María de Zayas: una feminista avant la lettre
En la advertencia -''Al que leyere" - con que se abre la primera parte de sus obras, María de Zayas nos advierte con ironía:
''Quién duda lector mío, que te causará admiración que una mujer tenga despejo no sólo para escribir un libro, sino para darle a la estampa (...) Quién duda, digo otra vez, que habrá muchos que atribuyan a locura esta virtuosa osadía de sacar a luz mis borrones siendo mujer, que en opinión de algunos necios es lo mismo que una cosa incapaz."
Y claro, la admiración que esta declaración nos produce no se debe tanto al hecho de que una mujer escriba un libro, moneda corriente en nuestros días; lo que la produce es que en un mundo tan complicado como el del siglo XVII español, esta escritora, contemporánea de Lope de Vega, de Pérez Montalbán, Calderón y Cervantes, de quien toma el título de la primera serie de sus novelas -Novelas ejemplares y amorososa, con el subtítulo de ''Maravillas"-, hubiese podido escribir como ella lo hizo. Veamos.
María de Zayas y Sotomayor, nacida en Madrid, probablemente en 1590, fue la escritora española más famosa de su tiempo. Escribió versos, una obra dramática y formaba parte de las academias literarias de entonces; la conocemos sobre todo por las dos series de novelas breves, la primera, ya mencionada, publicada en 1637, y la segunda intitulada Desengaños amorosos, editada en 1647, ambas en Zaragoza.
Muy frecuentada a partir de Cervantes, la novela breve amorosa conoció un gran auge en el siglo XVII. Las de Zayas fueron muy populares, se reditaron varias veces, fueron traducidas a varios idiomas y hasta plagiadas, nada menos que por Scarron y Molière. Las novelas de Zayas se inscriben en un marco, siguiendo una tradición de antiguo linaje -Las mil y una noches, El Decamerón-: un grupo de amigos y amigas acompañan a una dama, Lisis, quien decide celebrar unos saraos en ocasión de su convalescencia; además de bailes, conciertos, representaciones dramáticas, los caballeros y las damas de la primera serie se entretienen contando novelas que susciten la admiración. Para contar desengaños, sólo están las damas, de nuevo reunidas con sus galanes en otro sarao organizado por Lisis, al cabo del cual, todas ellas, desengañadas de los varones, se retirarán a un convento, algunas -pocas- como monjas profesas, otras, por ejemplo Lisis, la conspiradora principal, artífice del desengaño y dueña de la narratividad, como seglares.
Como Sor Juana, Zayas fue autodidacta, y como la novohispana, de esta carencia se lamentaba:
''Esto no tiene a mi parecer más respuesta que su impiedad o tiranía en encerrarnos y no darnos maestros, y así la verdadera causa de no ser las mujeres doctas, no es defecto sino de aplicación. Porque si en nuestra crianza, como nos ponen el cambray en las almohadillas, y los dibujos en el bastidor, nos dieran libros y preceptores, fuéramos tan aptas para los puestos y para las cátedras como los hombres, y quizá más agudas, por ser de natural más frío, por consistir en humedad el entendimiento, como se ve en las respuestas de repente y en los engaños de pensado, que todo lo que se ve hace con maña, aunque no sea virtud, es ingenio."
En un inteligente y completo libro sobre Zayas, Margaret Rich Greer piensa que el pasaje arriba citado esconde una polémica contra el médico Huarte de San Juan, autor del famoso tratado científico de 1575, intitulado Examen de ingenios para las ciencias. Sostiene que esta combinación particular de argumentos, totalmente novedosa, controvierte la tradicional teoría aristotélica de los humores que atribuía la debilidad congénita de las hembras -su flaqueza- a su frialdad y humedad. Para Zayas esas características, al contrario, eran precisamente las que le permitirían desarrollar una agudeza, un arte de ingenio, cualidades congénitas que permanecen en estado latente por la falta de estímulos y de educación, en suma, por la tiranía que los hombres ejercen sobre las mujeres.
La movilidad con que Zayas oscila entre una teoría esencialista y otra construccionista, concluye Greer, al achacar primero la inferioridad de las mujeres a su deficiente educación, para luego proclamar que la humedad y frialdad inherentes al sexo femenino las hace potencialmente superiores al hombre, constituyen de hecho dos ataques frontales contra la jerarquía de género, como opera en la práctica social y la manera cómo se inscribe en el discurso filosófico y científico de esa época.