Usted está aquí: lunes 11 de julio de 2005 Deportes Merecidas orejas para Edgar Bejarano y Rodrigo Muñoz, inspirados y solventes

Triunfo de Felipe González en La Florecita y petardo de Gómez Valle en la México

Merecidas orejas para Edgar Bejarano y Rodrigo Muñoz, inspirados y solventes

Decorosos, José Mauricio y Fermín Rivera

Destacan los banderilleros

LEONARDO PAEZ

Ampliar la imagen Gitanillo debut�n sello propio, ritmo y expresi� FOTO Rafael S�hez de Icaza Foto: Rafael S�hez de Icaza

A veces la fiesta brava de México parece volver por sus fueros para propiciar enfrentamientos involuntarios, si no entre toreros por lo menos entre escenarios y conceptos del espectáculo, por lo que en la sección taurina de La Jornada habremos de aprovechar la breve temporada de corridas en la plaza La Florecita con las correspondientes cuatro novilladas en la Monumental México, no para establecer comparaciones improcedentes entre ganado y alternantes, sí para valorar resultados estrictamente artístico-taurinos.

Ayer domingo, a las doce del día, partieron plaza en el pequeño y taurino coso mexiquense los cuasi olvidados matadores de toros Edgar Bejarano y Francisco López Yiyo, para estoquear un muy bien presentado encierro del hierro tlaxcalteca de Felipe González, en la primera de las llamadas "Corridas industriales", patrocinadas por varias firmas y montadas por la ya prestigiosa empresa Sarajuana.

Y cuatro horas más tarde, en la séptima novillada de la temporada 2005 en la Plaza México, hicieron el paseíllo los jóvenes triunfadores José Mauricio y Fermín Rivera y los debutantes Emiliano Gamero, rejoneador, y Rodrigo Muñoz Gitanillo de Tlalpan, para estoquear seis astados de Gómez Valle y uno de Vistahermosa para rejones.

El primero del mediodía en La Florecita, que registró apenas media entrada, se llamó Como tú, con 568 kilos, y Edgar Bejarano, de grana y oro, con alternativa el 2 de abril de 1988, lo recibió con suaves verónicas. Tras una vara sin recargar. Conservando su planta de torero y una serenidad asombrosa en la cara del toro, como si actuara cada semana y no cada nueve años, tomando el palillo de la muleta por el centro, Edgar volvió a desplegar su espléndido toreo al natural. Si no falla con la espada, corta una oreja.

Con su segundo, Señorón, de 520 kilos, bajito pero muy bien puesto de cuerna, al que Curro Campos señaló certero puyazo, Bejarano ejecutó cuatro ceñidas gaoneras. Luego Gustavo Campos dejó dos toreros pares e incluso bregó a una mano y Edgar, con el sabor que da el dolor empezó su faena por templados muletazos por alto, con el compás y el corazón abiertos, para continuar con sedeños muletazos por ambos lados, destacando ahora con la diestra. Dejó un estoconazo hasta la empuñadura y el público exigió la oreja, que fue concedida por el juez Raúl Espíndola, al tiempo que ordenaba arrastre lento para el burel.

Si el matador Edgar Bejarano viviera en un país donde una casa taurina se encargara de conseguirle festejos, en muy poco tiempo recuperaría su cartel. En México, país especializado en desperdiciar gente valiosa, quién sabe cuándo volvamos a paladear su fino, solvente e inspirado toreo. Ah, si las empresas tuvieran veedores de toreros...

En la México, una tarde soleada y clara atestiguó la repetición de dos jóvenes prometedores: José Mauricio y Fermín Rivera, que luego de cortar sendas orejas se enfrentaron a un descastado encierro de Gómez Valle, reciente y bien intencionado hierro potosino que no acaba por definir ni presencia ni estilo.

José Mauricio incluso salió al tercio en ambos, y Fermín Rivera -vaya otro nombre y apellido comprometedores-, volvió a derrochar colocación y temple, pero a la falta de trapío y bravura de sus respectivos lotes hay que añadir unas expectativas sin tela de dónde cortar -¿triunfaron?, tomen su premio: una novillada del agarradero- y sus fallas con la espada.

Pero se presentó Rodrigo Muñoz Gitanillo de Tlalpan, triunfador de las plazas Antonio Velázquez y La Florecita, que ante el feo y mansurrón Seda fina, al que Alfredo Acosta colgó lucidos pares por los que fue sacado al tercio, volvió a derrochar no sólo sello, ritmo y expresión muletera sino cante, es decir, voz interior y misteriosa para decir las suertes, con una elocuencia que parecía desaparecida. En el tercio agradeció la deslumbrada y unánime ovación.

Lo grande vendría con Payaso, que cerró plaza, y al que Gitanillo de... -¿no basta Rodrigo Muñoz para ser alguien en la fiesta?- acarició en verónicas y luego llevó al caballo a la manera de Ortiz. Pablo Miramontes se dejó ver en dos toreros pares y Rodrigo desplegó su inspiración en acompasados, lentísimos derechazos, así como en naturales toreando con la bamba de la muleta, con una hondura y un sentimiento que calaron de inmediato en el tendido. Dejó media en lo alto y obtuvo una oreja producto de su profundidad y capacidad de transmisión. Vaya futuro el que se le presenta a este Rodrigo.

 
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