Usted está aquí: lunes 16 de mayo de 2005 Opinión Dinamitar el Estado de derecho desde adentro

Jorge Santibáñez Romellón

Dinamitar el Estado de derecho desde adentro

Este no es, ni podría ser, debido a lo largo de la lista, un compendio de los atropellos, sinsentidos, contradicciones, omisiones y abusos respecto de lo que conocemos como gobierno mexicano. No es tampoco un asunto sobre si gusta o no el Estado mexicano; es el que tenemos, es el que podemos mejorar, pero es lo que hay y, a estas alturas, soporta el fin de una gestión que sin duda pasará a la historia.

A continuación me limito a retomar algunos de los pasajes señeros. Recuerdo la ceremonia de toma de posesión en medio de un desparpajado arranque discursivo; pocos deben recordar una sola frase de ésa que debió ser una cuidada y reflexiva intervención. También recuerdo la injustificada e inédita falta del Presidente de la República y la consecuente cancelación de la Marcha de Lealtad, el pasado 9 de febrero. Imposible borrar el contexto de la fecha seleccionada para casarse. José Aznar debe aún buscar la explicación para semejante determinación.

Mención aparte merece la designación de su equipo. En la más franca y abierta contradicción de un gobierno, que dice impulsar el servicio civil de carrera, coloca en los más altos cargos y responsabilidades a improvisados y desconocedores de la materia. Desde su equipo de trabajo en Los Pinos, en la Secretaría de Gobernación, pasando por el Cisen, así como en las secretarías de Seguridad Pública, Turismo, Economía, ni qué decir de Relaciones Exteriores, Sagarpa, la de la Función Pública, Semarnat, para llegar a la Lotería Nacional y Pemex. Conflictos de intereses, fraudes, tráfico de influencias, evasión fiscal, favores a antiguos amigos de la Coca-Cola. Recriminaciones, impensables no por su contenido e intervencionismo, sino por el debilitamiento efectivo del Estado para responder a las críticas de la embajada de Estados Unidos, son la evidencia del deterioro.

En materia política la tendencia apuntada se agrava y con ello el clima de certidumbre y convivencia se deteriora. Sin duda el proceso del desafuero culminó con una severa afectación al entramado político general. Más allá de las personas que resultaron beneficiadas o no, sobrepasando la inmediatez de las encuestas y conteo de menciones o impactos en los medios de comunicación, todos perdieron y con ellos la política. Fincada en su versión más pobre y degradante, el debate lo damos sustentados en denuncias, revelaciones y filtraciones.

De propuestas, de programas, ni hablar. Y recordemos que este régimen político mexicano es presidencialista; así, el papel central y de conducción de país recae en la Presidencia de la República. No en el Congreso, no en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, sino en el Presidente en turno.

Encuentro muchas similitudes en la relación entre Ernesto Zedillo y Vicente Fox con los partidos políticos que los llevaron al poder. Distanciamiento, a veces, franca diferencia, utilización y sometimiento del partido a sabiendas del irreparable daño electoral que se producirá. Demasiados elementos para suponer ignorancia o dejadez.

La actitud personal ha llevado a serios problemas. A los conflictos con Cuba se suma ni más ni menos otro con Brasil. Más allá de las tragicómicas expresiones en actos culturales, el primer mandatario, quien no acostumbra la lectura, improvisa con los resultados vistos. Racismo y trato hosco a colegas y representantes de otras naciones son apenas el resultado visible de ese proceder.

Mientras tanto, prolifera ampliamente la chabacana visión de que todo es producto de la visión rachera de los asuntos de Estado, de los caprichos e impertinencias de su esposa, de que la ignorancia facilita actuar sin responsabilidad sobre las consecuencias. No obstante, luego de casi cinco años en la Presidencia de la República, casi seis como gobernador de Guanajuato y otros tres de diputado federal, algo se aprende. Es muy probable que lo que se haya aprendido sea a detestar a los políticos y al Estado; a ese enemigo de la libre empresa, de la libre circulación de los capitales, a ese odioso e imperceptible propietario de Pemex o promotor de paternalistas programas de asistencia social. Esa figura, la del Estado mexicano, que promueve la educación pública y laica, le resulta incómoda e inexplicable su presencia.

Un grave, muy grave error en la política es menospreciar o anular las posibilidades y recursos del adversario. Otro más grave aún es suponer que no hay más verdad que la que cada quien quiere ver para así fortalecer sus argumentos e interpretaciones. Negar virtudes a los adversarios incuba personalidades e interpretaciones autoritarias e impide, en consecuencia, cualquier tipo de negociación o franco reconocimiento de errores propios. Esa ha sido la tendencia general de los medios de comunicación en sus juicios al Presidente. Sin embargo, Vicente Fox sabe lo que está haciendo. A cinco años de ejercicio del poder conoce los efectos y las consecuencias de sus actos sobre el Estado de derecho, la credibilidad de las leyes y la confianza en la política para resolver controversias; reconoce los daños al prestigio de la política exterior pacifista de México.

La pregunta es: ¿para qué conducir y orillar a situaciones peligrosas y extremas donde los márgenes de negociación se estrechan y el tiempo resulta escaso? Inéditas y complejas situaciones nos esperan.

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