ANTROBIOTICA
Contra modales
Ampliar la imagen El verdadero color del sashimi, en Nagaoka FOTO Alejandro Pav� Foto: Alejandro Pav�
1. SI NO EL exterminio (que sí), el ser humano merecería cuando menos un estatequieto colectivo. Asistimos quitadísimos de la pena al empuercamiento de la tierra o contribuimos a él encantados de la vida (sale volando un mega vaso starbucks por la ventana del coche), podemos ver sin pestañear a un tipo enfundándose billetes hasta por las orejas, la caída de Bagdad por CNN, el final de La Academia por Tv Azteca pero, eso sí, no hables con la boca llena y baja los codos de la mesa: a la hora de comer resulta que somos finísimos.
2. EN PETRONIO ARBITER, a quien La Jornada ya está pensando en darle su propia columna, viejo favorito de Nerón, leemos que los invitados al banquete debían descalzarse para que los esclavos se hincaran a lavarles los pies. Razonable. Hay que estirar un poco los términos: esos mismos esclavos debían gatear para recoger huesos, pellejos o conchas lanzados al suelo por los comensales (no pensarás que había que dejarlos ahí sentaditos junto al plato, ¿o sí?), y era bien visto que los más bellos, venidos del Asia menor, se dejaran crecer el pelo para que los patrones se limpiaran ahí los dedos grasientos. Que te pudieras llevar uno de estos muchachos a casa para practicar en sus orificios tu postre ya era cosa de pura gente bonita. Borges apunta que para el confuciano, al recibir la primera copa, es deber adoptar un aire grave, y al recibir la segunda un aire complacido y feliz. También es divertido el montonero ritual de las cenas de Moctezuma, que Bernal Díaz, siempre presto a la denuncia en buena prosa, relata con cara de estupor en su querido volumen. Primero le sorprende que le prepararan "más de trescientos" platillos, y cuando sus mayordomos le mostraban el bufet y "de qué aves y cosas estaba guisado" (guajolotes, insectos, tapires), el respingado tlatoani no salía a verlo y si salía era "como por pasatiempo". Cuatro mujeres "muy limpias y muy hermosas" le daban agua en la boca y le recogían la baba con jicaritas. En cuanto Moctezuma comenzaba sus sagrados alimentos le ponían enfrente una como puerta de madera pintada de oro, pues no era de buenas maneras verlo comer. Aclara Bernal que, mientras comía, "ni por pensamiento se podía hacer alboroto". Sí: Moctezuma, oh jarrito de Tlaquepaque, pero también el pasmo de Bernal es vil paja en el ojo ajeno. Las costumbres en la mesa del Renacimiento suenan tan excéntricas como las mexicanas (y, además, Bernal estaba de viaje, más o menos: un poco de comprensión se le hubiera agradecido). Para probarlo anda por las librerías el Codex Romanoff, que muchos atribuyen a Leonardo. Ahí hay, por ejemplo, en forma de denuncias, una lista divertidísima de hábitos cultivados en las mesas de entonces. Parece una petición razonable aquella de que el invitado no ha de poner la pierna sobre la mesa o tomar la comida del plato del vecino antes de pedirle consentimiento, pero se empieza a entrar en el terreno de lo meramente extraño con ésta: "ningún invitado ha de adiestrarse en hacer nudos en la mesa", del ridículo con ésta: "no ha de poner los ojos en blanco ni hacer caras horribles", del peligro con ésta: "no ha de dejar sueltas sus serpientes en la mesa" y del franco delirio con ésta: "no ha de prender fuego a su compañero mientras permanezca en la mesa".
3. UN POCO DE distancia, y es fácil ver lo escandaloso de la conservación de los modales de mesa. En Japón es grosero tomar los palillos con los cinco dedos, en Vietnam lo es recibir un plato con una sola mano. En muchos países hay restaurantes que no te dejan entrar si no traes saco y corbata. (Marco Polo aclara en Il Milione que Kubilai Kan exigía que a sus cenas, en febrero, sus miles de invitados fueran vestidos de blanco.) En Starbucks se acostumbra gritar tu orden cuando está lista: "¡Frapuccino helado de mango doble crema para Paola en la barraaaaa!!!" Ridículamente, en Villa Coapa, por lo menos hasta hace poco, se aleccionaba a los niños a no tomar agua durante la comida, sino hasta el final (?); en Satélite persiste la costumbre de enseñar a tomar el tenedor con la izquierda para cortar el trozo de comida y cambiarlo a la derecha para llevarlo a la boca; en todo México miramos con lástima al pobre diablo que se atreva a comerse un taco con cubiertos.
4. ASI SOMOS. ADORAMOS la rapacería y la culerez, pero odiamos que se nos quede un frijol en el diente o que piensen que no sepamos para qué diablos es ese raro tenedor. Yo, por lo pronto, les digo un ai se ven a los modales. Empezaré por comer tacos con cubiertos, pondré los ojos en blanco, haré caras horribles, dejaré mis serpientes en la mesa y les prenderé fuego a mis compañeros. Ya sabes a lo que le tiras.