Usted está aquí: sábado 16 de julio de 2005 Política Con fiesta y baile, levantan los zapatistas la alerta roja

La JBG Camino del futuro abre sus instalaciones

Con fiesta y baile, levantan los zapatistas la alerta roja

Concejos municipales también reinician actividades

HERMANN BELLINGHAUSEN ENVIADO

La Garrucha, Chis. 15 de julio. Con fiesta y baile levantaron la alerta roja las comunidades de la selva tzeltal. La junta de buen gobierno (JBG) Camino del futuro abrió hoy sus instalaciones, y los cuatro concejos municipales atienden nuevamente en sus oficinas. La música ha durado el día entero. De hecho, la celebración empezó desde ayer jueves.

Y realmente "despertó" la comunidad, cabecera del municipio rebelde Francisco Gómez, al concluir varias semanas de retraimiento de la población y cierre del caracol Resistencia hacia un nuevo amanecer. A la altura del poblado, la carretera de terracería luce llena de gente y vehículos, al igual que los alrededores del centro de gobierno autónomo.

Un mar de toldos de náilon (plástico), rudimentarias tiendas de campaña, rodea la explanada central, convertida hoy en pista de baile. Allí se hospedan los visitantes. El ánimo es muy festivo. Las muchachas resplandecen, así que los muchachos no pueden sino sacarlas a bailar. Hacía mucho que este enviado no veía tantos niños sueltos en una celebración zapatista. Los hombres saludan y sonríen.

Participan en la celebración al menos un millar de indígenas, procedentes de las distintas regiones que componen este caracol en los municipios San Manuel, Francisco Villa, Francisco Gómez y Ricardo Flores Magón. Al parecer, en los cuatro caracoles restantes hay fiestas parecidas. Esta noche se espera aquí un mensaje de la junta zapatista.

La "comisión de vigilancia del buen gobierno" recibe en su local a La Jornada y da la autorización para hablar con la JBG. A pocos metros, un mural ocupa la fachada de madera de una segunda casa de esta comisión: un gran ojo tiene a sus lados el sol y la luna, y de una milpa verde brotan dos manos que arrojan amarillos granos de maíz. Al centro, sobre la puerta, se lee: "Para todos todo".

Realizado por indígenas y un colectivo de la sociedad civil que sólo firma como ¡Error! Marcador no definido, el mural revela un concepto de la "vigilancia" bastante original.

En su oportunidad, la JBG, con la reserva que le es habitual, dice al enviado que la fiesta que transcurre en el caracol es por ahora "todo lo que tienen que decir los zapatistas de por acá".

Por la tarde, de manera muy selvática y propiciatoria, se deja venir un fuerte aguacero, que pone a prueba la eficacia de los "techitos" de náilon e interrumpe un rato las cumbias y los corridos electrificados. Se teme que se vaya la luz (cosa que sucede casi a diario), pero me cuentan que ni aun así se suspendió el baile anoche, y duró hasta tarde. La música vuelve en cuanto amaina, y un poco después todos bailan.

Una piedra en el camino

Un niño pequeño agitaba un trapo naranja en el comienzo de una curva pronunciada de la carretera que atraviesa Huixtán. Muy pequeño, como de seis años. Solito. Los vehículos disminuían la velocidad. Metros adelante, la madre del niño, con la cola de caballo atada sobre la cabeza, como alto copete, con la mitad izquierda de su cuerpo cuidaba a su hijo y le hacía señales. Con la otra mitad de sí vigilaba el extremo opuesto de la carretera, una recta. Al mismo tiempo, mirando de frente, conversaba con su marido, tal vez le daba indicaciones.

El hombre, un campesino tzeltal de apariencia muy pobre, blandía con fuerza un marro que se estrellaba contra una roca suficientemente grande como para bloquear todo un carril de la carretera San Cristóbal de las Casas-Ocosingo. El deslave ocurrió en los bordes de su solar, y él comprendió que representaba un serio peligro para los automovilistas.

La tarea de destazar la inmensa roca se antoja titánica, quizá imposible. Los trozos que arranca el marro son pequeños y mezquinos. Este Sísifo decidió que no empujará la piedra. No podría él solo. A diferencia del personaje mítico, su proyecto es romper la roca, barrerla luego, y se acabó.

Este ínfimo y frágil núcleo familiar se rifaba el pellejo para cuidarnos a los demás. Nadie les ordenó que lo hicieran. Nadie les va a pagar.

El incidente ilustra muy bien la manera en que los indígenas enfrentan los problemas que son suyos y también de los demás. Allí donde no importa su adscripción religiosa ni los contenidos políticos de su pensamiento para entender lo que es de todos y asumir la responsabilidad que toca.

 
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