Usted está aquí: sábado 18 de junio de 2005 Cultura Un piano, dos pianistas, cuatro manos

Juan Arturo Brennan

Un piano, dos pianistas, cuatro manos

El trabajo del piano a dúo, ya sea en su formato de dos pianos o de piano a cuatro manos, es una expresión particularmente interesante de la música de cámara y, si se considera su atractivo en cuanto a posibilidades polifónicas, paleta colorística y gestualidad interpretativa, se extraña una mayor presencia suya en nuestras salas de concierto. (Qué interesante es observar, en el piano a cuatro manos, cómo los pianistas intercambian labores entre una pieza y otra, cómo se dividen el manejo del pedal, cómo resuelven los riesgosos cruces de manos).

El Festival Internacional de Piano En Blanco y Negro, del Centro Nacional de las Artes (ahora en su novena versión), ha ofrecido con frecuencia esta vertiente de la actividad pianística, y el domingo pasado presentó un muy buen recital de piano a cuatro manos a cargo del dúo formado por Natasha Tarásova y Gustavo Rivero Weber, de amplia trayectoria y probada experiencia.

En la Pequeña suite, de Claude Debussy, el compositor alterna expresiones del mundo sonoro etéreo por el que se le conoce mejor, con episodios de mayor densidad y de texturas más complejas. A lo largo de toda la suite, los pianistas supieron dar su justo valor a cada una de estas dos expresiones, logrando buenos contrastes; asimismo, enfatizaron con propiedad la armonía más tradicional de la segunda pieza de la suite, y el perfil rítmico más complejo que Debussy propone (para ambos pianistas) en la cuarta. Las Seis piezas Op. 11, de Sergei Rajmaninov, no están concebidas como una exhibición de virtuosismo pirotécnico, sino como una lección ejemplar en tratamiento armónico y, sobre todo, en conducción de voces.

Así lo entendieron Tarásova y Rivero Weber y su ejecución permitió a los oyentes apreciar estas dos cualidades fundamentales de la obra, sin caer nunca en las potenciales trampas implícitas en el sólido planteamiento textural de las piezas del compositor ruso. Notables en particular, la cuarta pieza de la serie, que ofrece otra opción de vals y que de hecho puede escucharse como un par de valses simultáneos y complementarios; y la sexta, titulada Gloria, en la que los pianistas comunicaron con solidez el pensamiento cuasi-sinfónico de Rajmaninov.

Después, Andante con cinco variaciones de sol mayor, K, 501, de Wolfgang Amadeus Mozart, pieza diáfana y luminosa de la madurez del compositor de Salzburgo, interpretada por el dúo con especial atención a los cambios expresivos y dramáticos implícitos en las transiciones al modo menor.

Un hito particularmente significativo del programa fue la ejecución de Natasha Tarásova y Gustavo Rivero Weber a la Fantasía Op. 103 de Franz Schubert. Se trata de una de las propuestas melódicas más felices de Schubert (y esto, dicho respecto a uno de los más grandes melodistas de la historia), y el dúo de preocupó por perfilar con claridad y cuidado la exposición inicial de ese material, así como cada una de sus reiteraciones, bajo diversas maneras y estados de ánimo. Si ese tema inicial de la Fantasía es de una anhelante elegancia, más adelante se transforma en tormentosos episodios de notable profundidad.

En su tránsito entre un aspecto y otro de la obra, los pianistas optaron por abordar al Schubert plenamente romántico, con resultados que por momentos fueron de una expresividad poderosa.

La parte oficial de este programa de piano a cuatro manos concluyó con cuatro de las Rondas alemanas de Moritz Moszkowski, interesantes piezas por cuanto pueden resultar engañosas. En efecto, por sus temas y por su diseño general, parecieran caer cabalmente en el rubro de la música de salón; sin embargo, la textura y la densidad impartidas por el compositor (pianista malogrado por culpa del pánico escénico) hacen que estas Rondas alemanas se perciban como música de mayor alcance y exigencia técnica. Ambos aspectos de las piezas de Moszkowski fueron bien calibrados y realizados por los pianistas, particularmente en la primera de las rondas.

El dúo Tarásova-Rivero Weber concluyó la sesión ejecutando con ligereza de espíritu y precisión rítmica tres de las Danzas cubanas, de Ignacio Cervantes, que incluyen pequeños y efectivos episodios de percusión sobre la tapa frontal del piano. Un programa bien elegido, correctamente balanceado y ejecutado con seriedad, eficiencia técnica y variedad estilística que demostró, hasta que otros dos puedan demostrar lo contrario, que Natasha Tarásova y Gustavo Rivero Weber forman actualmente el dúo de pianistas preminente en nuestro medio musical.

 
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