Otra sobre coaliciones
Se me dice, no sin razón, que el formato de dos grandes coaliciones para la elección presidencial no sólo tiene frente a sí una legislación hostil sino también la abierta indisposición de los partidos a coaligarse no sólo para ganar unas curules o la propia Presidencia, sino para comprometerse a gobernar el Estado de esa manera, en coalición. No falta razón a quienes así piensan, pero tampoco a quienes no ven más salida para el país que un gobierno sustentado en acuerdos y no sólo de reparto de ganancias electorales.
El más reciente desliz de Acción Nacional hacia su perversa americanización, es un botón de muestra de lo difícil que se ha vuelto para los partidos que ostentan el oligopolio de la representación nacional ver más allá de sus cortas narices. La suma acordada para las campañas internas para la candidatura presidencial de ese partido (350 millones en total) no sólo ofende al sentido común político democrático, si es que algo como eso existe, sino que da al traste con lo que quedaba de la tradición republicana de los fundadores del panismo, destacadamente Gómez Morín. Ahora, lo republicano se lee en inglés y tiene más que ver con el desperdicio mediático del partido del presidente Bush que con la búsqueda de una "patria ordenada y generosa". Nada desde luego que nos recuerde el discurso austero de los fundadores y de muchos de sus seguidores, mucho menos el culto a un hispanismo como eje articulador de una visión iberoamericana que, si bien por el lado malo, de vecindad con el franquismo, compartieron muchos panistas de pro en el pasado.
Gobernar por coalición fue una práctica que el presidente Salinas llevó mucho más allá de los linderos conocidos del priísmo histórico. En los hechos y en los derechos, este presidente hizo sus reformas económicas constitucionales en acuerdo abierto con Acción Nacional, hasta el extremo insano de las concertacesiones, y el presidente Zedillo, dizque tan reacio a la política, mantuvo este formato hasta el extremo de nombrar procurador general de la República a un connotado abogado y político panista. Su reforma electoral, que soñaba como definitiva, es la que ahora nos trae de un lado para el otro, a la vista de sus fallas de origen y de los abusos que de ella han hecho partidos y negociantes de la ciudadanización, como parece haber ocurrido en el estado de México.
El problema viene de lejos. De entrada, dos de los tres grandes inauguraron la era de la alternancia de mala manera. Al imponer un Consejo General del Instituto Federal Electoral sin tomar en cuenta al PRD; el PRI y el PAN le hicieron un flaco favor a la credibilidad de la institución, "ancla" de nuestra balbuceante democracia, para luego dejar a los consejeros designados de forma tan desaseada, colgados de la brocha... pero sin brocha. El extremo fue la amenaza de los priístas de llevarlos a juicio político. Nada nos ha dicho, ninguno de ellos, sobre la posibilidad de hacer transparente el proceso de selección y designación de los consejeros, donde en verdad radicaría la legitimidad y credibilidad de ellos y del IFE, así como de los IFE locales, en los que ha empezado peligrosamente a hacer agua la institucionalidad electoral tan penosamente construida.
Como quiera que vaya a ser, el próximo gobierno tendrá que emanar de una coalición o pasar a formarla antes de que el próximo presidente tome posesión el primero de diciembre de 2006. México no es más país de partido casi único o hegemónico. Mantener ese paradigma no puede sino llevar a un deterioro mayor del de por sí contrahecho orden democrático nacional.
Si se diera el formato de dos grandes coaliciones, pero aun en el caso más probable de que eso no ocurra y la coalición de gobierno se forme después de la elección, los dirigentes y aspirantes debieran sentirse obligados a ir más allá de sus programas y comprometerse en público con el tipo de gobierno que piensan hacer. Por ejemplo, dando a conocer con quiénes piensan (re) hacer la política exterior de México, con quiénes van a intentar conducir a la economía a una senda de crecimiento sostenido y con quiénes van a emprender la enorme tarea de volvernos una sociedad educada.
Relaciones Exteriores, Hacienda y Educación forman el triángulo en el que debería encarnarse el proyecto de gobierno para el segundo sexenio del milenio. Gobernación, desde Bucareli, tendrá que mantenerse como un privilegio del presidente que se saque la rifa de este tigre, tan hastiado y tan carente.