Siguen operaciones sirias de inteligencia: líder druso
Efectúan en Líbano la tercera jornada electoral
El sistema comicial es proporcionalmente sectario
Ampliar la imagen El l�r druso Walid Jumblatt sufraga en El-Mooukhtara, L�no. A la izquierda, una electora con un mu� con cartel del presidente estadunidense, George W. Bush FOTO Ap
Kafr Matta, Líbano Central, 12 de junio. Los libaneses acudieron este domingo a las urnas como a un festival, con música, banderas y almuerzos en el césped, frente a las casillas. Cristianos, musulmanes y drusos respaldaron a sus respectivos campeones.
Las primeras elecciones libres en 30 años. El Mediterráneo, visible a lo lejos desde las montañas, tenía un tono verde claro a la luz de la tarde. Libertad. Los sirios se han ido.
¿De veras? El mar se ennegrece de pronto. La guerra de inteligencia que tan a menudo ha asolado a Beirut vuelve a cernirse sobre ella.
La forma en que la guerra apresa a esta ciudad, en que la humedece para que siga dorándose en el horno de la historia, garantiza que la mayor minoría ciudadana mantenga íntegra la guerra civil que terminó hace 15 años, conflicto en el cual los sirios estuvieron hundidos hasta el cuello. No tuve más que visitar a algunos amigos para enterarme de lo peor. Los sirios han vuelto. Un coronel o dos, un general aquí y allá, de los servicios de inteligencia, claro.
¿Será cierto? Y si lo es, ¿por qué? La ONU confirmó la retirada de todas las tropas y oficiales de inteligencia sirios apenas hace un mes. Ahora el secretario general del organismo, Kofi Annan, amenaza con enviar de vuelta su equipo de "verificación" para confirmar de nuevo. Circulan nombres: Khalouf, Safeitly, Jabour, Ghazaleh... oficiales de inteligencia sirios. Ghazaleh era el jefe de la inteligencia militar siria en Líbano. ¿O tal vez aún lo es?
Si los sirios regresaron -salieron por la puerta y volvieron por la ventana, dicen los libaneses-, ¿qué podrían hacer con el caldero hirviente de sectas que constituye todas las tragedias de Líbano?
Recorrer las montañas libanesas este domingo es darse cuenta de que la guerra de drusos y cristianos retorna como tempestad. En la aldea de Kfar Matta los cristianos no pueden votar junto con sus vecinos drusos, porque mataron a muchos de esa etnia en 1983. Los drusos, que perdieron a 270 de los suyos en una masacre perpetrada ese año -en la cual también pereció un amigo, Clark Todd, corresponsal de la televisión canadiense-, votan con entusiasmo en una escuela, en el centro de su aldea, todavía ruinosa en parte. Soldados libaneses los protegen. En cambio los cristianos tienen que ir a sufragar en otro lado.
Pero los sirios... ésa es la cuestión. ¿Han vuelto? Por desgracia es probable. Una nube negra oscurece este país de estremecedora belleza, cuando todos creíamos que ya era seguro regresar a las verdes aguas del mar.
El origen
Hasta el momento la historia es ésta: Rafiq Hariri, ex primer ministro, fue asesinado por un tremendo bombazo ocurrido en Beirut el 14 de febrero pasado. Políticos de oposición culparon al gobierno sirio porque éste creía que Hariri estuvo detrás de la resolución 1559 del Consejo de Seguridad de la ONU, apoyada por Estados Unidos y Francia, la cual exigía la retirada del ejército y la inteligencia sirios de Líbano. Un millón de libaneses marcharon en demanda de la verdad sobre el asesinato. Una investigación preliminar de la ONU concluyó que "el gobierno de Siria tiene la responsabilidad primaria de la tensión política que precedió al crimen..."
Sin embargo, ahora, según el periódico kuwaití Al-Siyassa, una investigación de la CIA sobre el atentado llegó a la conclusión de que entre seis y nueve altos oficiales de la inteligencia siria participaron en él.
