Editorial
EU: el crepúsculo de los halcones
En forma sostenida, aunque mucho más lenta de lo que sería deseable, sectores políticos y de opinión pública de Estados Unidos se articulan para cuestionar el sentido, los propósitos y los orígenes de la guerra criminal e injusta que el gobierno de George Bush mantiene contra Irak desde hace más de dos años. Como dio cuenta La Jornada en su edición de ayer, militares del país vecino empiezan a reconocer que la lucha contra la resistencia nacional iraquí no podrá ser ganada, entre otras cosas porque, como expresó el coronel Frederick Wellman en referencia a los combatientes de la nación árabe, "cuando se mata a uno se crean tres más". El propio secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, confesó en una entrevista a la BBC que "la seguridad en Irak no ha mejorado desde la caída de (Saddam) Hussein", en abril de 2003, y que, en cambio, la imagen del gobierno de Washington se ha deteriorado desde entonces en todo el mundo.
Debe recordarse que la aventura de conquista del presidente Bush fue repudiada desde antes de su inicio por amplios sectores de la sociedad estadunidense, los cuales protagonizaron movilizaciones masivas para tratar de detener la barbarie en la que se involucró a su país. Hoy la punta de lanza de esos sectores son los deudos de los soldados muertos en la nación árabe, no para defender el territorio estadunidense ni expandir la democracia y la libertad, como pregona el discurso oficial cada vez más inverosímil, sino para mantener un negocio geopolítico y petrolero, ajeno a la población.
Algunos núcleos de la clase política se han sumado a la oposición a la guerra. Varios representantes demócratas demandaron una investigación profunda sobre las mentiras de Bush y su equipo para llevar a su país a la guerra. Los legisladores se centraron en el documento conocido como Downing Street memo, escrito antes de la invasión, en el cual el equipo de seguridad nacional del primer ministro británico, Tony Blair, señalaba que la Casa Blanca se disponía a manipular el material de inteligencia sobre armas de destrucción masiva para justificar la intervención militar.
Con la creciente certeza de que Bush engatusó al Congreso y a la opinión pública con falsedades para crear un estado de pánico que justificara la incursión en Irak y el derrocamiento de Hussein, los legisladores expresaron la pertinencia de iniciar un juicio de procedencia contra el actual ocupante de la Casa Blanca. Es oportuno recordar que Richard Nixon, otro mentiroso consumado, renunció a la presidencia para evitar un proceso legislativo semejante, en el contexto del Watergate, y que Bill Clinton estuvo cerca de ser destituido por esa vía a raíz de su aventura con Monica Lewinsky.
Ciertamente, no parece probable que la mayoría republicana en ambas cámaras permita el impeachment contra Bush, pero su evocación en el Capitolio es, en sí, revelador del deterioro político que sufre el gobierno estadunidense por el sangriento pantano en el que metió al país, un pantano del que no existen salidas rápidas ni fáciles. Es posible que, a medida de que se acentúe el malestar de la sociedad, se expanda entre la clase política de Washington la conclusión de que debe ponerse un alto a la ignorancia, arrogancia e inmoralidad que campean en la Casa Blanca, que tanto daño han provocado a Estados Unidos, Irak y Afganistán.
Aparte de los cuentos de hadas redactados en la Casa Blanca para explicar la imposibilidad de detener la violencia en Irak (como atribuir un poder maligno, desmesurado y hasta metafísico al fantasmagórico Abu-Musab al-Zarqawi), es claro que lo que está detrás de los renovados ataques contra los ocupantes y marionetas locales es una voluntad nacional de resistir ante el invasor. Por eso Estados Unidos e Inglaterra no van a ganar nunca esa guerra y, tarde o temprano, tendrán que masticar la humillación de sentarse a negociar la paz con la insurgencia.
En el mejor de los mundos posibles, en uno en el que la ética y la justicia internacional fueran de la mano, Bush, Blair y sus cómplices, como José María Aznar y Silvio Berlusconi, tendrían que ser llevados ante un tribunal por los crímenes de lesa humanidad, perpetrados con la ocupación de Irak. Por supuesto, en el mundo real eso no va a ocurrir. Sin embargo, no hay que descartar la posibilidad de que el gobernante estadunidense sea procesado y sancionado en su país por los engaños y mentiras que fabricó y propaló para justificar la guerra.