Cinco años
Vicente Fox se ha propuesto festejar que hace cinco años ganó las elecciones presidenciales. Ese 6 de julio terminó el largo periodo de dominio de un partido de Estado. Para los electores se abrieron expectativas que no se cumplieron. No todos esperaban lo mismo. Una parte de quienes votaron por el cambio, lo hicieron pensando que lo fundamental era sacar al PRI de Los Pinos, para poder iniciar una etapa nueva para el país. Para otros, los analistas financieros y los organismos financieros internacionales, se abría claramente la posibilidad de concluir las reformas orientadas al mercado. Hubo otros que sólo esperaban mejorar sus condiciones de vida, deterioradas por 18 años de neoliberalismo.
Para todos Fox fracasó. A él, lo que pudiera resultarle más doloroso es no haber podido cumplir con las recomendaciones que con toda precisión le hiciera el Banco Mundial. En un voluminoso texto (Giugale, Lafourcade y Nguyen. Mexico a comprehensive development agenda for the new era) ese organismo planteó cinco objetivos al nuevo gobierno: consolidar las ganancias macroeconómicas, acelerar el crecimiento impulsando la competitividad, reducir la pobreza desarrollando el capital humano, proteger los recursos naturales y construir un gobierno eficiente y responsable con transparencia en sus acciones.
Cada objetivo fue detallado. El primero implicaba, por supuesto, mantener la famosa disciplina fiscal, controlando el gasto público para lograr equilibrio presupuestal. En eso, sin duda, el gobierno foxista cumplió: en 2001 hubo un déficit reconocido de 0.73 por ciento del PIB, en 2002 de 1.21, en 2003 de 0.62, y 0.26 en 2004. Ello les ha permitido plantearse para 2005-06 conseguir un déficit muy cercano a cero. Para el Banco Mundial, sin embargo, esta disciplina era indispensable, pero lo realmente relevante era lograr una reforma fiscal integral que elevara los impuestos como proporción del producto de 10 por ciento actual a 16 por ciento en cuatro años. Eso no ocurrió.
Se propuso, asimismo, mantener un buen manejo de la deuda pública. También en este aspecto el Banco Mundial reconocía que la deuda explícita del gobierno federal era de 22 por ciento, pero con la no reconocida, entre los que se incluyen los pasivos del rescate bancario y carretero se alcanzaba 42 por ciento del PIB. En la Unión Europea se limita el endeudamiento a 60 por ciento del PIB, que es el promedio de los países de la OCDE. De modo que el monto es manejable. Fox decidió privilegiar la deuda interna, que pasó de 316 mil millones de pesos a 739, es decir, creció 134 por ciento. La deuda externa sólo creció 16 por ciento, al pasar de 724 mil millones de pesos a 844. Por ello la participación de la deuda interna en el total pasó de 30 a 47 por ciento.
Así que se mantuvo la disciplina, pero fracasó la reforma fiscal. Lo mismo ocurrió con el segundo objetivo propuesto. La marcha de la economía no se aceleró. En cuatro años el crecimiento promedio anual fue de 1.6, lejos del prometido 7, pero también lejos de 5.5 del crecimiento promedio del quinquenio anterior. Además, crear una economía competitiva demanda un sector financiero que funcione, es decir, que otorgue crédito. El saldo del financiamiento total al sector privado no bancario apenas creció 5 por ciento de 2001 a 2004, pero se contrajo en 2001, 2002 y 2003.
Lo cierto es que en 2004 ese saldo representa 10 por ciento del producto, cuando en otros países llega a 125, como en Estados Unidos. De modo que pese a que -según Hacienda- hemos aportado 264 mil millones de pesos en el pago de intereses, los bancos no prestan.
Para el Banco Mundial y para el gobierno de Fox mejorar la competitividad de la economía exige privatizar la industria eléctrica. Su argumento es que esta industria requiere 10 mil millones de dólares en los próximos 10 años que no pueden ser pagados con recursos fiscales. Sólo el sector privado puede hacerlo. El argumento es falso. Las transferencias a los bancos podrían cubrir una buena parte de estos requerimientos. Además, nada garantiza que una Comisión Federal de Electricidad privada reduzca sus tarifas. Así que esta privatización no nos hace más competitivos. De cualquier modo, también en esto Fox fracasó.
El recuento puede terminar con la reforma laboral. El gobierno pactó con el charrismo sindical una reforma que, hasta ahora, no se ha aprobado. Los fracasos foxista partieron de un error fundamental: exactamente como intentó Salinas: el gobierno del PAN se alió con el PRI, buscando construir una democracia particular, bipartidista, para lograr las reformas pendientes: fiscal, eléctrica y laboral. En los tres casos fracasaron y su alianza con el PRI únicamente sirvió para que se recuperara de una derrota estratégica. En los 18 meses que restan al sexenio, Fox se arrepentirá diariamente de una alianza que no sirvió: el responsable de esa política, el candidato oficial, perdió las elecciones hace tiempo.