Usted está aquí: lunes 11 de julio de 2005 Opinión APRENDER A MORIR

APRENDER A MORIR

Hernán González G.

Poética del suicida

MUCHO MAS QUE el suicidio o autoliberación, lo que hasta ahora ha preocupado a la sociedad y sus instituciones, con el Estado como su padre, autoridad suprema y vigilante implacable de toda transgresión, es la libertad de que puedan hacer uso los sencillos, como llama la Biblia al pueblo llano, a la inmensa mayoría de la población humana.

ESTE ACCESO DE cualquiera a su libre albedrío por la vía irreversible alarma sobremanera a los depositarios -laicos y religiosos- de sus verdades eternas, dado que el atrevimiento individual de bajar definitivamente el telón exhibe la falsedad e impotencia de esas verdades y la inhumanidad de aquello que los que mandan imponen como absoluto.

DE AHI EL carácter ilegal de la muerte voluntaria, así como el apresurado calificativo de "enfermo mental" a todo aquel que ose quitarse la vida, don sacratísimo del que sólo puede disponer el Estado vía las guerras justas, la lucha antiterrorista, la pena de muerte, la dictadura médica, la productividad, el progreso demencial y otras formas de libertad condicionada, no por groseras menos aceptadas.

ANTE LA ESTUPIDEZ de frenéticos y poderosos, la lucidez de los buenos poetas sin tema aborrecido. Por ejemplo Lucía Rivadeneyra, que en su espléndido libro Robo calificado (Editorial Colibrí, México, 2004) dedica siete intensos poemas a suicidas, no a exaltar o a censurar su decisión, sino apenas a acompañar ésta con una ternura inmensa de la que quizá carecieron en vida.

PREGUNTA LUCIA RIVADENEYRA (Morelia, 1957) con una intuición que sólo permite la percepción poética: "¿Qué sentiste al estar lleno de pólvora?" Enseguida confiesa: "Cuando me lo contaron, envidié/ tu gran valor de miedo/ tu decisión tajante/ tu ropa de fin de año". Y aceptante asienta: "Te fuiste, y tu familia se quedó/ con sangre en los talones/ y con la duda abierta."

MAS QUE POETIZAR el acto, la autora intenta apuntalar su azoro mediante el asidero de palabras precisas que ayuden a velar lo impenetrable con preguntas delicadas sin respuesta posible: "¿Dime qué te sedujo del pavimento gris/ ¿A qué olía el aire que pasó/ entre tu cuerpo tibio y el asfalto?/ ¿Por qué elegiste el suelo y no la cama?/ ¿Antes de llegar, ya te habías ido?"

COMO TODO GRAN espíritu poético, Rivadeneyra en sus emocionados versos refleja también rasgos de excelencia tanatológica, ésa que alejada del lugar común, la frase hecha y el providencialismo -máscaras deslavadas de mi insoportable miedo- se atreve a lo sumo a inquirir en afán autorreparador: Cuéntame qué tembló,/ ¿el frasco transparente/ o tus blancas manos en el minuto/ marcado como meta?... Dime cómo pudiste/ desterrar la vida, qué te ayudó/ a quién te encomendaste."

ENCOMENDARSE A LA poesía y no a la hipocresía, optar por la relativización alerta y no el sometimiento, preferir un amor y un humor que hagan más llevadero el dolor, parece decirnos, entre muchas otras cosas, Lucía Rivadeneyra en su rotundo, vivificante poemario Robo calificado.

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