Usted está aquí: lunes 27 de junio de 2005 Sociedad y Justicia APRENDER A MORIR

APRENDER A MORIR

Hernán González G.

¡Hola, extraño!

ES CURIOSO -CONFIESA una joven madre a su bebé luego haberlo parido-, por primera vez nos encontramos después de tantos meses tan lejos y tan cerca. ¡Y mira qué cara traigo! Aunque también es tu culpa: tantas horas batallando y en tan penosas circunstancias. Ni en mis horas de más lujuriosa fantasía se me ocurrió jamás estar expuesta a tantos pares de ojos masculinos... y a tantas manos, todas al mismo tiempo.

PERO COMO TODO pasa, también ese trago amargo pasó y aquí estamos. "Mi pequeño extraño". La voz ha traicionado al pensamiento y la expresión sale de mi boca sin querer. La fulminante mirada de una abuela no se hace esperar y cruza como ráfaga el cuarto colmado de parientes. "Sacrílega", parece decir. No importa, esto es exclusivamente entre tú y yo.

¿QUE SE SIENTE ser mamá?, pregunta alguien que ya es mamá. Es vivir una contradicción; es algo que he esperado mucho y, sin embargo, reconozco que este bebé es un desconocido. No sé quién es, cuáles serán sus gustos, sus intereses. No sé nada de él. Nuevamente la mirada réproba me atraviesa como una espada: "¡Ay, Pili! (escucho como disculpa que no pensaba dar), pero si ser madre es lo más bello que puede pasarte".

TAL VEZ, PERO no por el trillado concepto de que representa la realización máxima de toda mujer, el deber ser de nuestra existencia. No por eso, sino porque a partir de este momento la vida me regala el privilegio de conocerte, la aventura maravillosa de procurar crecer junto a tí y aprender contigo. Porque me encuentro con ese otro que eres tú y te reconozco libre, independiente, único, y sé que a partir de este momento el reto será compartir tu vida sin pretender "hacer" tu vida.

NO SE QUE decir, no puedo hacerte muchas promesas ni tener demasiadas expectativas. Tendremos que escribir esta historia juntos. Sólo espero tener memoria suficiente para recordarme a mí misma y procurar allanar así el espacio de la brecha generacional.

ABSTRAIDA, SIGO PENSANDO, mientras abuelas y tías continúan exaltando la sublime misión de la maternidad. Alguien menciona el regalo divino de transmitir la vida a otro ser y yo sonrío complaciente para no decirles que me parece demasiada vanidad suponer que una es la que da la vida a otro ser.

TE GUIÑO UN ojo y empiezan las averiguatas. Que si tienes mi nariz (Dios te libre, hijo mío), que si te pareces a tu papá o a la tía sutanita o al tío fulanito. Que si tus ojos serán claros o no. De pronto una leve y refrescante brisa entra por la ventana y siete pares de manos se apresuran a cubrirte con cuanta cosa encuentran. Que si la cobijita tejida por la vecina tal o el chalecito bordado de forma tan exquisita por la señora cual...

DISCRETAMENTE ESPERO A que la conversación se diluya para quitarte tantas cosas de encima. Me gustan tus pies, tan pequeñitos. Pero tan pronto los destapo, unos calcetincitos vienen en tu auxilio. Me doy: tendremos que esperar a salir de aquí para comenzar juntos esta aventura de ser madre e hijo.

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