Usted está aquí: viernes 8 de julio de 2005 Opinión Iniciativa política zapatista

Jaime Martínez Veloz

Iniciativa política zapatista

La Sexta Declaración de la Selva Lacandona habrá de quedar en el registro de la memoria colectiva de México como uno de los varios documentos fundacionales en la historia contemporánea del país. El contenido de este documento nacional es resultado del intenso proceso reciente de consulta entre las bases civiles de apoyo del zapatismo, anuncio precedido por un sinnúmero de rumores; en la consulta se definieron las acciones políticas que deberán realizarse para promover un proyecto democrático incluyente de alcance nacional, primero, y luego regional y hasta internacional. Entre estas acciones destaca el recorrido itinerante de comandantes zapatistas para exponer de viva voz la imperiosa necesidad de construir dicha alianza democrática de izquierda con todas las fuerzas progresistas nacionales.

Desde los intensos días de enero de 1994, el movimiento indígena zapatista dejó muy claro el ánimo reivindicatorio de sus demandas democratizadoras, por naturaleza contestatarias de la injusta relación asimétrica del sistema capitalista neoliberal por el que se regían (y rigen) las relaciones de poder en México.

El amplio movimiento de masas del zapatismo ha sido identificado, de manera acertada, como uno de los primeros movimientos antiglobalizadores en el mundo. No podía ser de otra forma, considerando que la supervivencia de las comunidades chiapanecas que se sublevaron estaba negada por un régimen que ninguna alternativa posible brindaba a los enclaves de miseria que caracterizan a la sociedad mexicana, donde precisamente habría de organizarse la resistencia ejemplar ante las nuevas formas globalizantes de dominación.

Habrían de ser los más pobres entre los pobres quienes pondrían el ejemplo a las organizaciones de izquierda, en teoría progresistas, acerca de la necesidad de experimentar formas novedosas de organizarse, basándose en relaciones de igualdad. Los ejercicios autonomistas de gestión comunitaria dieron lugar al nacimiento de los caracoles zapatistas y de las juntas de buen gobierno, con independencia frente a la estructura vertical de mando de su rama militar, el EZLN, y representan una línea de autogestión propia de la que cualquier organización que pretenda ser incluyente debe aprender.

En el marco de la incipiente acción coordinada a escala mundial, la organización comunitaria del zapatismo podría considerarse una manifestación de las sociedades cosmopolitas, aquéllas cuyo margen de acción, aunque local, contiene demandas que trasciendan los marcos del Estado-nación.

El zapatismo ha representado una amenaza crítica al pensamiento liberal, embozado bajo la máscara de la democracia representativa como el mecanismo más sólido, completo y acabado para la delegación de la soberanía del pueblo en manos de un grupo selecto.

En tiempos del capitalismo neoliberal, la democracia electoral en las urnas ha revelado sus insuficiencias y limitaciones, porque el entorno político es avasallado por las transacciones financieras de los corporativos privados, que han trascendido el espacio jurisdiccional del Estado-nación, cuyas reglas y normas son rebasadas por la naturaleza volátil del capital; recordemos que el capital establece sus propias directrices, las cuales poca necesidad tienen de ajustarse a una normatividad desfasada en estos tiempos de revolución de las tecnologías de la información y las telecomunicaciones, paradigmas de una globalización que no tendría que ser excluyente.

En ese sentido, la vieja ilusión liberal de "un ciudadano, un voto" es rebasada por la realidad pasmosa del poder omnímodo de los grandes corporativos con infinita capacidad monetaria, lista para comprar voluntades, gobiernos, leyes y estados, guardando las "formas decentes" de la democracia electoral, que tanto venera el intelectual orgánico.

La propuesta del zapatismo para la autogestión comunitaria se acerca más a la concepción original de la democracia: la incorporación permanente y masiva de la sociedad en todo el proceso de toma de decisiones en asuntos de gobierno, sin delegar por necesidad tal proceso en un grupo de iluminados tecnócratas que diga a la gente lo que es mejor para ellos y sus seres queridos.

En este escenario se inscribe la sugerencia zapatista de un nuevo pacto social -léase nueva Constitución- como un modelo de redistribución del poder, hasta hoy monopolizado por elites, ora conservadoras, ora liberales. Tal como sugieren los zapatistas es posible tomar en nuestras manos todas aquellas decisiones que afectarán de modo sustancial nuestra vida. La gran lección del zapatismo consiste, por tanto, en la consecución de alianzas regionales para confrontar con éxito y paciencia los efectos devastadores de la globalización excluyente. Pero corresponde a cada uno de nosotros la transformación democrática de todas las instituciones de las que formamos parte.

La tarea se antoja vasta y el esfuerzo enorme, pero bien vale la pena intentarlo y trabajar para ello. La mejor bienvenida a la iniciativa zapatista será acompañar desde cada una de nuestras trincheras, las acciones políticas del movimiento social más importante en México de los últimos años.

De nueva cuenta han sido los zapatistas los que aportan su cuota al proceso de paz. Ojala que las instituciones hagan lo mismo, sin mezquindad ni egoísmo, sino con generosidad y compromiso hacia esta iniciativa del EZLN, que se inscribe en el camino de la paz y la transformación justa y democrática de nuestro país.

 
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