Editorial
El lado oscuro de lamigración mexicana a EU
El fenómeno de la migración de mexicanos a Estados Unidos se está convirtiendo cada vez más en una sangría para el país en los ámbitos social y económico. Poco a poco, México está perdiendo lo mejor de su fuerza laboral: ante la falta de oportunidades, los trabajadores optan por viajar al vecino país del norte en las más difíciles condiciones. Esa circunstancia no impide que con el tiempo esas personas se lleven consigo a sus familias, lo que se traduce en una merma de los ingresos de divisas por concepto de remesas.
Datos de la Secretaría de Desarrollo Social indican que los 16 mil 613 millones de dólares que nuestros connacionales enviaron al país el año pasado tan sólo representan 8.9 por ciento de los ingresos totales de los mexicanos en Estados Unidos, unos 187 mil millones de dólares. Pero a pesar de los beneficios económicos que representan los migrantes para México y Estados Unidos, ninguno de los dos gobiernos ha hecho nada para proteger sus derechos. De hecho, ante el endurecimiento de las leyes migratorias estadunidenses, la situación de millones de mexicanos es cada vez más incierta.
Pero esa incertidumbre no se traducirá en una reducción del flujo migratorio. Por el contrario, cifras del Consejo Nacional de Población, de 2004, señalan que en los próximos 25 años el número de mexicanos en Estados Unidos (actualmente unos 10 millones 650 mil) se duplicará. Por lo pronto, los connacionales representan seis de cada 10 extranjeros en situación migratoria irregular. Además, están prolongando su estancia en territorio estadunidense, en parte debido al temor de no poder regresar a sus trabajos en ese país ante las crecientes dificultades para cruzar la frontera norte, como la construcción de un muro, mayor vigilancia y la proliferación de grupos civiles antinmigrantes.
Estas tendencias se reflejan de manera contundente en la composición demográfica de algunas zonas de Estados Unidos y México. Mientras en nuestro país, pueblos y ciudades lucen cada día más desiertos, allá los mexicanos están revitalizando pueblos fantasmas. Por ejemplo, en el valle de San Joaquín, California, trabaja un millón de personas, del que 98 por ciento es de origen mexicano. Si bien 50 por ciento viaja regularmente a México, el resto se ha quedado junto con sus familias.
Es más, estos migrantes han reconstituido en Estados Unidos los pueblos de donde provienen: la mitad de la población de MacFarland procede de Zacatecas. Asimismo, académicos estadunidenses han comenzado a registrar la llegada de nuevos trabajadores provenientes de estados que antes no generaban migración, como Chiapas y Veracruz.
Sin embargo, a pesar de la importancia de la migración para la economía de México (remesas) y Estados Unidos la agricultura de California, que produce unos 30 mil millones de dólares anuales, depende de la mano de obra mexicana, por citar sólo un caso, ambos gobiernos mantienen en un limbo legal a millones de trabajadores. Si "no se llega a un acuerdo migratorio importante, esta economía (la de California) va a padecer las consecuencias", advirtió recientemente Juan Vicente Palerm Viqueira, representante en México de la Universidad de California.
Aunque la precaria situación de los migrantes es responsabilidad de las autoridades de ambos países, es particularmente reprobable el olvido y la negligencia del gobierno mexicano, que carece de estrategia clara y definida para defender y promover los derechos de los connacionales en Estados Unidos. Prueba de ello son las trabas en el Congreso mexicano para aprobar el voto en el extranjero, derecho que otras naciones han reconocido a sus ciudadanos, dondequiera que se encuentren. Así, los migrantes mexicanos parecen estar condenados a ser ciudadanos de segunda en los dos países y a permanecer en un estado perpetuo de indefensión.