Campañas ¿para qué?
Lo cierto, hasta hoy, es que no hay reforma electoral y sí, en cambio, extensas y costosas "precampañas". En televisión o en los estadios se exhiben las amables sonrisas de Jackson y Martínez; menudean las apariciones del jefe de Gobierno del DF en el estado de México, y hasta el secretario de Gobernación adopta pose de presidenciable, y eso que no ha comenzado oficialmente la carrera "interna" por los puestos más cotizados.
Pero ya podemos darnos una idea de lo que vendrá: Si Felipe Calderón se hace campaña pujando por el reloj de López Obrador, siendo el más doctrinario de los candidatos panistas, ¿qué podemos esperar de sus correligionarios en esta venta placera en que se ha convertido la competencia electoral?
Sin ideas "fuerza" en el debate nacional, las campañas se moverán al ritmo del dinero bajo la guía de los expertos en mercadotecnia, verdaderos ideólogos de nuestra imberbe democracia. Por ejemplo, el PAN permitirá a sus precandidatos gastar hasta 350 millones de pesos para ganar la confianza de sus mismos compañeros, cifra tope que a estas alturas ya parece estratosférica, pero que no será nada ante los montos contantes y sonantes que entrarán a la liza.
En rigor, los partidos actúan como si los casos vergonzosos del Pemexgate y los Amigos de Fox jamás hubieran ocurrido o no les importara lo más mínimo tropezar con la misma piedra. Los temas electorales, y en especial los referentes al dinero en las campañas y a la relación de los partidos con los medios, se han extraviado en la bruma legislativa, no obstante los recordatorios del Instituto Federal Electoral (IFE). De hecho, la autoridad electoral carece de suficientes facultades legales para fiscalizar la precampañas, es decir, para someter al escrutinio imparcial las fuentes y los montos del financiamiento que reciben los aspirantes. Las modalidades reglamentarias impuestas por los propios partidos para regularlas son insuficientes para detectar manejos poco confiables, cuando no realmente sucios, del dinero aplicado a ganar a como dé lugar.
No se trata de crear sospechas infundadas, pero en las condiciones que vive el país en materia de crimen organizado es preciso mantener un control riguroso del dinero que pasa por las manos de los partidos en campaña. Aumentar las facultades del IFE en esta materia es una excelente inversión en trasparencia y equidad democrática; poner límites a los gastos es una mínima reparación moral ante el espectáculo de la pobreza y la desigualdad de millones de ciudadanos.
Tal vez sea una ingenuidad suponer que campañas más austeras, centradas menos en la idea mercadotécnica del "producto" en venta, obligarían a poner el énfasis en otras cosas. Por ejemplo, en las distintas concepciones sobre el presente y el futuro de México. Hace unos días, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos admitió, por ejemplo, que "si la evolución de la economía sigue así, llevaría a México dos centurias ponerse a la par, en términos de bienestar, de las otras naciones" integrantes de ese organismo, según palabras de Nick Vaston, su jefe de estudios económicos. ¿No es hora de que los partidos y el gobierno concentren sus mejores armas en abordar qué hacer con el desempleo, en discutir seria y responsablemente cómo usar racionalmente los recursos petroleros para crecer, para diversificar la economía y las oportunidades del país en y ante la globalización?
¿Cómo se puede hablar de democracia allí donde los temas axiales de la vida pública se escamotean para no perturbar a los electores?
Y, sin embargo, eso es lo que seguramente ocurrirá: el modelo electoral de campañas movidas por el dinero a través de la presencia aplastante de los medios elude las cuestiones espinosas en nombre de edulcoradas imágenes; la realidad por la ficción de las promesas intangibles. La unidad de pacotilla como inútil sustituto del clasismo latente, de la desigualdad y la discriminación. Pero la realidad, ojo, no está para esas fiestas. La polarización no es un juego. Hay inquietud, malestar, desconfianza
Y, no se olvide, violencia en las calles.