Lecciones latinoamericanas para Estados Unidos
Quizá nada demuestra con mayor claridad los problemas de Bush en el área que las dificultades que enfrenta el Tratado de Libre Comercio para Centroamérica
Durante años, la región acogió las políticas de libre mercado y se movió con entusiasmo dentro de la órbita de Washington. Esto comenzó a cambiar cuando las reformas no lograron producir el crecimiento previsto, y muchos empezaron a culpar a EU de sus problemas
Ampliar la imagen El presidente estadunidense George W. Bush FOTO www.redvoltaire.net
A sólo tres meses de que Condoleezza Rice asumiera el cargo de secretaria de Estado de EU, el hecho de que realizara una gira de cuatro naciones en seis días por América fue muy bien recibido por quienes temían que George Bush se hubiera olvidado de su promesa de prestar más atención a los problemas de la región.
Cuando los presidentes del hemisferio norte, entre ellos Bill Clinton, sostuvieron la Cumbre de las Américas, hace más de una década, una ola de optimismo condujo a la creencia de que al fin se había establecido una relación más cálida. Pero desde entonces las relaciones entre Estados Unidos y sus vecinos han estado marcadas por una división. ''Ha habido un apartamiento de caminos'', afirma Peter Hakim, presidente de Diálogo Interamericano, foro sobre políticas públicas con sede en Washington.
Ni siquiera el resurgimiento del crecimiento económico de los dos últimos años -la expansión de 5.8% registrada durante 2004 en Latinoamérica y el Caribe fue la más rápida en 25 años- ha logrado prevenir las crisis institucionales y el resurgimiento de una actitud antiestadunidense. ''Este es un vecindario muy problemático. El crecimiento económico sólo enmascara los problemas'', afirma un importante funcionario de una institución multipartita con base en Washington.
Los problemas en los países más pequeños y vulnerables que dependen del apoyo de EU se han presentado más complejos y de manera más rápida. Cuando Lucio Gutiérrez, el presidente pro estadunidense de Ecuador, fue removido de su cargo el mes pasado por el Congreso de su país, ello representó la séptima vez en siete años que en Latinoamérica un presidente electo no completa su mandato. Carlos Mesa, el presidente moderado de Bolivia, quien este año trató de renunciar al cargo, muy pronto podría enfrentar su desahucio en medio del descontento por su política energética. El presidente de Nicaragua, Enrique Bolaños, ha sido despojado de muchas de sus facultades por el Congreso y el Poder Judicial, controlados conjuntamente por los sandinistas y por Arnoldo Alemán, ex presidente conservador sentenciado a 20 años de cárcel por corrupción.
Aunque a algunos países más grandes les ha estado yendo mejor -los gobiernos de centro izquierda de Chile y Brasil, así como el de centro derecha en Colombia, han reforzado las instituciones-, la mejoría no es uniforme. En Venezuela, la cual suministra de 13 a 15% del petróleo a EU, el presidente Hugo Chávez encabeza uno de los más radicales experimentos políticos antiestadunidenses desde que los sandinistas perdieron las elecciones en Nicaragua, hace 15 años. A Washington le preocupa un posible acopio de armas -protestó por las 100 mil armas automáticas que Venezuela compró a Rusia-, así como los supuestos vínculos entre el presidente Chávez y las FARC de Colombia.
Algunos de los ejemplos más claros de la crisis de compromiso que sufre Washington en relación con Latinoamérica se han dado en los vecinos más cercanos. Las relaciones con México, las cuales mejoraron como resultado de una mejor integración económica después del Tratado de Libre Comercio de América del Norte de 1994, se han visto seriamente dañadas por la trifulca en torno a la inmigración. Bajo presión por el control de la porosa frontera entre ambos países, Estados Unidos aprobó este mes una nueva legislación que complicará la vida de millones de latinoamericanos que viven y trabajan en EU sin papeles oficiales. En algunas zonas de la frontera se construirá una barrera material con objeto de volverla más accesible para la policía. El secretario de Gobernación de México, Santiago Creel, describió la nueva ley como ''negativa, inconveniente y obstruccionista''.