El periódico nombra, como "planificadores y ejecutores" del crimen, al coronel Mohamed Khalouf, ex comandante de las oficinas sirias de inteligencia en el hotel Beau Rivage de Beirut; al coronel Jihad Safeitly, jefe de "operaciones políticas" sirias en Líbano, y al general brigadier Rustum Ghazaleh, ex jefe de inteligencia militar siria en este país.
También asegura que durante cuatro días se llevó a cabo en Líbano una pesquisa secreta CIA/FBI sobre el mismo crimen, a partir del 18 de febrero, la cual concluyó que cuatro altos oficiales de la seguridad libanesa supieron por adelantado del asesinato que se planeaba y ayudaron a monitorear los movimientos de Hariri y elegir la fecha de la acción. Una de las fuentes del diario sostuvo que también un ex miembro del gabinete libanés estuvo involucrado. Los libaneses ya tratan de adivinar su identidad, con bastante acierto.
Dicen que es un asunto muy serio. Más grave aún es la información que Walid Jumblatt, el líder druso, afirma haber recibido informes respecto de que continúan las operaciones sirias de inteligencia en Líbano. Le han dicho que de vuelta en Líbano, después de que su famosa "retirada militar", están Mohamed Jabour, oficial que tenía su sede en la ciudad libanesa de Sofar, ubicada en las montañas que se levantan frente a Beirut, y Jamer Jamer, quien era espía en el distrito de Hamra, en Beirut occidental, así como Said Rabah, que actuaba en Hamana (en el valle situado frente a Sofar), y que todos han regresado a Líbano.
Lo mismo ha ocurrido con Rustum Ghazaleh, el ex jefe de inteligencia en el país. Oficialmente Damasco niega todo esto.
Jumblatt cree todavía que se encuentra en una lista de blancos de los sirios y que los estadunidenses suenan todos los días el mismo tambor. "Nuestro mensaje a Siria -declaró este viernes el presidente estadunidense George Bush- es que, para que Líbano sea libre, Siria no sólo necesita retirar sus soldados, sino también a sus oficiales de inteligencia." Un anónimo vocero de Washington -quizá demasiado anónimo para hacer semejante comentario- dijo que la información de su país procede de "una variedad de fuentes confiables libanesas".
El asesinato, hace 11 días, del periodista libanés Samir Kassir -comentarista sumamente crítico del partido Baaz sirio, quien recibió furibundas llamadas de Rustum Ghazaleh-, fue un mensaje a Líbano: cuando uno pensaba que ya había libertad de hablar, los asesinos siguen sueltos.
Y de qué forma. Tras el homicidio de Hariri, uno de los más altos oficiales de seguridad pro sirios, el general libanés Haj Alí, mandó sacar de la escena del crimen los restos achicharrados del convoy del ex primer ministro. Otros oficiales de seguridad sembraron evidencia falsa, o eso dijo la investigación de la ONU.
Ahora resulta -con escalofrío para quienes creían que se había instalado en Líbano un equipo de seguridad limpio- que el auto en el que Kassir fue volado por una bomba también fue retirado de la escena del crimen en cuestión de horas, lo cual permitió a los policías libaneses "perder" el detonador de los explosivos.
No es un asunto menor. En el lugar del hecho observé oficiales forenses que recogían del vehículo incendiado pedazos de la bomba y los metían con cuidado en contenedores de plástico. Pero la policía movió el vehículo y el detonador -la pista más importante sobre los culpables- desapareció.
Qué conveniente. Los detonadores tienen números, los cuales pueden utilizarse para descubrir al fabricante y, más importante, el país donde se vendieron. No es raro que el Mediterráneo se oscurezca de pronto. No hay detonador. No hay números. No hay culpables.
Hay filtraciones, claro. Se dice que los equipos de inteligencia que husmean en torno al crimen de Hariri están 85 por ciento seguros de su información respecto de la posible participación de Imad Moughnieh, libanés pro iraní a quien se considera líder de los secuestradores que capturaron tantos occidentales en los ochentas. Contra lo que se afirma, no estaba en el país antes de la muerte de Hariri, lo cual resulta interesante, porque a Moughnieh se le vincula con el Hezbollah, cuyo desarme exige Washington y, por supuesto, Israel. Si se puede trazar un nexo entre el Hezbollah y el asesinato de Hariri, las demandas de Estados Unidos crecerían en intensidad.
Sin embargo, el Hezbollah no tenía razón para dañar a Hariri, cuyos contactos secretos con esa milicia antisraelí se han revelado en fecha reciente. ¿Será que los estadunidenses intentan meter una cuña política en la investigación de la muerte del ex primer ministro?
El peligro de todos estos rumores, por supuesto, es que se diseminan en un frágil país de posguerra en el que las animosidades que dieron origen al conflicto civil pueden prenderse de nuevo con una sola bomba; de ahí, presumiblemente, las cinco explosiones en zonas cristianas del país después del asesinato de Hariri.
La tercera jornada electoral celebrada este domingo -la cual decidirá si la oposición o el grupo pro sirio controlan en parlamento- fue, en principio, un acontecimiento alentador. Los políticos cristianos se aliaron, sólo por los votos, claro, con sus antiguos adversarios de la guerra civil. Así, en la ciudad cristiana de Kahale -que fue bastión de las fuerzas libanesas durante el conflicto armado- pasaban automóviles cuyos ocupantes ondeaban banderas del Hezbollah.
En la aldea de Kfar Matta se observaban incidentes más extraños. En 1983 milicianos cristianos -entre ellos, de manera trágica, algunos de la misma ciudad- se lanzaron en una orgía de matanzas de sus vecinos musulmanes. Por lo menos 270 hombres, mujeres y niños fueron masacrados, entre ellos un joven reportero de la televisión canadiense llamado Clark Todd, quien transmitía las noticias de la guerra desde los hogares islamitas. Quince años después de esa guerra, los aldeanos votaron por planillas en las que iban unidos los antiguos enemigos cristianos y drusos. Fue, según algunos, un primer paso hacia la reconciliación. Pero todavía no.
El sistema electoral libanés se describe a menudo como de representación proporcional. En realidad es proporcionalmente sectario, porque las listas contienen candidatos seleccionados por origen étnico. Y en Kfar Matta no hubo nada de la "reconciliación" formal -musallah, en árabe- que debe preceder a todo retorno tribal a una aldea o ciudad en la que se ha cometido un crimen.
Así pues, los cristianos de Kfar Matta no pudieron votar en su aldea, de la cual huyeron hace mucho tiempo. Les instalaron casillas en la aldea vecina de Mishrif, junto a un callejón sin salida que no podía conducir a sus antiguos hogares y a los de sus víctimas, pero que se adentra unos metros en Kfar Matta, lo cual dio legalidad al ejercicio del voto.
Rafic Hadad, joven analista bursátil que ahora vive en París -demasiado joven para haber participado en la guerra- voló desde su hogar en Francia -su boleto de casi 700 dólares es una forma onerosa de subsidiar la democracia- para sufragar en Mishrif. "Algún día volveremos a nuestra ciudad; así será, habrá reconciliación", asegura. Notablemente, es lo mismo que me dijo en Kfar Matta un druso, Firas Kaddaj, quien también quiere reconciliación. "Debemos tener un nuevo Líbano ahora que las cosas han cambiado", dice frente a la casilla electoral ubicada en la escuela de la aldea que los cristianos no pueden visitar.
Pero este es un lugar sensible, desesperadamente peligroso, donde el optimismo florece entre las buganvillas mientras las amenazas se ciernen en el horizonte. La noche del viernes fui a cenar con Walid Jumblatt en su castillo druso de El Mukhtara. Hubo un vino espléndido, las mejores ensaladas y una charla de lo más divertida. Pero Jumblatt, mi favorito -de hecho, el único auténtico nihilista del mundo árabe- se ve preocupado. Cree que está en la lista de blancos. Yo también lo creo. Me temo que todo Líbano lo está. Entonces, ¿cómo concluir esta crónica desde este país delicado, gentil y fiero al mismo tiempo? Con una sola palabra: ¡cuidado!
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya