Una batuta bruckneriana
Así como hay directores eminentemente mahlerianos, las batutas brucknerianas son también un capítulo elevado. Entre la pléyade de directores especializados, el nombre y la leyenda del austriaco Georg Tintner es un caso notable.
Nacido en Viena, emigró a Nueva Zelanda, luego a Canadá, pero fue en Australia donde desplegó su carrera legendaria, alrededor de su gran amor por Mozart y su pasión ejemplar por la obra de su paisano Bruckner, de quien al concluir el ciclo de sus nueve sinfonías y las otras dos no numeradas, consideró que había cumplido su misión en esta tierra nuestra y unos días después de su último concierto se lanzó al vacío desde el balcón de su departamento, en un piso 11 en Halifax, a los 82 años de edad, y para dar término al dolor indecible del cáncer que padecía.
No alcanzó a grabar esas 11 sinfonías, pero sí completó el ciclo en vivo. Sus grabaciones brucknerianas son notables por la precisión de los tempi, el control de las dinámicas, balance orquestal y sobre todo la profundidad y elevación de esos discursos musicales que son verdaderos puentes con la divinidad, que en eso consistió a su vez la misión del viejo Bruckner, un músico al que el mundo todavía está por descubrir y cuyas legiones de adictos crecen en el orbe.
Bajo el sello discográfico Naxos, el maestro Georg Tintner nos legó sus versiones de las sinfonías de Bruckner, entre ellas la que aquí presentamos, correspondiente a la numerada doble cero, escrita como un ejercicio de estilo a los 27 años de edad, donde ya es evidente el influjo inmarcesible de la música de Richard Wagner, a quien Bruckner rindió devoción admirada de por vida.