La reportera del NYT fue encarcelada por no revelar una de sus fuentes
En el caso de la periodista Judith Miller no se ha determinado si cometió un delito
Libre, el columnista que dio a conocer el nombre de una agente de la CIA
Ampliar la imagen La comunicadora Judith Miller, a su llegada a la corte federal en Washington, el pasado 6 de julio FOTO Reuters Foto: Reuters
Washington, 10 de julio. La premiada periodista Judith Miller ha cambiado los anteojos de sol y su bien diseñado guardarropa por un overol café y verde que tiene estampada en la espalda la palabra "prisionero". Ha renunciado a su escritorio en la redacción de The New York Times por una celda de 21 metros cuadrados en el Centro de Detención Alexandria, estado de Virginia.
En una improbable vuelta de tuerca, Miller, de 57 años y ganadora del premio Pulitzer, fue encarcelada la semana pasada por negarse a revelar la identidad de una de sus fuentes. El caso es extraordinario por distintas razones: Miller no sólo no escribió absolutamente nada de lo que le confió esa fuente. Quien lo hizo fue otro periodista que sí publicó la información "filtrada" y quien en este momento está libre y redactando su columna.
A ello se agrega toda la cuestión sobre la protección legal que deben recibir los periodistas, así como las acusaciones de que la administración Bush ha utilizado a los informadores como herramientas de propaganda para cubrir mentiras y falsedades.
"Es un asunto muy raro y singular", afirmó Brooks Jackson, ex reportero del Wall Street Journal, quien hoy es director del Centro Annenberg de Política Pública en la Universidad de Pennsylvania. "Es muy difícil ver a reporteros en prisión, especialmente cuando aún no ha quedado claro si se cometió un crimen."
¿Qué es lo que está pasando? Para comprender el contexto de la encarcelación de Miller -en un penal en el que también está recluido el supuesto "aeropirata número 20" del 11-S, Zacarías Moussaiou- hay que remontarse al verano de 2003. Fue entonces cuando comenzaron a vivirse las consecuencias de la invasión a Irak y el fracaso de tratar de encontrar las famosas armas de destrucción masiva.
Joseph Wilson, ex embajador estadunidense en Africa, reveló a The Independent on Sunday y a The New York Times que era falsa la afirmación del presidente Bush de que Irak había tratado de comprar uranio en Africa para relanzar su programa nuclear.
Wilson viajó a Africa a solicitud de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y demostró que dichas afirmaciones eran falsas, pues los documentos en que se basaban -los llamados memorandos de Níger- eran, con toda seguridad, falsificaciones. Como resultado de ello, la administración Bush se vio obligada a ofrecer una embarazosa disculpa.
Semanas más tarde, Robert Novak, periodista que tiene estrechos nexos con la administración, afirmó en su columna que dos "funcionarios de alto rango del gobierno" le dijeron que Wilson había sido enviado a Africa por sugerencia de su esposa, una agente secreta de la CIA. De hecho, mencionó el nombre de la esposa de Wilson, Valerie Plame. Al hacerlo cometió la ofensa federal de identificar a un agente encubierto.
El viscoso Novak no era el único periodista que hablaba con fuentes gubernamentales sobre la esposa de Wilson. Matthew Cooper, de la revista Time, y Miller se encontraban entre el puñado de reporteros que dialogaban con éstas. Cuando la administración Bush, cada vez más presionada para hacer algo sobre la información "filtrada", pidió al Departamento de Justicia que investigara el caso, Miller fue una de las personas con que esa dependencia eligió hablar.
Otro punto polémico en el caso es la posible identidad de la fuente. Tanto Karl Rove, asesor principal del presidente, y Lewis Scooter Libby, jefe de personal del vicepresidente Dick Cheney, han sido objeto de especulación. Ambos admitieron haber conversado con los reporteros, pero niegan haber identificado a Plame.
El caso ha entrado y salido de las cortes durante más de un año. Después de que la revista Time cedió, fue Miller quien se quedó sola. Se negó a cooperar. "No puedo romper mi palabra sólo para no ir a la cárcel", afirmó ante la Corte. "Las sociedades más justas y libres no son sólo aquellas que tienen poderes judiciales independientes, sino también los que tienen prensa independiente", expresó.
Hay niveles muy complejos en este asunto. Muchos han señalado que los periodistas necesitan protección legal para poder mantener la confidencialidad de sus fuentes. "Pienso que este caso es una experiencia perturbadora, confusa y contradictoria, tanto en el ámbito judicial como en el periodístico", señaló Aly Colon, catedrática de ética en el Instituto Poynter de Periodismo en Florida.
Aun así, en un Washington desprestigiado, donde los periodistas se toman a sí mismos demasiado en serio, algunos observadores afirman que es indiscutible que The New York Times se está beneficiando de la publicidad que logra, adjudicándose la reputación de campeón de la verdad.
Inclusive hay quienes sugieren que Miller, quien irónicamente escribió una serie de artículos sobre el supuesto arsenal de destrucción masiva iraquí, podría estar buscando el medio para componer su dañada reputación.
La mayoría de la gente simplemente está confundida. Si el fiscal especial del Departamento de Justicia, Patrick Fitzgerald, en verdad -como asegura- conoce la identidad de la fuente de Miller, ¿qué se gana con encarcelarla? Otros simplemente están furiosos porque en una ciudad en la que ya de por sí es difícil encontrar información no adulterada, habrá menos fuentes dispuestas a hablar con periodistas.
Wilson, quien escribió en sus memorias que tuvo ganas de golpear a Novak por descubrir la identidad de su esposa, expresó: "está claro que la conspiración para ocultar la telaraña de mentiras en que se fundamentó la invasión a Irak es más importante para la Casa Blanca que esclarecer el origen de una violación a la seguridad nacional".
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca