Las glorias de Peralvillo
No piensen que es el nombre de una cantina; nos referimos a los encantos que tiene en sus alrededores esta avenida que cruza La Lagunilla y que fue una vía de gran importancia durante el virreinato. Tanto, que recibía el título de "calle real", que se les otorgaba a aquéllas que por su amplitud, belleza y derechura hicieron que esta ciudad fuera señorial y distinta de las del viejo continente en esa época.
Se le conoció como calle Real de Santa Ana, por estar ubicada en la vía desde el siglo XVI una ermita con esa advocación, que pertenecía a los franciscanos de la cercana parroquia de Santiago Tlatelolco. A raíz de la terrible inundación de 1629, quedó prácticamente destruida, y en 1750 fray Lorenzo Vilches la reconstruyó, logrando que fuera declarada parroquia. La fachada es de un barroco sobrio con dos torres, y muestra una placa que dice que en esta parroquia "cantó su primera misa el señor cura de Jonacatepec, teniente general don Mariano Matamoros, héroe de la Independencia" Aquí se supone que estuvo la pila donde bautizaron a Juan Diego. En este templo solían recibir las autoridades de la Audiencia a los virreyes que venían a gobernar la Nueva España, acompañándoles desde ese lugar, en su entrada solemne a la ciudad.
A unos pasos de la parroquia, en el número 55 de la misma avenida Peralvillo, se encuentra la galería José María Velasco, una de las más antiguas de la capital. Nació hace 53 años, cuando don Fernando Gamboa era director del Museo Nacional y vio la necesidad de que se buscaran foros para mostrar el trabajo de gran número de artistas que estaban haciendo obra valiosa, acercándola a las zonas marginadas y populares. El recinto se edificó donde estaba el burlesque Rayo, y también tenía teatro. En sus albores expusieron Diego Rivera, Doctor Atl y José Clemente Orozco, y llevaron a personajes como Cantinflas. Años más tarde se abrió a la generación de la ruptura: Vicente Rojo, José Luis Cuevas, Felipe Erhenberg, entre otros. En los años ochenta se dedicó al arte conceptual y las nuevas tendencias, y en los noventa a los creadores marginales.
A partir de fines de 2004 llegó a dirigir la galería un joven artista y promotor cultural, José Alfredo Matus Hernández, quien le está imprimiendo nueva vida con múltiples actividades. El espacio, restaurado recientemente, es un auténtico loft; actualmente expone una colectiva titulada Alter Ego, que incluye el trabajo de 12 artistas de diferentes generaciones, que con distintas motivaciones utilizan el autorretrato con variadas técnicas, para aproximarse y distanciarse de sí mismos. La pieza del mes es Edén, de Pilar Bañuelos, y en las vitrinas que separa una mampara, Froylán Ruiz muestra sus fantásticas cajas. Los habitantes del populoso rumbo tienen la oportunidad de asistir a los talleres de creación literaria, iniciación a la fotografía, títeres con materiales reciclables e introducción a la gráfica para niños y adultos, y ya se ofrecen cursos de verano.
También organiza ciclos de cine en video, los sábados al mediodía. Las películas no tienen desperdicio; una muestra de algunas de las próximas: El inquilino, de Roman Polansky; Bella de Día, de Luis Buñuel, y La teta y la luna, del español Bigas Luna. Asimismo, hay conferencias y concursos de arte, fotografía y video. Es increíble lo que puede hacer en un lugar modesto y con pocos recursos, una persona con verdadero compromiso, pasión y entrega. El teléfono de este mágico lugar es el 57-72-05-42.
Hay mucho más que contar de la célebre avenida Peralvillo, así que ya volveremos al tema, pero por lo pronto ya no hay espacio y tenemos que comer. Por suerte, a media cuadra, en el número 30, sigue vivito y coleando el tradicional Correo Español, que fundó en 1943 el asturiano Eleuterio Hevia. En sus inicios como cantina, comenzó a dar de botana cabrito al horno, que preparaba amorosamente con la receta de su terruño. Tuvo tanto éxito que la gente iba más por el platillo que por las copas. En 1960 el local fue afectado por las obras de ampliación de Paseo de la Reforma, y don Eleuterio lo trasladó al sitio actual, reabriéndolo ya como restaurante, con la especialidad que le dio fama.
Todavía conserva los murales con imágenes bucólicas y su colección de botellas con bebidas de todo el mundo. En sus tiempos de bonanza comieron aquí los presidentes Emilio Portes Gil, Miguel Alemán y Adolfo López Mateos, con lo que se garantizaba la presencia de los ministros. Entre otros, Ernesto P. Uruchurtu, quien a pesar de su aparente seriedad departía con El Indio Fernández y Agustín Lara. Sigue comiéndose buen cabrito, con su caldo de camarón, al final el besito de ángel y la atención excelente de los antiguos meseros Benigno y Agustín, y la música del trío Los Cantores.