Quizá nada demuestra con mayor claridad los problemas de Bush en Latinoamérica que las dificultades que enfrenta el Tratado de Libre Comercio para Centroamérica, convenio que garantizaría la consolidación de concesiones comerciales para República Dominicana, Nicaragua y otros cuatro países centroamericanos.
La oposición cada vez mayor de los sectores textil y azucarero, así como de los sindicatos de comerciantes, amenazan la aprobación del TLCCA por el Congreso de EU. El costo de perder la negociación podría ser alto. Los países que conforman el TLCC son económicamente vulnerables, muy dependientes de la relación comercial con EU para mantener importantes industrias textiles. Y los presidentes de estos países son en su mayor parte políticos centroderechistas de línea dura, líderes pro empresariales que en su momento se contaron entre los aliados de Bush en la guerra contra Irak. Fracasar en la recompensa a dicha lealtad sería como darles una patada en plena cara.
¿Por qué se han agriado tanto las relaciones? La economía es parte de la razón. Durante la última parte de la década de 1980 y la de 1990, Latinoamérica acogió las políticas de libre mercado y se movió con entusiasmo dentro de la órbita de EU. Pero eso comenzó a cambiar cuando a menudo las reformas no lograron producir el crecimiento previsto, y muchos latinoamericanos comenzaron a culpar a EU de sus problemas.
La falta de ayuda de Washington a Argentina cuando ésta cayó en una desastrosa crisis de deuda, a finales de 2001, fue particularmente dañina para la imagen de EU en la región. ''Sea que Washington o Wall Street tuvieran la culpa o no, muchos latinoamericanos creen que EU los condujo por el camino 'fácil', pero cuando las cosas se pusieron feas ya no se interesó en ayudarlos'', dice Julia Sweig, especialista en Latinoamérica del Consejo sobre Relaciones Exteriores, con sede en Nueva York.
De manera irónica, la recuperación económica de los últimos dos años no ha ayudado a restablecer el apoyo a las políticas en favor del mercado, debido a que parte del crecimiento ha venido no de la liberalización sino de la explosiva demanda de materia prima. La demanda china se ha centrado en tres productos: soya, copra y mineral de hierro, que tanto Brasil como Argentina, Chile y Perú poseen en abundancia, mientras el incremento en los precios del petróleo, en parte también debido a la demanda china, ha beneficiado a los exportadores latinoamericanos. El panorama de mejoras comerciales ha reducido también la dependencia de Brasil y Argentina de los mercados financieros internacionales.
Por otra parte, varios gobernantes de centro izquierda -en Argentina, Brasil y Uruguay, por ejemplo- deben su triunfo electoral a la inquietud popular contra las políticas orientadas al mercado. Su respuesta a éstas y a la política hostil estadunidense en Irak es la reorientación de su política exterior. Brasil ha establecido lazos más fuertes con países como Rusia, India, Sudáfrica y China; también ha organizado foros regionales como el de la Unión Sudamericana, el cual excluye a EU.
El experimento populista del presidente venezolano Chávez ha provisto la visión de un modelo alternativo. Chávez ha canalizado las fortuitas ganancias petroleras de su país hacia la creación de escuelas, clínicas y dispensarios de pobres; la popularidad de estas acciones lo ayudó a ganar el referendo y las elecciones regionales del año pasado.
Los pactos de EU con América Latina se han distorsionado también por las preocupaciones de Washington respecto del comercio ilegal de drogas de la región -lo cual origina que Colombia, el mayor productor de cocaína del mundo, reciba la mayor parte de la ayuda económica y militar en la región- y por poderosos grupos de presión, como el de los cubanoestadunidenses conservadores, hostiles a Fidel Castro.
Como reflejo de los vínculos de Bush con las políticas de Florida, los cubanoestadunidenses, cuya más alta prioridad consiste en mantener el embargo económico contra Cuba, han tendido a dominar las instituciones responsables de las políticas hacia América Latina.
Otto Reich, el primer designado por el presidente para el cargo de secretario de Estado asistente para asuntos del hemisferio occidental, es un cubanoestadunidense al que se asocia con las políticas anticomunistas de Ronald Reagan en Centroamérica y el Caribe durante la década de 1980. El nombramiento de Reich nunca fue aprobado por el Congreso. Roger Noriega, el secretario asistente actual, trabajó con Jesse Helms, el ex senador de Carolina del Norte conocido por ser un ferviente anticomunista.
Los críticos señalan que esta desviación ideológica ha conducido directamente a cometer errores políticos. Hace tres años EU dio la impresión de haber reconocido a un gobierno conservador que asumió el cargo brevemente después de un golpe militar frustrado contra Chávez.
Ese mismo año el embajador estadunidense en La Paz advirtió públicamente a los bolivianos que no votaran por Evo Morales quien, como representante de los cultivadores de coca, la materia prima de la cocaína, es un indeseable en Washington. Ese consejo avivó el sentimiento antiestadunidense y contribuyó a fortalecer el apoyo para Morales en las urnas.
En fecha más reciente, el gobierno de Bush no logró hacer triunfar a sus candidatos a la secretaría general de la Organización de Estados Americanos. El secretario Noriega apoyó la candidatura de Francisco Flores, antiguo presidente de El Salvador, y la de Luis Ernesto Derbez, el conservador secretario de Relaciones Exteriores de México, sobre el chileno José Miguel Insulza, socialista moderado y pro estadunidense, apoyado por Brasil. Argentina y Venezuela. Sólo después de una muy reñida contienda y la intervención de la secretaria Rice, Estados Unidos apoyó a Insulza.
Con presiones en la región cada vez más evidentes, hay algunas señales de cambio. Robert Zoellick, antiguo representante comercial de Estados Unidos, quien tiene fuertes lazos con Brasil y otros países sudamericanos, ha sido elegido segundo de Condoleezza Rice.
La secretaria de Estado ha mantenido contacto regular con Enrique Iglesias, presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, quien es partidario de un compromiso más multilateral en la región. Y cuando Estados Unidos finalmente apoyó a Insulza en la elección de la OEA, Rice se aseguró de que el chileno acordara ejercer más presión sobre el presidente Chávez. De acuerdo con Hakim, esta estrategia, más realista, será esencial para lidiar con Venezuela.
Todo esto no resultaría provechoso, sin embargo, si EU no es capaz de ayudar a sus aliados más cercanos, especialmente los que son tan débiles y vulnerables como los países del TLCCA. Esa es la razón por la cual la aprobación del tratado -que llegará al Congreso en unas semanas- será un momento crítico en verdad.
De no aprobarse el acuerdo se mostrará, como dice el presidente Bolaños de Nicaragua, que Washington es capaz de ''firmar acuerdos, pero no de cumplirlos'', lo cual sería una grieta en la confianza que más adelante socavará el estatus y la influencia estadunidense en la región.
Hakim dice: ''La impresión que dará en Latinoamérica será, no que Bush tiene problemas con el Congreso, sino que simple y sencillamente la región no le importa lo suficiente''.
Nuevo consenso sobre el papel del Estado
El menos que impresionante desempeño económico de América Latina en los últimos 15 años ha conducido a un nuevo brote de introspección sobre cuál es el mejor modelo económico para la región. En particular, el papel del Estado -que los creadores de las políticas públicas trataron de restringir durante casi toda la década de 1990- se evalúa de nuevo, en parte para reflejar la creciente relación económica de la región con lugares de Asia que han alcanzado tasas mucho más altas de crecimiento.
