Usted está aquí: jueves 14 de julio de 2005 Opinión Viskin en San Jerónimo

Teresa del Conde

Viskin en San Jerónimo

La exposición en San Jerónimo 21, casi frente a la Universidad del Claustro Sor Juana, parece pergeñada con ese sitio de exhibición en mente. Es el sitio ad hoc para mostrar lo que se exhibe. Vetusto, aparentemente desarreglado, con cierto aire de decadencia prematura, y al mismo tiempo espacialmente generoso para efectuar museografías como ésta.

Comisariada por Julia Newman, la muestra de Boris Viskin se titula Cerca. Sin aventurarme en cuestiones semánticas, sólo recordaré que la palabra "cerca" tiene fundamentalmente dos acepciones: lo que está cerca y lo que cerca o aísla de su entorno. Por eso gran parte del énfasis en el conjunto exhibido está puesto en los marcos, que a veces encierran nada o casi nada, constituyéndose en el tema por antonomasia de la composición, pero ofreciendo a la vez una contrapartida.

Por ejemplo: la pieza titulada Cercas está constituida por unos marcos de diferentes calibres y estilos que encierran otros. Están adheridos a un soporte de madera pintado delicadamente con acrílico claro, por el que discurren ligeros jaspeados de tonos rosados.

El trabajo de diseño con grafito evocando las sartas de flechas y ovos de las cornisas griegas, es lo que constituye el límite de la composición, que posee un obvio sentido arquitectónico. Esta se emparenta, pero con matiz opuesto, a la titulada Hablando en plata. Y ¿dónde está la plata?, está en dos áreas del cuadro: en primer término en lo que funciona como marco, una yarda de madera que guarda la anchura de los billetes de banco, sea en dólares o en pesos.

Fue tapizada con copias digitales de billetes de 20 y 50 dólares o de 200 pesos con la efigie de Sor Juana. Del extremo superior se desprende el pedazo de un marco de escayola barroco (recurso que se puso muy de moda hará unos 10 años) y guardando ejes geométricos inspirados en Van Doesburg hay dentro del soporte cuadrados y rectángulos. Pero en uno de éstos que es ''real" (un marco dorado de apariencia apolillada) luce un pequeño tiesto con flores evocador de la pintura holandesa del siglo XVII.

Allí estaba la plata; la del Nuevo Mundo sirvió para el incremento de la industria de los tulipanes y de las pinturas que inclusive los pequeños comerciantes podían adquirir con miras especulativas. El tiesto con flores no fue adherido, Boris Viskin puede pintarlo con gran facilidad, cosa que se diría, casi todo pintor que pinte puede hacer sin problema. No obstante, la pinturita que algunos desearían aislar del conjunto y poseer para colgarla en su living room ocupa, si acaso, menos de una vigésima parte del total del soporte, pintado de negro Reinhardt.

Viskin es un artista conceptual que es a la vez objetual. Cada una de estas composiciones es objeto que en ocasiones se significa por su título. Así, San Pedro es una puerta con su manivela, pero es la puerta del cielo accesible sólo a través de San Pedro, que trae la llave, aunque ésta quede sobrentendida.

Sin título, de 150 x 144, casi un cuadrado, resulta ser un cuestionamiento a Josef Albers con su efecto abocinado, dejando al centro el desquiciado cuadrilátero rojo, que se sale de lugar tal vez debido a la presencia de una sierpe que tiende a salirse de los límites del cuadro. En El sueño la evocación laberíntica alude a las cárceles de invención de Piranesi, aquel romántico de la poética de unas ruinas, que no dejan de ser megalomaniacas. Allí la fisonomía de la joven mujer que sueña parece ser la misma que hace contacto visual con quien observa la pieza en Desde allí, elaborada composición con madera que queda emparentada con Cerca, de 207 x 138. Aquí la alusión es a los bloques de madera y fragmentos de círculo que antes eran muy comunes como juguetes de niños. Tenían dos funciones: uno podía construir edificaciones con ellos, pero a la vez, ya terminado el juego, había que colocarlos en su caja receptora y esto no era tan fácil de realizar, porque tenían que caber todos.

La remisión al mundo infantil, que Viskin ha sabido cultivar, es patente allí, como lo es igualmente en la sofisticada y a la vez sencilla composición El corazón de las tinieblas.

El único cuadro que no transita por los vericuetos de la metáfora es Juárez, y podría ilustrar algunos de los párrafos descriptivos del paisaje que encontramos en el libro póstumo del escritor chileno Roberto Bolaño, 2666, cuyo punto de convergencia son los feminicidios de Ciudad Juárez.

La muestra se acompaña con un catálogo de gran formato del que quizá me ocupe después. En cuanto apariencia exterior guarda similitud con los Petates que Viskin exhibió en la galería Nina Menocal.

 
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