Explaya para La Jornada su Ritmo delta, publicado por Joaquín Mortiz
Daniel Sada define su libertad ante las modas seudoliterarias y el mercado editorial
Daniel Sada se define por lo que hoy se ha convertido en un privilegio cada vez más raro: es un escritor libre, no condicionado por modas seudoliterarias ni por los caprichos del mercado editorial. Muestra cabal de ello es su novela más reciente, Ritmo delta (Joaquín Mortiz).
A partir de la historia de un escritor viejo y ciego -autor de una obra mediocre e inacabada- que se convierte en bestseller, Sada parodia los códigos de la industria editorial, reflexiona sobre la escritura, retrata aspectos de la vida decadente en la urbe, incursiona en el mundo de los sueños.
Todo con ese lenguaje de ritmo vertiginoso, de frases cortas, de sintaxis inesperada, que le ha valido ser considerado por la crítica como uno de los autores mexicanos contemporáneos más sólidos y orginales.
-¿En qué medida Ritmo delta es un ajuste de cuentas con el mundo editorial?
-De algún modo sesgado, sí lo es. En los pasados 15 años cualquier obra con una aparato publicitario bien montado puede convertirse de la noche a la mañana en supraliteratura. Es cosa nada más de promoción y de encontrar algunas vetas divertidas, afectivas, entretenidas; literatura escrita por encima, para ser leída por encima, que no haga reflexionar.
''Es un hecho ostensible que a falta de lectores, cualquier cosa, apuntalada por la publicidad, puede llamar la atención, sin importar la calidad literaria. Hoy, por ejemplo, todo mundo está leyendo El código Da Vinci.''
El título de la novela proviene de uno de los cuatro ritmos que desde la neurología y la mecánica fisiológica se le asignan a los sueños. Uno es el ritmo alfa; otro es el ritmo beta; el tercero es el ritmo gama.
El cuarto es el ''ritmo delta", el sueño ''más largo y excepcional, porque no se tiene todos los días, se supone que se sueña cuando hay una ingestión excesiva de fármacos o cuando se han acumulado muchos desvelos, y es muy profundo. Es múltiple, a veces pasivo, a veces deriva en algo que no tiene nada que ver.
''Lo más importante es que es un sueño que no se puede contar, uno recuerda dónde termina, pero nunca cómo comienza. La novela tiene esa lógica del sueño a veces muy acelerada, a veces muy simbólica, a veces muy pasiva o disgresiva."
Forcejeo con el lenguaje
Como en libros anteriores (Albedrío, Porque parece mentira le verdad nunca se sabe, entre más de una decena), Daniel Sada juega, se divierte, forcejea con el lenguaje; es más que un vehículo de comunicación, lo vuelve protagonista de la obra:
''Escribo por entusiasmo y soy muy apasionado en términos de escritura. No me atrae nada más escribir sin buscar algo más que me aporte el lenguaje; el mismo lenguaje me va revelando cosas que puedo tratar en términos filosóficos, estéticos, anecdóticos. El lenguaje siempre alude a otra cosa, me lleva a otros estadios de reflexión, de percepción."
-¿Cómo fue el proceso de escritura de Ritmo Delta?
-Siempre tengo un plan de escritura, sigo el consejo de Edgar Allan Poe: hay que imaginar el final, aunque después en el proceso de escritura cambie. En esos avatares, aparecen trasuntos que a lo mejor no tienen directamente que ver con la trama, dejo operar mucho la subconsciencia. Eso puede perfilar otras ideas que no vulneren el contenido central de la trama pero que al mismo tiempo lo enriquezcan.
''Casi podría decir que es como si me abriera camino a machetazos, una vereda entre una espesura boscosa o selvática. Tengo muchos roces con la vegetación de las palabras y las ideas. Y descubro fuerzas insospechadas de mí. Pero tengo las aristas de la trama muy claras."
-Como en otros libros suyos, aquí aparecen el humor y la parodia cumpliendo una función crítica.
-Hay en todo esto una enorme carcajada. El humor me revela muchas cosas, me revela el absurdo de la vida, de los cometidos humanos. Y creo, como decía Chaplin, que el humor debe tener un desarrollo. No me sujeto a un chascarrillo o a un gag. Algo que te da risa, como todo hecho, tiene una repercusión. Cuando hay un desarrollo, el humor se torna dramático. Detesto lo solemne. Decía Grombowicz que las grandes obras se hacen en el caos, no en la madurez, que la madurez es solemne y decadente. Es la muerte.
-¿No es un escritor maduro?
-No, no quisiera serlo jamás, porque me quita el grado de encanto que pueda suscitarme la vida, el mundo y la gente. Si me sintiera maduro ya tendría codificado y estructurado todo. Y en la creación tiene que haber un grado de caos, incertidumbre y sospecha permanente. Dudar incluso del propio sistema de valores. En el momento en que madure, me voy a volver un escritor solemne, dictatorial, categórico, tiranetas.