Un comentario a Boaventura de Sousa
Estoy escribiendo desde una modesta "nota de pie de página", lugar al que nos circunscribió Boaventura de Sousa Santos. Este destacado intelectual portugués dijo el lunes lo siguiente, según nota de Karina Avilés: "Los intelectuales son importantes [nótese el son y no el somos], pero no como pensamiento de vanguardia, sino como notas de pie de página" (La Jornada, 28/6/05). Y González Casanova y Wallerstein, que estaban a un lado, deben haber agachado la cabeza para evitar la pedrada, pues son sin duda pensadores de vanguardia.
No deja de ser paradójico que De Sousa haya dicho lo que he citado, pues sólo en los últimos años ha publicado El milenio huérfano: ensayos para una nueva cultura política (2005), La globalización del derecho: los nuevos caminos de la regulación y la emancipación (2002), La caída del angelus novus: ensayos para una nueva teoría social y una nueva práctica política (2003), Democracia y participación: el ejemplo del presupuesto participativo de Porto Alegre (2003), y otros. Es, aunque no lo quiera ver así, un pensador de vanguardia, y no sólo una nota de pie de página, una referencia.
Los intelectuales comprometidos con los movimientos sociales hemos estudiado éstos, hemos reflexionado sobre su significado, hemos criticado y hemos sido también notas de pie de página, es decir, referencias para otros. No hay nada de qué avergonzarnos ni siquiera de ser o tratar de ser independientes, que no es fácil.
Otros intelectuales se han comprometido en contra de los movimientos sociales, muy en su derecho, y aunque puedan ser considerados como intelectuales de derecha tienen lo suyo y también han influido en ámbitos relevantes. No se puede negar el papel de Huntington, de Crozier, de Aron, ni de muchos más, aunque no nos simpaticen.
Si lo que De Sousa quiso decir es que en los movimientos sociales también se han desarrollado formas de pensamiento y análisis de la realidad que no pueden ser ignorados, esto no excluye el papel de los intelectuales, aunque en ocasiones las elaboraciones teóricas y analíticas se vean rebasadas por esos movimientos o por otros nuevos. De estos movimientos hemos aprendido; pero de nosotros, aunque sea para criticarnos, han aprendido no pocos movimientos sociales.
El antintelectualismo lo hemos vivido en diversos movimientos sociales en los que hemos participado, pero no hemos sido derrotados. Aquí estamos y hemos sobrevivido, a pesar de los exorcismos de que hemos sido objeto, con todo y cadenas de ajos, de crucifijos y otros emblemas de conjura.
El papel del intelectual, incluso comprometido con los movimientos sociales, no es competir con los actores de estos movimientos ni mucho menos competir por la dirección de éstos; para eso están los activistas. Los activistas, que en cierto modo también son intelectuales (aunque normalmente no lo acepten), son necesarios para los movimientos sociales, pero tienen un candado del que difícilmente se pueden zafar: su trabajo intelectual es más bien político (calificativo que con frecuencia rechazan), pues escuchan a sus representados, procesan y sintetizan lo escuchado, interpretan los deseos más evidentes de quienes participan y, finalmente, elaboran un documento con el que se presentan a otros o con el que dan a conocer su movimiento. En México sabemos de esto: Emiliano Zapata tuvo cerca a Otilio Montaño para la redacción del Plan de Ayala, pero no para dirigir el movimiento; los neozapatistas han tenido a Marcos, bajo la comandancia indígena, no sólo como jefe militar, sino como vocero e intérprete del pensamiento indígena con el mundo no indígena, además de otras cualidades y defectos que también tuvo Montaño, para no citar a más.
Entre el 25 de noviembre de 1911 y 1994-2005, ha habido otros intelectuales cerca de muchos otros movimientos sociales y de quienes han tenido autoridad suficiente para la toma de decisiones que ha afectado el rumbo del país, no siempre bueno. Es más, se ha podido comprobar que cuando un dirigente no cuenta con la cercanía de intelectuales, como es el caso de Fox, ni siquiera el discurso resulta coherente.
Cuando De Sousa dijo, según la nota mencionada, que "los intelectuales no saben oír porque están acostumbrados a hablar", está cometiendo otro error. Ciertamente nos gusta hablar, y también escribir, pues de otra manera ¿cómo ejerceríamos nuestro quehacer intelectual?, pero que no exagere. Habemos intelectuales que sabemos oír, además de hablar. Pondré un ejemplo de un intelectual de vanguardia que sabe oír, y que es mucho más que una nota de pie de página: Pablo González Casanova.
En su reciente libro Las nuevas ciencias y las humanidades (2004), Pablo escribió: "Si Amilcar Cabral tenía razón al rescatar la cultura de la resistencia y liberación de los pueblos como punto necesario de partida para un cambio radical, no tienen razón los descendientes de los 'guardias rojos' cuando estigmatizan al conocimiento de las tecnociencias y de las nuevas ciencias en vez de proponer su dominio y adaptación para la lucha y construcción de un sistema alternativo". Y con este solo ejemplo escogido de su extenso texto, Pablo explica que los intelectuales (y los científicos) no son sólo una nota de pie de página, salvo para los descendientes de los "guardias rojos", que todavía existen.