otros, los realizados por profesionales, normalmente duran meses.

El secuestro fue, hasta hace poco, exclusivo de los ricos. Ya no. Ahora la clase media es víctima frecuente del secuestro y se dan casos, inclusive, en los niveles populares.

Por eso, porque muchos tienen cerca o conocen a alguien que está cerca de algún secuestro, el espot es eficaz y veraz, en torno a una realidad social indiscutible.

Conviene, sin embargo, preguntarnos por las motivaciones de una campaña así. No hay hechos públicos sin motivaciones. ¿Es ésta una campaña ciudadana o es una campaña política? ¿Quién la paga? Y finalmente, ¿es útil para la sociedad o es contraproducente?

Cada quien tiene sus respuestas. Permítanme aventurar las mías.

No sólo ésta, todas las campañas que están ahora al aire son políticas, es más, absolutamente todas son campañas político-electorales tendientes a influir en los ciudadanos rumbo a la elección presidencial de 2006. Las abiertas y las embozadas. Las que hacen los aspirantes con sus recursos o los de sus seguidores, y las que se hacen desde posiciones de gobierno con recursos públicos. En las que aparecen ellos o las que conmemoran el nacimiento de su padre, hace noventa años.

Todas son lo mismo, unas abiertas, otras disfrazadas.

La diferencia aquí es que no está claro quién la auspicia: si es un partido político, si es el gobierno, si son grupos de interés contrarios a una candidatura o si son varios de ellos, reditando, por otra vía, la teoría del fallido complot.

Por tener una clara intencionalidad político-electoral, el mensaje del espot se refiere a la ciudad y ahí se pone en evidencia. El secuestro es un problema nacional, son excepción los gobiernos estatales que lo han controlado.

Refiriendo un problema supuestamente local, está al aire en los canales nacionales porque pretende impactar, sobre todo, fuera de la ciudad.

No está claro quién la paga, pero como las otras campañas políticas, cuesta mucho. Los anuncios de la televisión, sobre todo con cobertura nacional, son muy caros; 20 segundos en un programa de bajo rating cuesta alrededor de 100 mil pesos, pero puede llegar a más de 300 mil cada emisión en un programa de la barra nocturna de los programas más vistos de ambas cadenas, o en uno deportivo.

Se trata de una campaña millonaria, imposible de pagar por una organización ciudadana, salvo que esté apoyada por otros intereses, a pesar de lo que diga la señora María Elena Morera, presidenta del organismo que "patrocina" la campaña.

Finalmente habría que preguntarse si la campana es socialmente útil, si le sirve a la gente o a la ciudad.

Yo creo que ahí esta su principal debilidad, porque al fin y al cabo, en el terreno de la política, mientras se respete la ley, cada quien sabe cómo mata las pulgas o cómo convence a sus electores de ser el mejor y de que su adversario no conviene, pero el anuncio es claramente una invitación a hacerse justicia por propia mano.

La descalificación que subyace en el mensaje es total, en esa autoridad es inútil confiar.

 
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