Usted está aquí: lunes 11 de julio de 2005 Política La política exterior ante el terrorismo

Javier Oliva Posada

La política exterior ante el terrorismo

Desde mediados de los años ochentas, en México y en buena parte del mundo la sobreposición de los asuntos comerciales y financieros en las relaciones internacionales, anulando o subordinando los principios de convivencia o negociación entre las naciones, ha representado la mejor (o peor) referencia respecto de lo que significa la puesta en marcha de un practicismo que no se detiene ante nada. La prioridad es la acumulación. Esto, desde luego, ha generado reacciones inversamente proporcionales al daño infringido a sociedades y culturas enteras. Del medio ambiente, ni que decir.

La agudización de la crisis de seguridad que se vive en la mayor parte de los países considerados desarrollados es consecuencia directa de la imposición y la destrucción como "argumentos". Lo ocurrido en Londres el jueves 7 de julio viene a cerrar un ciclo de terror y miedo. Aquella fotografía a bordo de una embarcación militar en las islas Azores -donde se ve a Blair y Bush, quien posa suavemente la mano izquierda en la espalda de Aznar- nos remite a que la fuerza como único camino no puede resolver problema alguno, antes bien los complica. Pero hay más.

El ejército español comenzó a vigilar el transporte ferroviario en las inmediaciones de Madrid, así como tropas especiales británicas fueron destinadas a la vigilancia de otros centros de concentración y desplazamiento de viajeros y usuarios. Esto, aunque ya ha sido apuntado, vale recordarlo: no es una guerra común. Enfrente no hay un ejército regular al que combatir. Tampoco hay un territorio que ocupar, así como no hay fórmulas diplomáticas para impedir que recursos internacionales lleguen a los gobiernos que han agredido o invadido a alguno de sus vecinos. En suma, no es una guerra regular.

La recurrencia al despliegue militar en Gran Bretaña servirá de pretexto o de punto de apoyo para sustanciar las propuestas radicales de Blair en materia de derechos ciudadanos y humanos. Estas tienen que ver con la restricción al libre tránsito de inmigrantes, incremento en las exigencias legales para residir en aquel país y, por último, fortalecer las posturas críticas ante el proceso de la unificación europea.

En México, durante el gobierno del presidente Vicente Fox, la depredación de la política exterior ha conducido a situaciones de aislamiento, confrontación y escasos acuerdos. El protagonismo se ha entendido como una especie de aparición al frente de instituciones de la comunidad internacional, desde organismos internacionales de salud hasta los financieros, Todos, sin excepción, han fracasado. El practicismo, es decir, que ni siquiera llega a pragmatismo, ha impedido observar o leer más allá de las coyunturas para dejar paso a las ocurrencias y a la improvisación. Si México desempeñó un papel relevante durante décadas en materia de política exterior es porque, entre otras razones, hubo claridad respecto del sentido que la geopolítica le proporcionaba; ahora, suponiendo que hacer las cosas de diferente forma significa mejorar, no hay ni precisión ni sentido ni objetivos. Para el siguiente gobierno, sin distingo de colores, la rectificación en materia de política exterior deberá ser una prioridad. La seguridad del país lo requiere como auténtica prioridad.

El terrorismo, expresión radical y criminal, no goza de simpatías ni apoyos sociales amplios en ninguna parte. Sus acciones y objetivos pueden ser inhibidos a partir de la construcción de acuerdos entre países, los cuales deben retomar los principios de la negociación entre las naciones. Con dos invasiones en curso, la de Irak y Afganistán, Estados Unidos y sus aliados tienen un serio problema: en la prolongación de sus acciones militares, también se alargarán la duración del resentimiento y el rechazo de los pueblos agredidos. Deben explorarse otros procedimientos.

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