Conclusiones de Cannes 2005
Mi crónica diaria del recién concluido festival de Cannes consistió, sobre todo, en la apreciación crítica de las películas en concurso. Cabe ahora hablar del lado oculto del festival, el del negocio, lo que sostiene todo lo demás.
Según se sabe, la verdadera razón de ser de Cannes es el gran comercio del cine. Los demás aspectos -los premios, la cobertura de los medios, el glamour de las estrellas- constituyen el envoltorio de lo primordial: la cantidad de contratos firmados que debe haber al final de cada festival. En ese sentido, Cannes es el mercado con la fachada más prestigiosa en el mundo.
Ante la hegemonía mundial de Hollywood, recalcada por las ganancias millonarias de la última entrega de Star wars, el país anfitrión debe procurar ser competitivo a como dé lugar. Revisando los créditos de las películas en concurso este año, se puede comprobar cómo más de 50 por ciento de ellas -12 de 21- son de inversión francesa, total o en coproducción. Hasta la participante mexicana, Batalla en el cielo, fue coproducida por Francia. Es una estrategia astuta por la cual el anfitrión organiza un concurso apostándole a la mitad de los números. ¿Resultado? Todos los títulos ganadores, salvo la china Sueños de Shangai, ostentaron capital francés. Un premio en Cannes es una eficaz promoción a la hora de la venta internacional.
Vale la pena hacer un apartado aclaratorio. Como suele suceder, varios medios nacionales se apresuraron en su chovinismo a celebrar como mexicana a la cinta Los tres entierros de Melquiades Estrada, de Tommy Lee Jones. Sorprenderá saber que es mayoritariamente francesa -Luc Besson es el productor ejecutivo- en una coproducción con Estados Unidos. En ella no hay un centavo de inversión mexicana. (Despejemos de paso otro equívoco: Guillermo Arriaga no fue el ganador de la Palma de Oro, que se le otorga sólo a los mejores corto y largometraje, sino del premio al mejor guión. Y, contra lo también pregonado por varios noticiarios, no se trata del primer paisano en obtener un premio oficial en Cannes: el Indio Fernández ganó un Grand Prix en 1946 por María Candelaria; y Carlos Carrera la Palma de Oro en 1994, por su corto El héroe).
Como ya se ha señalado, México tuvo la más notable participación numérica en la historia del festival. Y aun cuando el premio a Arriaga fue con una película extranjera, de alguna manera puso en relieve al cine mexicano, como lo hicieron también la polémica Batalla en el cielo, de Carlos Reygadas, y Sangre, de Amat Escalante (cuya obtención del premio de la crítica internacional, nada fácil tratándose de Cannes, ha sido opacada por el reconocimiento a Arriaga). La proyección de varios clásicos en otras secciones también reforzó la idea de una cinematografía con un largo historial de logros considerables. Lo que los extranjeros no pudieron advertir ante ese escaparate, es que la industria del cine mexicano, como tal, no existe y que éste languidece, entre otras razones, a causa de un evidente desprecio gubernamental por cualquier cosa que huela a cultura.
Bajo ese tenor, no es improbable que Guillermo Arriaga siga el ejemplo de Alfonso Cuarón, Guillermo del Toro y Alejandro González Iñárritu, entre otros, y acabe emigrando como su personaje titular en busca de mejores oportunidades de trabajo. (Ojo, que dichos cineastas no se han resignado a hacer maquila en Hollywood, sino que han podido dirigir películas de interés personal. No proyectos que Spike Lee o Mario Van Peebles hayan rechazado).
Después de su éxito en Cannes, realizadores como los hermanos Dardenne, Michael Haneke o Jim Jarmusch seguirán filmando a su propio ritmo. En un par de años, más o menos, se estrenarán seguramente sus nuevas obras en algún festival internacional. Esa misma certeza no la podemos tener frente a cineasta mexicano alguno.