Medicina preventiva: ¿buena o mala?
Con frecuencia le digo a mis pacientes que Molière, el gran dramaturgo francés, tenía razón cuando comentaba "para qué ver dos médicos, si con uno basta para que te mate". Se los digo por tres razones: me encanta la ironía, Molière tenía algunas razones para pensar así, y porque en muchas ocasiones es mejor que sólo un médico se ocupe del enfermo. ¿Qué diría hoy Molière de la medicina preventiva, no la de las vacunas, no la del agua potable, no la que aconseja no asolearse, no la de los buenos hábitos alimenticios sino de la que vende salud y belleza imperecederas? Creo que el dramaturgo se sentiría defraudado por la arrogancia de la medicina preventiva y, sin duda, escandalizado por la poca ética de los galenos dedicados a vender salud.
La medicina preventiva "mal hecha" es una verdadera trampa: entre más se exponen los individuos a ella más enfermos se sienten. Los dueños de estos centros -en México algunos empresarios han hecho de la salud grandes negocios- bien lo saben: entre más ofrecen milagros más adeptos ganan. Y saben, además, que en la mayoría de las sociedades hay más gente sana que enferma. Ese segmento de la población tiene mayores expectativas de vida que los enfermos, y muchas veces, más recursos. Vender salud a sanos es más rentable que vender curación a enfermos, a lo que Molière agregaría que, para colmo de males, muchos enfermos acaban muriendo.
El problema es complejo. Los economistas dedicados a la salud han demostrado que, en ocasiones, el incremento en los gastos para fomentar la salud puede ser contraproducente e incluso producir más perjuicios que beneficios. Y no sólo eso. Amartya Sen, premio Nobel de Economía, sostiene que entre más invierte una sociedad en el cuidado de la salud es más probable que sus habitantes se consideren a sí mismos enfermos. Cuando se les compara con los habitantes de comunidades pobres los integrantes de sociedades ricas suelen sentirse más enfermos que los primeros. Este es otro "logro" de la "medicina preventiva comercial".
En buena parte de Occidente, sobre todo en los países ricos, entre la mitad y las dos terceras partes de la población sana ingiere medicamentos para prevenir enfermedades o para mejorar el estado de salud. Para muchos, esas conductas son equívocas, ya que en el entramado de la medicina preventiva comercial, "mejorar el estado de salud", es una trampa mercadotécnica y no una virtud médica. Esa trampa transmuta sanos en enfermos, e independientes en dependientes. Una de las filosofías principales de "esa" medicina preventiva es convertir algunas entidades, que no son enfermedades, sino sólo factores de riesgo, como la osteoporosis, en enfermedad y, por supuesto, en negocio.
Esa medicina se vende también porque tiene la virtud de transformar algunas condiciones que no son patológicas pero que no gustan -como la menopausia o el cansancio en la vejez- en complejos problemas que, de acuerdo con esa filosofía comercial de la enfermedad, deben ser atendidos. Asimismo, esa medicina se publicita y gana adeptos con facilidad cuando algunas incomodidades como la falta de erección (una paciente me dijo que el término correcto es pitopausia) o las arrugas alteran el sueño. Quienes venden algunas formas de medicina preventiva bien saben dónde están los mejores caldos de cultivo.
Esa forma de medicina-negocio logra, con relativa facilidad, crear "nuevas enfermedades", que permiten, a la vez, generar "tratamientos apropiados", que benefician más a quienes confeccionan la salud que a "los enfermos". Esta forma de ejercer la medicina medicaliza la vida de muchas personas ávidas por alejarse de la realidad de las enfermedades. La muerte, el dolor y la enfermedad son fragmentos inseparables de la realidad. La medicina moderna y los brazos comerciales de la medicina preventiva han destruido las capacidades del individuo para lidiar con esa realidad. Además, ha diseñado una serie de medidas que combinan la parte comercial del empresario con la ingenuidad del consumidor. Esos médicos empresarios sugieren que las tres realidades enunciadas -la muerte, el dolor y la enfermedad- pueden vencerse; poco dicen respecto a la cuarta realidad: pagar impuestos.
Han pasado casi 25 años desde que Ivan Illich aseguró que "las instituciones médicas se han convertido en una de las mayores amenazas para la salud". El concepto de Illich es demasiado radical, pero no es del todo errado. La industrialización de la medicina y los intereses económicos disfrazados en medicina preventiva demuestran que Illich no estaba el todo equivocado.
La obligación de la profesión médica que no vive debido a las prebendas de las compañías que venden "medicina preventiva" es alertar a la población de las lacras de esos consorcios. Desmedicalizar a la población debería ser obligación de quienes no lucran con la medicina y de quienes saben que la medicina preventiva mal encauzada es fiel seguidora de los consejos de Molière.