Usted está aquí: miércoles 1 de junio de 2005 Opinión El sombrero arco iris

Armando Labra M.

El sombrero arco iris

Si no fuera porque hace unos días se hizo público lo que voy a comentar, no me hubiera atrevido a escribir estas líneas. En efecto, como menciona Humberto Ríos en Milenio Diario (26 de mayo), el 19 del mismo mes unos 150 economistas fuimos invitados a una cena en Los Pinos.

El motivo fue el término de una serie de reuniones académicas de alto nivel promovidas por el premio Nobel Lawrence Klein en la Facultad de Economía de la UNAM. El anfitrión: Eduardo Sojo, jefe de Políticas Públicas de la Presidencia de la República.

Dado el carácter altamente especializado del tema y del grupo, así como la privilegiada perspectiva con que puede pulsar la economía el anfitrión, decidí que valía la pena pisar Los Pinos por primera vez en este sexenio, compartir la cena y una previsiblemente importante explicación sobre la economía mexicana.

Frívolo resultaría decir que la cena fue leve, a base de bocadillos; los vinos, malos, así que no lo mencionaré, si bien a final de cuenta hubo gran congruencia entre lo que escuchamos, comimos y bebimos. En efecto, como relata el señor Ríos, llamaba la atención que junto al podio había una mesa con seis sencillos sombreros tejanos de diferente y llamativo color cada uno: blanco, rojo, amarillo, verde, azul y negro.

Con la gentileza que lo caracteriza, el anfitrión dio la bienvenida y preguntó al reconocido economista Clemente Ruiz Durán en qué idioma debía exponer. "Todos hablan inglés", se le respondió y así, en algo bastante cercano a esa lengua, comenzó la esperadísima presentación sobre nuestra economía.

Primero, la filosofía. Para entender de qué se trata, el anfitrión explicó que habíamos de tomar el símil de una casa observada por cuatro personas, una en el frente, otra detrás, y otras dos, una de cada lado. Cada cual vería la casa, pero parcialmente, y parcial será su visión. Los cuatro observadores deben circular alrededor de la casa para apreciarla en objetividad y así se debe proceder con la economía para aquilatarla a plenitud. Bueno. No muy novedoso y un tanto simple para tan ilustre concurrencia, pero así se estila en foros estadunidenses. Nos acomodamos y seguimos a la expectativa.

Vino el espectáculo de los sombreros. Para azoro de todos, pero más para los economistas premodernos como yo, el anfitrión comenzó a ilustrar los diferentes enfoques de la economía calándose uno tras otro esos coloridos sombreros tejanos. El blanco, neutral, es el de las cosas como son. No como se quisiera. Como son, punto. Salpicó el ejemplo con algunas de las cifras oficiales más conocidas, y cuestionadas por su dudosa sustancia.

Uno tras otros fueron colocados los sombreros, ya sin mencionar cifras pero sí algunos rasgos de interés para el gobierno, por ejemplo, con el rojo se hizo referencia a la importancia de China y la necesidad de las reformas "que no ha aprobado el Congreso". Con el azul se aludió a los escasos márgenes de los gobiernos para enfrentar los grandes retos. El negro sirvió para señalar los obstáculos que impiden avanzar, como la pobreza y la falta de acuerdos políticos... y de reformas. Con el amarillo in testa, se habló del desafío de crecer, ser competitivos y crear empleos. Con el verde llegaron las referencias a la juventud y a las instituciones... y a las reformas necesarias para que la economía crezca. En suma, la sombrerada presentación nos decía: estamos bien, pero estaríamos mejor si no fuera por la incomprensión del Congreso que no aprueba las reformas que proponemos. Punto. Claro que no hubo comentarios ni intercambio.

No era un grupo de alumnos de secundaria. No éramos alguno de los tours que visita Los Pinos. El auditorio no éramos acarreados del Acuerdo para el Campo ni amigos de los amigos de Fox o paisanos de Celaya. Se encontraban ahí un premio Nobel de Economía, doctores y maestros de diversas partes del mundo y de México, que ciertamente merecían una presentación de mucho, mucho mayor contenido y análisis.

Acostumbrado a no cometer impertinencias, me acerqué a Eduardo Sojo para sugerirle respetuosamente, a partir de la filosofía de dar vuelta a la casa y mezclar puntos de vista, añadir a su presentación el sombrero arco iris, el rainbow hat que reuniera las diferentes visiones. La idea cayó muy bien, debo reconocer, mucho mejor de lo que esperaba, o al menos eso percibí.

Me alejé con el ego alegre pero seguí desconcertado por la ramplonería de la presentación y el desaprovechamiento de tan ilustre concurrencia y, ¡zas!, antes de salir de Los Pinos me vino la inspiración y comencé, creo, a entender. Pues claro, es así como se le presentan los problemas de la economía al Presidente para que pueda entenderlos. De sombreros sabe y de tejanos quiere saber, pero ¡cómo no se me ocurrió esto antes de proponer el sombrero arco iris; imagínense la confusión que provocaría en la mente foxiana! Espero que Eduardo Sojo no me haga caso, en serio.

 
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