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30 de mayo de 2005
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GARROTES Y Z ANAHORIAS

A ESPERAR 200 AÑOS

México está cumpliendo dos décadas de un muy pobre desempeño económico. En este periodo, la tasa promedio de crecimiento no supera 2.4 por ciento anual, un ritmo no muy por arriba del incremento de la población.

En estos 20 años, el país fue sujeto a un amplio proceso de reforma económica que, de acuerdo con sus promotores internos y externos, llevaría a mayores tasas de crecimiento económico y a un aumento en los niveles de bienestar de la población.

Algunas de esas reformas fueron: liberalización del comercio exterior, del sistema financiero y de las reglas para la inversión extranjera. Se buscó hacer crecer a la economía a partir de su vinculación con los mercados externos, mientras se privatizaron las empresas públicas ­salvo Pemex y CFE, así todas las entidades relevantes fueron desincorporadas. Se avanzó en la desregulación de las actividades económicas, con una menor intervención del Estado. La política fiscal se orientó a equilibrar los ingresos y gastos y, más recientemente, se han impulsado reducciones a la tributación a las empresas, con el argumento de que así mejora la competitividad del país frente al resto del mundo.

Pocos países en desarrollo han seguido con tanta puntualidad como México la "receta del crecimiento", aquel Consenso de Washington. Pero en 2004, un informe del Banco Mundial documentó que la población tenía ya un "hartazgo" con el proceso de reforma económica. Una de las conclusiones que se desprendieron del informe fue que el cansancio de los electores ante la falta de resultados concretos en su bolsillo era una de las razones que explicaban la victoria de la izquierda en algunos países de América Latina.

Tal como se ha dado, el crecimiento económico no ha generado una mejora en el nivel de bienestar de la mayoría de los mexicanos, no ha impulsado la competitividad global, no ha sacado al Estado de sus grandes limitaciones financieras, no es capaz de generar más riqueza y, sobre todo, la sociedad sigue siendo brutalmente desigual.

La semana anterior, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) echó un balde de agua helada sobre la autoestima gubernamental. Con las tasas de crecimiento de 4 por ciento que, en el mejor de los casos, tendrá México en el resto de la década se requerirán 200 años para que el conjunto de la población alcance un nivel de bienestar parecido al de la mayoría de los habitantes de las naciones desarrolladas, aseguró.

Y si las cosas mejoran, es decir, si la economía creciera a más de 6 por ciento anual, "se necesitarán dos generaciones" para reducir la brecha de bienestar de los mexicanos respecto de los habitantes de los países avanzados de Europa, Estados Unidos, Canadá y Japón, según la propia OCDE.

Estos hechos cuestionan frontalmente al modelo de crecimiento iniciado por los gobiernos de México a partir del ex presidente Miguel de la Madrid y continuado a cabalidad por Salinas y Zedillo y seguido fielmente por Vicente Fox. Los mexicanos han asumido los costos de un permanente ajuste en medio de las crisis económicas que se han sucedido con cada vez más fuerza, y eso mientras que los beneficios siguen siendo una ilusión. Ese es el horizonte de largo plazo que, hacia atrás y hacia delante, enmarca la existencia de los mexicanos, con sus claras excepciones  §


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