Usted está aquí: lunes 23 de mayo de 2005 Política Estado, regulación, luchas sociales

Adolfo Gilly

Estado, regulación, luchas sociales

Quiero destacar una serie de conceptos teóricos y puntos de vista sobre los cuales hemos podido coincidir y, en consecuencia, mantener con José Blanco un intercambio de ideas significativo. Interesa precisar los puntos de acuerdo para poder ubicar en dónde están las divergencias entre nosotros. Tales coincidencias residen, a mi juicio, en los siguientes puntos:

* La validez de la teoría del valor-trabajo y de los conceptos de plusvalor y plustrabajo como forma específica de la explotación en la sociedad capitalista.

* La existencia, por consiguiente, de un antagonismo intrínseco de intereses entre capital y trabajo, lo cual no significa un choque de cada instante en el mercado pues allí ambos intereses se cruzan y llegan a acuerdos; pero sí en el lugar de producción, donde el capital ejerce su mando despótico sobre el trabajo conforme al contrato salarial.

* En consecuencia, "la necesidad imperiosa de la organización libre de los trabajadores", junto al hecho de que "esa organización es insuficiente en la disputa por el producto excedente", según la formulación de José Blanco. En otras palabras, esa organización es necesaria pero no suficiente para la lucha contra la explotación y la desigualdad.

* La convergencia en la necesidad de combatir la desigualdad y la explotación, aunque haya entre nosotros divergencia sobre cuál es, entre ambas, la cuestión prioritaria si se quieren resultados efectivos.

* El hecho de que la organización libre de los trabajadores y su enfrentamiento con el capital es un poderoso factor que obliga a éste a perfeccionar y modernizar las tecnologías y así elevar la productividad social. Es decir, no es sólo la competencia entre los varios capitales lo que impulsa el cambio tecnológico, sino también la necesidad del capitalista de desarmar con innovaciones en el proceso de trabajo (taylorismo, cadena de montaje, digitalización, out-sourcing, etcétera), las formas organizativas de los trabajadores basadas en la tecnología precedente. (La mejor representación de este proceso incesante sigue siendo el extraordinario Tiempos modernos, de Charles Chaplin.)

* La existencia social de un fondo de consumo y un fondo de acumulación y de una lucha entre las clases sobre su composición y su destino. Se debe tener en cuenta que en muchos casos la frontera es difusa. Por ejemplo, el gasto en educación pública y en creación y difusión del conocimiento, al cual tanto José Blanco como yo damos una importancia excepcional, formaría parte al mismo tiempo de la acumulación productiva social y del consumo social; pues, como también apunta Blanco, los conceptos teóricos abstractos no pueden ser ubicados sin mediaciones en los hechos concretos.

* Finalmente, la existencia en la sociedad moderna de una lucha de clases donde el tema en disputa es, por un lado, cuánto va al consumo (individual y social) y cuánto a la acumulación (productiva e improductiva); y quién decide sobre las magnitudes y el destino del fondo de acumulación. Según las normas jurídicas liberales, el derecho a decidir corresponde a los propietarios del capital (los "inversionistas", los "mercados", o cualquier otra denominación bajo la cual se disimule el poder de los financistas y capitalistas y sus instituciones). ¿Pero qué pasa en la realidad?

En este último punto José Blanco hace entrar otro actor sobre el cual, aunque él no lo crea, también existe un terreno común: el Estado regulador. Veamos.

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Blanco incurre en un error de hecho cuando escribe: "Gilly no quiere, al parecer, saber nada del Estado en relación con las clases subalternas". Sucede precisamente lo contrario. Si el Estado es, como pienso, una relación social de dominación/subordinación entre clases dominantes y subalternas, y no un "aparato" o una "cosa", entonces no existen clases subalternas sino dentro de esta relación que llamamos Estado. Acaba de aparecer en Ediciones Era un libro de Rhina Roux, El Príncipe mexicano-Subalternidad, historia y Estado (con un prólogo mío, "El Príncipe enmascarado"), donde desde el título mismo se trata de la relación entre Estado y clases subalternas. Tal vez tengamos ocasión de discutirlo con José Blanco.

También está mal informado cuando supone de mi parte la negativa a un Estado regulador, es decir, un Estado cuya estructura jurídica proteja al trabajo y al ciudadano y someta a regulación la libertad irrestricta de los capitales. Considero de total actualidad la lucha contra la flexibilización laboral, la desregulación de los mercados y los flujos de capital, la mercantilización de todas las relaciones sociales, la sumisión al comando de los centros financieros mundiales.

Ese sentido tuvo -sigue teniendo- la defensa de los artículos constitucionales 3º (educación), 27 (tierra y subsuelo), 123 (trabajo) y legislación concomitante, contra la ola salinista y zedillista de privatizaciones, desregulación, despojo y apropiación del patrimonio común, y la entrega del mando real de la nación a los personeros del capital financiero, con el señuelo de la supuesta "modernización".

Si, como creo entender en la conclusión de su artículo, José Blanco defiende la necesidad de un Estado regulador contra la continuación de ese saqueo de la nación mexicana y de su pueblo, también aquí estaremos de acuerdo.

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Finalmente, aquel que considero el real punto de nuestra divergencia: quién es el sujeto de esta lucha que, al ser contra la desigualdad, es también contra la explotación (y viceversa). En la concepción de José Blanco, ese sujeto está en el espacio estatal, institucional y legislativo. Escribe: "El Estado mismo, como conjunto institucional, se vuelve un espacio decisivo de la lucha de clases. Por supuesto, la hegemonía capitalista se mantiene, pero la disputa ha alcanzado esos terrenos".

Ante esta idea de "la lucha en el interior del Estado (especialmente en el Congreso)", tal como la plantea Blanco, otros ubicamos el real terreno de lucha en el seno de la sociedad, mediante la organización autónoma e independiente de los trabajadores urbanos y rurales, de los indígenas, de los estudiantes, de los sin trabajo, de todos los oprimidos y explotados en torno a sus causas y sus motivos, con sus métodos propios y por sus demandas. Es esta organización, como ya sucedió en el pasado mexicano, lo que puede asegurar una repercusión y una respuesta favorable a esas causas y luchas, tanto en las instituciones y la legislación, como en las relaciones de fuerzas y las costumbres de la vida social.

En la historia del siglo XX, los Estados reguladores surgieron -en Estados Unidos, Francia, México, Gran Bretaña, Argentina, Italia, Alemania: la lista es larga- de esas luchas nacionales e internacionales que, al proyectarse idealmente más allá del Estado existente, hicieron que éste tuviera que trasformarse y, como también registra José Blanco, "obligaron a realizar cambios en la acumulación capitalista y en las formas de la hegemonía". El neoliberalismo globalizador, concluye, cambia las formas y los espacios pero no el objeto de esa disputa. De acuerdo: pero tampoco cambia el sujeto.

Ojalá podamos continuar esta discusión en otros ámbitos y con nuevos interlocutores.

 
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