Aun así, muchas de las ideas del famoso Consenso de Washington -un paquete de 10 ideas que guiarían conceptos de desarrollo en instituciones multilaterales durante más de una década- permanecen intactas. La mayor parte de los gobiernos de la región han aplicado con éxito políticas preventivas fiscales y monetarias para limitar la presión sobre los precios y sofocar la persistente inflación, tan desestabilizadora en la década de 1980.
Las barreras al comercio se han reducido y, en general, las economías latinoamericanas son ahora más competitivas que hace dos décadas. Pero el crecimiento ha impresionado poco. Un estudio reciente del Fondo Monetario Internacional sobre las lecciones que dejaron los años 90 señala que el ingreso per cápita se incrementó en un promedio de 2.5 por ciento al año entre 1990 y 1997, menos de la mitad de Asia en el mismo periodo. Los índices de pobreza mejoraron durante la década, pero se han deteriorado desde la moratoria de Argentina en 2001 y la crisis financiera de 2002.
Williamson cree que el problema presenta tres aspectos. Primero, algunos de las ideas consensuadas nunca se pusieron en práctica. Mientras él ha defendido la adopción de una tasa de intercambio competitiva, los gobiernos de Latinoamérica durante los 90 permitieron que sus monedas se apreciaran. Las tres crisis más grandes de la región (México en 1994, Brasil en 1999 y Argentina en 2001) ocurrieron cuando los gobiernos abandonaron sus tasas fijas.
Segundo, se prestó atención insuficiente a la política fiscal y los gobiernos pidieron prestado demasiado dinero, demasiado rápido. ''El punto más débil fue que los gobiernos permitieron al capital entrar libremente'', dice Williamson. Además, la privatización de empresas públicas se llevó a cabo sin poner suficiente atención a las reglas, la equidad o la eficacia.
Tercero, el consenso mismo se redujo a un credo cuya aplicación, se pensó, solucionaría de manera automática todos los problemas. ''No se me ocurrió que eso pasaría'', admite Williamson.
Ahora hay mayor presión sobre el Estado para que participe más. Hay una creencia cada vez más difundida de que el sector público debe fortalecerse y trabajar en conjunto con el sector privado. En su estudio, el FMI concluye que ''es esencial un papel mejorado y más estratégico del Estado. En Latinoamérica, la corrupción y los mandatos débiles han tendido a minar la actividad comercial, dando como resultado un fardo que cae pesadamente sobre los hombros del pobre''.
Muchos economistas, William son incluido, dicen que Chile, cuyo récord de crecimiento es el mejor de la región (aunque poco impresionante comparado con el de Asia del este) debería ser un punto de referencia para Latinoamérica. Codelco, su compañía extractora de cobre, cuyo dueño es el Estado, es un modelo de eficiencia del sector público. Durante la década de 1990 se impusieron controles al capital y se mantuvieron, contra las tendencias regionales y a pesar del escepticismo de los mercados financieros. Los gobiernos de centro izquierda que heredaron los sistemas de pensiones liberales y que privatizaron empresas creadas por Augusto Pinochet optaron por incrementar mejoras en el sistema, en lugar de un cambio total. En un estudio reciente Ricardo Hausmann y Dani Rodrik, dos economistas egresados de la Universidad de Harvard, descubrieron que el crecimiento sostenido se obtiene generalmente y con mayor frecuencia por medio del cambio gradual más que por la reforma estructural radical.
Hausmann dice que la clave del potencial radica en el descubrimiento de nuevos sectores de crecimiento, a la manera en que Chile, por ejemplo, ha aprovechado sus industrias del vino, el salmón y la fruta.
Hay señales de que los gobiernos centristas ahora en el poder en la mayor parte de América Latina avanzan hacia este terreno, más pragmático. Es un movimiento con el cual se siente cómodo el arquitecto del Consenso de Washington. ''No soy un entusiasta de minimizar al Estado. Todos sabemos que el Estado debe tener un papel, pero no veo una ideología alternativa''.
FUENTE: EIU