Usted está aquí: lunes 13 de junio de 2005 Opinión Vuleve a triunfar El Cid

José Cueli

Vuleve a triunfar El Cid

El Cid volvió a iluminar la plaza de Las Ventas madrileña, en la tradicional corrida de beneficencia que se realiza desde la segunda mitad del siglo XVI, con la presencia de la familia real española. El Cid repitió color y se le vio siempre de frente, en lo que pudiera llamarse la plenitud normal de su toreo. Lo que permite que pueda ser apreciado y seguido en su totalidad, sin sobresaltos, por los viejos aficionados y los villamelones, simplemente con una dosis de considerable buen gusto natural e instinto.

El Cid sale de Las Ventas por tercera vez en el ciclo isidril y, en esta corrida extraordinaria, como el gran triunfador. Pese a la falta de casta de los toros de Samuel Flores, eso sí, con una arboladura impresionante, El Cid, pleno de sitio, está en ese momento de los toreros en que todos los toros le embisten. Gracias a su sentido de la colocación, la habilidad de desengañar a los bureles en el centro del redondel y un valor a toda prueba, que lo llevan a seguir la regla fundamental: parar, templar y mandar. Emoción, que no diversión, diría mi colega Leonardo Páez, es lo que transmite el diestro sevillano con ese toreo verdad. Un toreo de estructura artística sedimentada por años, con la sensibilidad de hoy y que por el apasionamiento estético que le imprime, no se sirve de esa plaga del pegar pases, colocado al hilo del pitón y echando el toro hacia fuera con el pico de la muleta.

El Cid, a la justa distancia, en el centro del redondel, con la muleta delante y de frente, se trae a los toros enganchados y los remata desde atrás de la cadera. Así surgen las series de naturales y redondos, con la plaza en pie aclamándolo en el momento cúspide de su carrera.

 
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