Futuro mexicano: entre vecinos
Quienquiera que llegue a la Presidencia de la República en 2006 tendrá que colocar en el primer lugar de su agenda de gobierno a nuestros vecinos inmediatos: Estados Unidos, Guatemala y Cuba. Ha sido una mala costumbre mexicana hacer a un lado la geografía y tratar de mirar al mundo pretendiendo que poco importa desde dónde lo vemos, más allá de nuestra intermitente solidaridad con el tercer mundo o con los países en desarrollo. Cuando presidentes y diplomáticos mexicanos defendían los principios como la única guía de inspiración de la política exterior, su intención era colocar al país por encima, en primer lugar, de las restricciones que impone el poderosísimo vecino del norte, y luego desentenderse de la influencia del Caribe o de cualquier responsabilidad en relación con Centroamérica. A diferencia de Brasil, pocas veces hemos hecho ejercicios en geopolítica. La formación del Grupo Contadora en los años ochentas fue uno de ellos, pero obligado por las guerras centroamericanas y por el temor de que los conflictos se extendieran de alguna manera a territorio mexicano.
Por alguna razón se piensa que la geopolítica es una materia reservada a los países poderosos que están movidos por ánimos expansionistas; por eso tiene mala reputación. Sin embargo, la geopolítica puede ser vista simplemente como una perspectiva desde la cual se ponderan los intereses de un país. En nuestro caso particular nos permite sopesar las exigencias que nos impone nuestra situación territorial, es decir, la debilidad también es una poderosa razón para integrar las condiciones de la geografía a consideraciones de política internacional. Si partiéramos del presupuesto de que nuestra posición en el mapamundi condiciona nuestras relaciones con el exterior, tendríamos una política consistente hacia nuestros tres vecinos inmediatos: Estados Unidos, Guatemala y Cuba. Uno, el país más poderoso del mundo; el otro, uno de los más débiles, y el tercero, de los más conflictivos en el escenario diplomático. Difícilmente podíamos haber elegido países más diversos; no obstante, éstos fueron los que nos atribuyó la madre naturaleza. La consistencia de nuestra diplomacia hacia cada uno no depende de las similitudes o diferencias entre ellos, sino de nuestros intereses en relación con cada uno. Y en los tres casos, nuestro interés primordial es el mismo: la seguridad. Estamos ciertos de que ninguno prepara un ataque militar en contra nuestra, y saben que nosotros tampoco tenemos ánimo belicoso; sin embargo, como se trata de países amigos también esperan que contribuyamos a su defensa. El terrorismo y la expansión del crimen organizado han incrementado las exigencias de cooperación entre los países vecinos en esta materia. Los acuerdos al respecto no tienen que ser forzosamente de servidumbre, sino que tienen que ser planteados y negociados como lo que son: arreglos en los se ajustan intereses distintos con vistas a un objetivo común.
La seguridad territorial es el tema número uno de toda política exterior. Debe ser y ha sido un objetivo general de los gobiernos mexicanos que en relación con los tres vecinos se ha topado con dificultades en ese aspecto. La peor fue, desde luego, la guerra de 1847 con Estados Unidos, pero con Guatemala hemos tenido de continuo roces territoriales, y nuestra relación con Cuba superó las tensiones que provocó la promoción revolucionaria en toda América Latina, gracias a un acuerdo más o menos explícito de que a cambio de una solidaridad diplomática mínima -como la que mantuvieron los gobiernos mexicanos durante un poco más de tres décadas- los cubanos limitaban sus acciones de propaganda en territorio mexicano.
En los últimos diez años se han alterado de manera muy fundamental las condiciones de seguridad territorial. Los enemigos son los mismos para México y sus tres vecinos; la exacerbación del terrorismo y el crecimiento de las redes del narcotráfico han multiplicado las exigencias de defensa; no obstante, mientras para Estados Unidos la principal amenaza es el terrorismo, para México, Guatemala y posiblemente también para Cuba el crecimiento del narcotráfico es el peligro mayor. En todo caso las relaciones de cooperación entre estos países en materia de seguridad son una condición de estabilidad interna inescapable.
Nosotros vemos con desconfianza cualquier acercamiento con Estados Unidos en ese terreno; empero, no podemos perder de vista que para cualquier gobierno sería un acto de hostilidad que su vecino le negara información sobre la amenaza de un ataque en su contra. El gobierno cubano en repetidas ocasiones se ha quejado de lo que considera la complicidad de gobiernos centroamericanos que guardaban silencio ante las conspiraciones anticastristas que se fraguaban en su territorio. De la misma manera, nosotros no podemos rechazar indignados las expectativas de Estados Unidos de que el gobierno mexicano, sea cual sea su signo, mantenga la cooperación en materia de seguridad, como tampoco deberemos hacerlo con Guatemala o con Cuba. En este asunto tenemos que portarnos como buenos vecinos. La geografía obliga.